sábado, 29 de diciembre de 2012

...? VI


No puedo decir que todo estuviera saliendo según lo esperado, porque ni esperaba nada ni tampoco fluía apenas más que una conversación discontinua, llena de vacíos y miradas al frente, como si el cielo plagado de cirros, cúmulos, nimbos o estratos, que eran los cuatro tipos de nubes que me aprendí de niño, captase nuestra atención o simplemente sirviese de cortinilla para tapar nuestros huecos. Un cigarrillo habría cumplido una magnífica función de ayuda, pero había dejado de fumar. Por fortuna el tiempo siguió a lo suyo, que es correr, y se plantó en las dos, hora de pensar en la comida. Creo que nos miramos con idéntica idea en la cabeza, y me tomé la libertad de levantarme a pagar las cervezas. Sin embargo, Sofía echó a correr  inesperadamente y llegó antes a la barra, donde saldó la deuda reconviniendo mi actitud machista, retrógrada y conservadora. Por lo visto había herido su sensibilidad de mujer liberada, progresista y moderna a rabiar. Me repuse del golpe y contraataqué:
-¿No hubiera sido más justo en ese caso que pagáramos a medias?
-De ninguna manera: llevamos oprimidas tanto tiempo que tenemos mucho que recuperar.
-Espero que no caigas con un jeta que se tome al pie de la letra tus reivindicaciones y acabes arruinada.
-Tendré cuidado-, respondió de forma algo abrupta, como si mi comentario le hubiera traído un mal recuerdo.
Un nubarrón se abrió paso entre las alegres nubecillas blancas, y mi sensación de hambre se mezcló con otra bien conocida de peso en el estómago. Era el estigma familiar del disgusto, ese que asomaba cada vez que algo nos tocaba la fibra o directamente la rascaba. Entre unas cosas y otras, se me arrugó la cara y ella lo notó.
-Perdona, no quería molestarte. Es sólo que tengo un cierto miedo a los guapos que te invitan para llevarte a la cama.
Si esa era su forma de pedir disculpas casi prefería que siguiera pagándome las cañas.





jueves, 27 de diciembre de 2012

...? V



El amor en sus múltiples manifestaciones, y aún más en sus aproximaciones, es probablemente el causante del proceso más misterioso de cuantos suceden en el cerebro humano. ¿Qué fenómeno químico provoca una reacción que, empezando por los ojos, afecta a todo el cuerpo y desemboca en los dedos de los pies? Los biólogos, neurólogos, etólogos, psicólogos conductistas, perro de Paulov y ratas de Skinner, tendrán su opinión fundada. La mía es cualquier cosa menos científica: como dirían los de Queen, es una especie de magia. Sé que carece de rigor, que no es demostrable, pero precisamente el atractivo de algunos hechos radica en su casualidad, en la sorpresa, en la emoción.
-Hola-, susurró como para no sacarme de mi estado de introspección o  embobamiento. -Espero que no se te haya hecho muy largo.
-He estado entretenido con la cámara.
-¿Quieres dar una vuelta, tomar algo...?
-Las dos cosas-, respondí echando una rápida ojeada a su escote y luego a su cara antes de ser pillado.
Comenzamos a caminar de forma errática, con algunos empujoncitos al llegar a cada cruce de caminos, lo cual creo que aceleró la segunda fase, porque a la altura del paseo que conduce a la pérgola nos pusimos de acuerdo. La terraza estaba literalmente asaltada por hordas de estudiantes extranjeros en busca del sol, así que pedimos unas cervezas y esperamos apoyados en la barra hasta que vimos dos sillas huérfanas de mesa, y mi amiga, que aún no tenía nombre para mí, echó una carrerita que me pareció aún más sexy con sus sandalias de medio tacón que con sus zapatillas deportivas air system extra ball when lit and jumping control. Su vestido voló con ella y yo la seguí con las jarras en la mano y los ojos en el límite variable de la tela con sus muslos. Nos sentamos como habían dejado las sillas, en paralelo, mirando al cielo tapizado de nubes y salpicado de pájaros.
-¿Puedo ver de nuevo tus fotos?
Le acerqué mi cámara como quien ofrece la pipa de la paz y ella anduvo trasteando con los cursores, mientras yo descubría funciones que ni sospechaba que existieran.
-Tienes un estilo muy particular-, sentenció. ¿Puedo hacerte una pregunta... íntima?
De repente se me desbocó el corazón, y ante mí se desplegó una imaginaria pantalla llena de cuestiones comprometidas, como mi estado civil, si consumía drogas, si iba a misa los domingos... hasta que ella detuvo el proceso y mis conjeturas estúpidas.
-¿Cómo te llamas?
Resoplé aliviado. Hacía rato que echaba en falta su nombre para que la charla fluyese, así que le disparé el mío.
-Pablo.
-Encantada. Yo, Sofía.
Sofía, Sofía, Sofía, Sofía... canté para mis adentros con la música del María de West Side Story, aunque creo que no fui capaz de aguantar el aire y un par de Sofías salieron nítidos. Me miró y sonrió.
-Aparte de fotógrafo, ¿también cantas?
-Me gusta cantar, pero mis mejores recitales los doy en la ducha. (Y mi mente, como era costumbre, pensó en ofrecerle uno cuanto antes, aunque me aseguré de apretar bien los labios para que no se me escapara ni media frase).
Volvió a reír como la primera vez, con su arpegio descendente, y me sonó incluso mejor, ahora que sabía que la madre de mis hijos se llamaría Sofía.




martes, 25 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD

Este es un pequeño inciso (no contuso) para desear felicidad a todo el mundo, aunque sólo les llegue a los pocos que me lean. De paso adelanto que, si el relato anterior sigue su curso, que lo seguirá, me veré obligado a que este cuaderno aparezca como "sólo apto para mayores" y el consiguiente "acepto" previo, o quizá funde uno nuevo para los relatos y deje este como estaba hasta ahora. Se admiten sugerencias.
Lo dicho: Feliz navidad.

martes, 18 de diciembre de 2012

...? IIII


Había salido de casa a las nueve en punto, llegado a "El Castillo", la churrería chocolatería, a y diez, y vuelto a la calle un cuarto de hora después. Procuraba, en el súmmum de la manía, acomodar los horarios a intervalos de cinco para recordarlos mejor, aunque me tocase esperar o dejar pasar un taxi, o que me adelantaran tres personas en la cola del supermercado. Había ajustado los parámetros de mi cámara a la puerta del bar, lo cual arrojaba unos cincuenta minutos (no podía prever la entrada en escena de terceras personas) hasta la comprobación del contenido de mi tarjeta de memoria por parte de la fotógrafa en paro. Volví al menú de inicio y, repasando el de favoritos, mi pantalla acabó por confesar: blanco y negro, saturación +1, flash desactivado, estabilizador de imagen OFF... temporizador a un disparo por minuto. Entrecerré los ojos, un gesto cuya utilidad para concentrarse es indiscutible, y concluí  que si se había marchado a las diez y cinco, salía ¡a una foto por minuto! Por lo visto, una función desconocida por mí hasta ese instante había conseguido unos encuadres y desenfoques inverosímiles, justo lo que había llamado la atención de mi amiga en ciernes. Mientras yo la buscaba entre árboles, mi cámara colgada del cuello se había encargado de hacerlo todo, diríase que a la chita callando. Estuve tentado de besarla en todo el teleobjetivo, pero me abstuve. Repasé las fotos  con calma, una vez desfecho el entuerto, y al cabo vi aparecer a la mujer de mis sueños con un alegre vestido primaveral, floreado y con ligero vuelo, que mostraba un generoso porcentaje de sus piernas, sus brazos enteros y un canalillo anunciador de senos generosos, o quizá no tanto, y ello coronado por el semblante más relajado y sonriente que un mirón pudiera esperar del objeto de su deseo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

...? III


Creo que estaba ciertamente extrañada de verme cada sábado, e incluso me atrevería a decir que molesta, sospecha que se hizo realidad cuando aquella mañana de primavera se dirigió hacia mí, desafiante y sudorosa, y me preguntó si podía enseñarle mis fotos. Tardé unos segundos en reaccionar, golpeado por su voz, en la que  había un poso ronco del esfuerzo, acunado por el tenue olor a sudor envuelto en un perfume de rosas que reconocí de inmediato y paralizado por su mirada amenazante. Le ofrecí mi cámara en son de paz, pero casi me la arrancó de las manos, supongo que para asegurarse de que no borraba nada, y con una destreza inesperada se puso a escrutar mis capturas. Noté cómo le cambiaba la expresión, que se fue suavizando con cada foto, hasta detenerse en una que acabó por desarmarla y convencerla de que ella no era el objetivo de mi objetivo. Volvió la pantalla hacia mí para mostrarme su elección, pero chocó con mi cara, que había pasado del susto a la indignación.
-Perdona, no quería ofenderte, pero pensé que eras uno de esos cerdos que merodean por el parque.
Si yo no había pasado a engrosar la lista de cerdos merodeadores era simplemente por cobardía. Me habría encantado fotografiarla, pero no me atrevía. Me tomé unos segundos para recomponer el gesto, y decidí adoptar uno de dignidad herida, que tenía muy ensayado de mis años mozos y mis frecuentes calabazas. 
-Haces unas fotos preciosas, -continuó, a modo de cumplido y disculpa,- y lo sé bien porque soy fotógrafa. En paro, eso sí. 
Inspiré profundamente, y el aire templado que la rodeaba entró con su fragancia hasta el fondo. Me encantó respirarla, retenerla y expulsarla lentamente con mis palabras:
-Seguro que podrías ayudarme a mejorar. Sólo soy un aficionado.
Se mostró súbitamente confiada (mi cara de buen chico me ayuda) y sus siguientes palabras sonaron mejor que la voz de los niños de San Ildefonso cantando el premio gordo de la lotería (siempre que uno tenga todas las series de ese número).
-Si no tienes nada que hacer, quedamos aquí dentro de una hora, en lo que voy a casa y me arreglo.
Es muy probable que se me descolgara la mandíbula, cayera la baba o algún descuido semejante, pero lo que fuera que me sucedió hizo que se riera, y a fe mía que muchas cantantes profesionales no entonaban mejor, re - do - la - sol, cuatro notas descendentes limpísimas y afinadas al límite, en un "perdendosi" divino, que enmarcaba su figura a contraluz y daba por hecha su vuelta en sesenta minutos.
Y exactamente fueron sesenta minutos los que padecí de espera en el mismo banco, aspirando su aroma, de algo tiene que servir mi nariz griega, y revisando mis fotos, porque caí en la cuenta de que no había hecho ninguna esa mañana y la tarjeta tendría que estar limpia, pues era inamovible mi costumbre de vaciarla en el ordenador tras cada sesión. Sin embargo, por alguna suerte de encantamiento que achaqué a un conjuro mal hecho, de tantos como recitaba los viernes para evitar el mal tiempo, mi cámara tenía más de cuarenta fotos en la memoria. Fui observándolas una a una, despacio, más alelado aún que cuando la trotona me retó, y no encontré explicación al hecho mágico de que sin haber pulsado el botón de disparo una sola vez, allí hubiera tantas fotos, algunas de incuestionable belleza, reconozco humildemente. Miré el reloj, gesto que suelo repetir compulsivamente a lo largo del día, contrario a los consejos de mi psicóloga y sus teorías del slow down para pacientes hiperactivos, y vi que eran las diez y diez. 




sábado, 15 de diciembre de 2012

...? II


El viernes por la noche era el momento de convertirme en meteorólogo, y si la previsión no resultaba favorable, en hechicero, brujo o chamán, o quienquiera que se encargue de conjurar los malos augurios de la atmósfera. Me vi odiando a Minerva Piquero, Mario Picazo o una mujer cuyo embarazo seguí, que daba el tiempo en la 1, cuando anunciaban vientos racheados, chubascos matutinos o tormentas, lo que significaba que mi corredora no saldría, o lo haría demasiado vestida, toda vez que yo había comprobado los soberbios efectos físicos de la carrera continua. Compré un  manual antiguo con todas las rogativas habidas para alejar las nubes, cosa que molestaría a mis amistades nefelibatas, pero que me complacía por los disfrutes venideros. Indagué en los anaqueles de mi hogar materno, por ver si los indios piel roja, de los que mi padre era romántico admirador, (tanto daba la tribu, apaches, siouxes, cheyenes, arapahoes, comanches, cherokees, pies negros, navajos o chiricahuas)  me guiaban en mi propósito de evitar las lluvias, siendo expertos  en provocarlas con cánticos y danzas. Y al despertar el sábado por la mañana, lo primero era levantar la vista desde mi cama para comprobar que el tiempo era benigno, habiendo cambiado mi costumbre de dormir a oscuras por la de hacerlo con la persiana levantada. Mi ánimo se contagiaba de las veleidades del barómetro, que también rescaté de la casa familiar, y cuyo manejo había aprendido a fuerza de observar a mi padre en los días previos a una jornada de pesca. En fin, la motivación me empujaba a semejante comportamiento neurótico que, por suerte, no era público hasta la hora de salir. Entonces me dirigía hacia el parque, desayunaba a mitad de camino, y luego comenzaba mi rutina de fotógrafo distraído, que se tornaba en voyeur atento cuando ella aparecía con su trotar redondo, y mal disimulado al empezar sus estiramientos siempre en el mismo banco. 

domingo, 9 de diciembre de 2012

¿MOTIVACIÓN EXTRÍNSECA O INTRÍNSECA? I



Dizque serían las nueve de la mañana sabatina. Mi primera intención fue mejor que buena: pasear temprano antes del despertar de los coches, desayunar churros con chocolate o café, y llenar los pulmones de aire tan puro como pueda generar un parque ubicado en medio de la ciudad. Era un algo de diciembre, meseteño y cruel, húmedo y resbaloso. Salí de casa una hora antes del hecho que excusa este relato, gorro, guantes, bufanda, botas y cámara mediante. A veces sucede que el tiempo es aliado de la fotografía y no hay mejor socio que la casualidad. Alérgico como soy a los manuales de instrucciones, seleccioné una configuración para niebla o día frío o yo qué sé, y a ratitos iba sacando la cámara del bolsillo de mi abrigo, disparaba rápidamente y la guardaba antes de la congelación de máquina y maquinista. Pavos, ardillas, patos, gansos, ocas y cisnes no se habían desperezado aún, por lo que me consolaba con bichos menos fotogénicos como aviones, vencejos y golondrinas, si es que en invierno siguen por aquí, aunque excuso mi indocumentación porque ni soy fotógrafo ni menos ornitólogo. 

Y a las nueve y media en el reloj de Filipinos, que significa aproximadamente, mientras me entretenía echando un vistazo a las pocas fotos que había sacado, me adelantó una mujer vestida con ropa de deporte, de la que tiene propiedades antisudoríparas, antiinflamatorias y me atrevería a decir que anticonceptivas, al menos en invierno. Unos metros más adelante, se detuvo en un banco, comenzó una serie de estiramientos y se marchó tranquilamente, caminando satisfecha diez minutos después.

Esperé ansioso la llegada del sábado siguiente, aún más frío, más triste y nublado, y mi anhelada corredora solitaria tardó en llegar, supuse que la pereza la habría mantenido un rato más en la cama, pero acabó por aparecer, más abrigada y antilujuriosa si cabe. De hecho me costó reconocerla, porque no había una parte de su piel expuesta al aire afilado y prenavideño. Repitió su rutina y se alejó a paso ligero, con mis ojos siguiendo su estela de transpiración vaporosa deglutida por la niebla.

Pasaron los sábados, las brumas, las heladas, ese muestrario inhóspito de mi tierra, y semana a semana fui fiel a mi cita con el parque, la fotografía y la corredora, que al llegar la primavera se había ido despojando de prendas incómodas para ambos, aunque por diferentes motivos. Y el milagro sucedió: la ropa de correr dejó de parecerme antilijuriosa y anticonceptiva. 



jueves, 6 de diciembre de 2012

LA CÁMARA PERFECTA

Desde el advenimiento de la fotografía digital, allá por los albores del XXI, sólo he poseído un par de cámaras, la primera pagada a precio de gin-tonic de "yiváin" (algún día hablaré sobre la más cursi que real pronunciación de G-vine, que encima ni es ginebra por no proceder del destilado de cereales) con fever tree (fibertrí) en copa de balón, profusión de aromas, especias y frutas en promiscua actitud, en local madrileño de moda. Cuando adquirí la IXUS 400 me creí a la vez comprador de un razonable porcentaje de acciones de la compañía Canon. Por seiscientos euros de 2004 te hacías con cuatro megapícseles, un zoom menos efectivo  que estirar el cuello y una pantalla como un sello de correos. Cuatro años y una avería más tarde, que gracias a Dios (y a un aviso de mi cántabro amigo Raúl, que me ganaba por la mano en fotografía y acreditación B2, y puede que en más cosas) cubrió la garantía, renové mi flota con otro modelo de la misma marca. Cuando lo llevé a una excursión, él ya tenía otra pieza con nosecuántos millones de píxels (acabo aprendiendo), sensor de nosecuántos milímetros (eso del sistema métrico ya lo sabía de antes) y pantalla  de nosecuántas pulgadas (sigue atragantándoseme el sistema anglosajón). No me puede el afán competitivo, sabedor de mis muchas limitaciones en todos los campos, y de mi hereditaria por vía paterna vagancia en el arte de profundizar, sino el ansia por aprender, y es por ello que pregunto como un neonato hasta el aburrimiento (ajeno, claro). Por eso, presto a la mejora de mi equipo fotográfico, me he enfrascado o empeñado en encontrar la cámara perfecta antes de dar el paso. Bien es sabido que lo mejor siempre está por llegar, pero se pueden dar saltitos intermedios mientras viene el súmmum de lo que sea. Así que empecé a investigar en internet, revistas, catálogos, e incluso me atreví a preguntar al director de la revista Gadget foto (entre otros gadget "cosa") su opinión. Descubrí sin esperarlo que sensor, zoom, diafragma, más megapíxels, velocidad de obturación, cuadros por segundo, HD, GPS (geolocalizador en una cámara, no puedo creerlo, ¿puede saberse desde dónde saco una foto a las del bikini minimalista?), wi-fi, 3D, slow motion, y cagoenlaleche eran lo last de lo last. 
Hoy, festividad de San Constitución, todavía no he sido capaz de decidirme. Y apenas ha pasado un año desde que empecé a cambiar de cámara.

domingo, 2 de diciembre de 2012

¿POST? VAMOS, ANDA...

Mi buen amigo Fernando, no FER14, sino ff, me sugiere una lista de palabras alternativas a la odiada por innecesariamente importada "post":
apunte, 
anotación, 
nota,
entrada,
mensaje,
artículo, 
brevete,
comentario, 
glosa,
aviso, 
inscripción,
apostilla,
asiento.....
Lo cual publico a mayor gloria del vasto vocabulario de ff, a quien secretamente (hasta ahora) envidio como fotógrafo, diseñador y bon vivant. 

Ya metidos en faena, aprovecharé mis extrañas costumbres nocturnas o noctámbulas (ilumíname, ff) para apologizar sobre la amistad, la cultivada y la sobrevenida, como es el caso, extraída inopinadamente de otra amistad, la del sinfonista mencionado en la glosa anterior, a quienes Dios guarde en vida muchos años. Y a sus benditas acompañantes, claro.

viernes, 30 de noviembre de 2012

EL ECTOPLASMA ASESINO, EL REPRESENTANTE DEL MÚSICO Y UN PUÑADO DE AMIGOS: MISCELÁNEA DE VIERNES.

No suelo fijar el título hasta terminado el texto, pero en esta ocasión sucede al revés. Mi costumbre es la de ir escribiendo y coronar justo al final. Sin embargo, fiel y gracias a mi falta de rigor, puedo saltarme mi norma y hacer lo que me plazca, que por otro lado es un placer, pues sólo faltaría que en mis ratos de puro ocio tenga que ceñirme un corsé, como si tuviera que llevar traje y corbata en mi propia casa. 
Hace un par de noches me asaltó una pesadilla, con los tópicos del género: no puedes correr, no eres capaz de defenderte y además tus brazos pesan una arroba de las de antes, no estas modernas que sirven para enviar correos electrónicos. Harto de tanto susto, vi frente a mí a un par de ectoplasmas antropomorfos aunque algo deformes, que ambas cosas son perfectamente posibles en el mundo de los sueños, y decidí vengarme de la mala noche propinando un mordisco al que me quedara más a mano. 
(En este punto hago un inciso, al hilo del mordisco, sobre la manía de los jóvenes redactores, empeñados en usar el futuro, con tilde, en lugar del subjuntivo, como "quedará" por "quedara", que ya han invadido la prensa seria (permítaseme reír abiertamente) sin pasar por la deportiva).
El fantasma malévolo pasó a mi lado y le tiré una dentellada con todas mis ganas. Me desperté en el acto, o sea, en el mismo acto de morderme el índice de la mano derecha. Mi ratón, echándome de menos, había dictado orden de busca y captura. Para que luego digan que mis sueños no son reales, que sólo me faltan las gafas 3D.

En este instante me tienta la idea de dejar las segunda y tercera partes para mejor o posterior ocasión, pero entonces tendría que eliminar "miscelánea" del título, palabra cuyo significado aprendí leyendo el folleto de un par de exposiciones. Más me gusta y más justa me parece, después de verlas, la frase "restos de colección".

Esta misma noche he soñado que de repente me convertía en representante de un artista. Andaba yo en una especie de cena y una organizadora del evento reconoció al zanfonero Germán Díaz entre los asistentes. Me pidió la intercesión con el músico, a ver si podía interpretar unas piezas para la concurrencia. Por no extenderme en demasía, diré que fui de parte contratante a parte contratada o por contratar, con las ofertas y las exigencias de una y otra, y tras varios viajes conseguí la actuación del famoso zanfonista, que vio rebajadas y postergadas sus pretensiones pecuniarias a cambio de sobras de la cena y algunas bebidas espirituosas. Para que luego digan que mis sueños no son reales, que sólo me faltan las gafas 3D... y los auriculares con sensurround.

Acabo de decidir que dejo para otro momento la última parte sobre amistades, porque merecen una hornacina privada.

PD.- El fin de semana pasado asistí a un congreso sobre TICCS, que viene a ser algo relacionado con las modernas tecnologías aplicadas a la educación. En plena (y no diré "apasionada" por la poca emoción transmitida) disertación sobre "seguridad en los sistemas informáticos en las escuelas", al ponente se le mudó la color cuando el powerpoint hizo crack. Todavía me estoy aguantando la risa.

viernes, 9 de noviembre de 2012

CERCA - LEJOS

 En Sesame Street, aquella serie americana adaptada al gusto y público español como Barrio Sésamo, nos recordaban la diferencia entre "cerca" y "lejos". Igual que tenemos presente la comida de una fecha antigua y hemos olvidado el menú de ayer mismo, es frecuente que la memoria nos dirija, por razones que ni los neurólogos se explican, aunque se empeñen en demostrarnos que lo tienen clarísimo, a puntos casi perdidos en el limbo. Por suerte, mi cerebro viene a ser como una madeja hipertrófica (me pregunto si por el uso o para llamar la atención sobre la falta del mismo) por la que asoman multitud de cabos no tan sueltos, a los que siempre encuentro conexión. Tal es el caso de las "entradas" anteriores (por más que me empeño, no hallo vocablo más adecuado para definir cada uno de los textos que se dejan en un blog, e incluso me cuesta aceptar "blog" existiendo "cuaderno de bitácora", sea en aras de la poca brevedad que me adorna). Aludía en ellas a una actriz (que aún no me ha aceptado en facebook, si bien diré en su descargo que viaja mucho y parece darle a esa red social la importancia relativa que merece) a la que conocí hace veinticinco años. Salir en la tele, en anuncios o películas concede un plus de atractivo a personas que pasarían poco menos que desapercibidas si nos las cruzáramos por la calle. Antes de la aparición de las revistas desmitificadoras como Cuore, algunos intuíamos que las actrices perdían mucho encanto físico sin maquillar. Discutí hasta el aburrimiento con un amigo sobre la poca relevancia estética de Sandra Bullock o el dudoso atractivo de la bocaza de Julia Roberts, sin entrar en las mínimas aptitudes para la escena de muchas de ellas. Llegados a este punto, demostrada queda la teoría de "los cabos no tan sueltos". Ahora vayamos por los agarrados. 
Una amiga, no actriz, bella sin maquillar, me ha dejado un mensaje o comentario. Y eso me ha recordado que hay personas, mujeres que no actúan, y que por ello merecen mayor reconocimiento. Por sus virtudes no públicas. Por enfrentarse a la vida sin disfraz y sin atrezzo. Lo merecen de sobra, mucho más que aquella actriz lejana.  Por ellas, por ella, que está cerca, va este texto-entrada. 

lunes, 29 de octubre de 2012

A VECES OCURREN COSAS

La bella y amable Babette, lejos de molestarse, me agradece por boca de su agente, no menos amable aunque ignoro si tan bella, la entrada en mi blog, que sometí a su consideración enviándole el enlace a su web. Se han tomado la molestia de traducirlo por medio de alguna página automática, y aunque reconocen que se han perdido algo, creen haber captado la esencia y buena intención de mi escrito. Dejo constancia del hecho, no por presumir, sino por honrar a Babette y a su agente. 

sábado, 27 de octubre de 2012

DEL AMOR BREVE, TRATADO EN VARIOS ACTOS NADA IMPUROS. Breve tratado del amor nada impuro en tres actos.

Si algo hay de común en muchas de mis historias es el amor, en sus múltiples apariciones, ora beatíficas, ora pecaminosas (las menos y las más, respectivamente, o lo contrario). No puedo aceptar los ejemplos que vienen como mera atracción físico-hormonal porque yo era un ferviente admirador de las mujeres como futuras madres de mis hijos y esposas amantísimas, Y tanto en Irlanda como en la SEMINCI tuve un par de apariciones que, si no marianas, sí podían haber sido casi divinas de no haberse vaporizado por diferentes motivos que aún me cuesta entender. La primera, que es la que ocupa esta entrada (palabra aceptada gracias a la sugerencia de Carlos L., antiguo compañero del colegio, que me lee los viernes, a quien se la dedico) tuvo que ver con el cine, y se fraguó el día antes de la jornada de clausura, aunque desde el primer día de festival ya establecí eso que se llama contacto visual. 
Habría que comentar, a modo de preámbulo, que se tiende a sobrevalorar a las actrices, no sólo en cuanto a su belleza, que por una extraña razón se incrementa ficticiamente por el hecho de salir en pantalla grande o mediana, sino en lo referente a su personalidad. Cuando las ves tomando un café después de la siesta, comienzas a pensar que son humanas. Sin embargo, el caso que me ocupa escapaba del mundanal ruido, aunque se acercaba mucho al de mi piano en las horas de la vermú, que en dialecto de cine no son antes de comer, sino de cenar. 
Babette andaba tan aburrida noche tras noche que se refugiaba en el bar del hotel junto a mi piano. Era entonces una joven y prometedora actriz holandesa que presentaba sus credenciales en el festival con una película de la que no recuerdo el título. La acompañaba a ratos un hombre a medio arreglar, pinta impostada de intelectual, nada atractivo, que trataba de poner cara de director de la película, y que desaparecía tras guardar el bolígrafo especial de los autógrafos sin estrenar. La bella Babette, sola en una silla, me miraba, brindaba conmigo, imitaba a Sue Ellen, la de Dallas, y me guiñaba un ojo o regalaba una sonrisa antes de subir a su habitación tras sus vanos intentos de entablar una charla conmigo, que era y soy incapaz de hablar y tocar el piano a la vez, es decir, soy pianisto. Algunos de mis amigos vinieron a hacerme compañía un día antes de la entrega de premios y gala final, y mi preciosa y fiel actriz de cabecera, acabada mi jornada laboral,  aceptó la invitación y se vino con nosotros a tomar una copa. Nada más pisar la calle de San Blas parecí recuperar el habla, aunque con dificultades, porque nos teníamos que comunicar en inglés. Acabamos en el Alfonso, un pub que servía copas y bocadillos hasta la hora de cierre. Allí nos desquitamos de las jornadas de silencio y hablamos, hablamos... dejando el final de la conversación para el sábado siguiente, durante el fiestorro y desenfreno final. Ella me preguntó si yo estaría y confesé que no tenía acreditación, pero me las apañé para hacerme con un pase.
Llegó la noche deseada y pisé la moqueta del hotel como si hubiese recibido todas las espigas de oro, plata y bronce, sonriente pero nervioso. En un momento idílico, de película angloparlante, tanto da británica que estadounidense, la vi aparecer junto al director, aquel ser anodino y directamente incómodo. Y entonces, cuando la tenía a menos de cinco metros, me paré a contemplarla con su vestido de noche, su cara de ángel (quizá a punto de transformarse en demonio...) y me morí de repente. Pero no  de amor, que ya lo estaba, ni mucho menos de lujuria o de vicio, sino de puro miedo. Las piernas empezaron a flaquearme, no podía andar, como en una pesadilla, y una vergüenza inexplicable tomó el mando de mi cerebro. Incapaz de hablar, de saludarla, de nada que me ayudara a saltar aquel abismo infranqueable, me fui alejando, y creo que ella buscó el pasillo y se marchó de la fiesta, de la noche de clausura y de mi vida. Aún me puede la lástima, la que yo mismo me causé, y en este crítico instante me siento imbécil al recordar y relatar los hechos. No se trataba de sexo. Era amor. O lo habría sido.
La fotografía pertenece al archivo de la web de Babette. La he tomado prestada sin su permiso expreso, aunque flickr no me ha puesto pegas. Excepto que me invitase a tocar con ella, porque además canta, nada me agradaría más en este instante que recibir un email personal de Babette aunque fuese para que retire su foto.  Así al menos podría pedirle perdón. Por usar la foto y por haberme portado como un pelele aquella noche. Como un gilipollas.

viernes, 19 de octubre de 2012

SEMINCI

La semana internacional de cine me trae muchos y siempre buenos recuerdos, excepto uno nimio por provenir de una periodista indocumentada (y parapetada tras seudónimo, creo) que se atrevió a cuestionar la calidad de uno de los pianistas acompañantes del ciclo de Dreyer, a quien atribuyó "un interminable rosario de nocturnos de Chopin" para ambientar la proyección de "Juana de Arco". Aunque traté de hablar con la redactora, a la que identifiqué durante la jornada de clausura gracias al soplo de otra amiga periodista, ella huyó de mí y de paso se evitó una sofoquina por su osadía. El pianista en cuestión no era yo, sino una estudiante de décimo de piano que hoy es profesora en el conservatorio superior de Salamanca (a la que mencioné en otra entrada de este blog), y su elección de la obra de Chopin era bastante acertada, si bien no  exactamente una banda sonora improvisada, como era menester cuando no había partitura ad hoc, que en nuestro caso fue nunca. El propio Dreyer no habría encontrado mejor compositor que Chopin y seguramente se habría indignado nada o mucho menos que la escribiente, por lo visto más cinéfila que melómana. 
En aquella época gloriosa de la SEMINCI los periodistas no pagaban por informar (aunque algunos redactores lo merecieran por zafios), y yo pululaba entre actores de primera y segunda, directores, miembros del jurado (aunque había muchas, las mujeres aún no eran miembras) e invitados de cierto o incierto pelaje. Mis jornadas iban del hotel en que se alojaban todos ellos a los cines en que se proyectaban películas mudas, entreteniendo a unos con temas de ayer y hoy y a otros con mis improvisaciones al hilo de la peli. Disfrutaba mucho con el trajín y gozaba de cierto predicamento entre los actores, que me invitaban a alguna copa, pedían que los acompañara en sus interpretaciones e incluso a sus habitaciones, aunque esta clase de ofertas la decliné siempre, precisamente porque actores significa del sexo masculino.
Casi siempre aparecía alguno de mis amigos a tomar una copita y de paso ver de cerca a actrices famosas (¿tú también, Fer B?). 
Los nombres... para otra entrada.

sábado, 13 de octubre de 2012

MENOS MAL

Una vez comprobado que nadie tomó el título del post anterior como una encuesta, respiro más tranquilo.

jueves, 11 de octubre de 2012

¿SERÉ TONTO, ENGREÍDO O AMBAS COSAS?

Mi amiga Clara, la gallega indómita y generosísima, que contraviene las normas más elementales de la física o quizá asevere la teoría de la relatividad, porque es más grande por dentro que por fuera, (si es que lo de Einstein tiene que ver con eso), me sugiere llanamente que escriba lo que me dé la gana. Sabio consejo que me recoloca los pies donde nunca tienen que dejar de estar ni cuando, como yo, se tiene la friolera de veintitrés seguidores, de los que me consta que la mitad ni me leen, pero no saben cómo borrarse. 
El afán por agradar y ganarse amigos nos juega malas pasadas. La clientela de subsistencia, de la tienda de ultramarinos o el supermercado, es necesaria. La que alimenta el ego... debería de ser prescindible. Por suerte Fernando B. y Clara B. son amigos probados en distintas situaciones, como los análisis clínicos de productos, y ni destiñen con el uso, ni encogen ni nada por el estilo. así que al primero le dediqué el post anterior y a la segunda este. Para los dos va la foto, con aroma gallego, no de Mondoñedo pero cerca.

martes, 9 de octubre de 2012

MÁS DEL COLE, VERSÍCULO SEGUNDO

En honor a FER 14663, que ha sido el primero en hacer una propuesta, continúo con el relato de historias escolares. Como además he eliminado el control de comentarios, o sea, la censura, en vista de que jamás he borrado ninguno inconveniente porque no se ha producido, lo que demuestra que mis veintidós seguidores registrados son gente de bien, la sugerencia de Fer(¿nando?, me aventuro) ha quedado en primera línea de playa sin tener que asomarse por la gatera. Las demás  están por llegar. Espero.

Era del año la estación florida, o mejor, septiembre mayeaba, o peor, en mi segundo día de colegio descubrí varias cosas alegres y algunos nubarrones: que la profesora me gustaba (y eso que aún me esperaba la guapaza de segundo, de la que quizá haya escrito ya y puede que vuelva a hacerlo); que me iba a ganar un enemigo sin hacer nada más que ser guapo e inteligente (la envidia insana, si es que existe de la otra, es malísima); que primero de egebé estaba chupado; que los Reyes Magos eran cualquier cosa menos ecuánimes, y que ser el niño de confianza de la seño era un deporte de riesgo.

No me costó nada hacer amigos, aparte de los que traía del otro colegio, por mi simpatía, belleza y don de gentes. La humildad aún no había hecho acto de presencia (espero que no tarde, porque mi posición ya es indefensible) pero ni falta que me hacía. En pocos días había pasado de ser un tonto vulgar, (a falta de terminología oficial: ACNEE, TDAH, significaban en aquella época "dale una colleja", "no para quieto" o directamente "cero a la izquierda") a el listo de la clase, o uno de los listos, lo cual significaba ser objeto de envidias y burlas a partes variables. Yo provenía de un colegio de monjas con sección de clausura en el que de vez en cuando se escapaba un tortazo o una manada de collejas de esas terapéuticas y episcopales, pedagógicas y milagrosas, que me ponían la cara roja y el alma en pecado mortal. Los jesuitas, grandes conocedores del marketing, me cambiaron la autoestima (la satisfacción del cliente) gracias a los cuidados de las primeras diplomadas en profesorado de EGB, las fichas, las Unidades Didácticas, que entonces eran sinónimo de Sociales y Naturales, y mucho cariño maternal. Así que pasé de ACNEE de perfil bajo a ACNEE de nivel C2, o sea, superdotado, en cuestión de tres meses. Quizá las aguas del Cantábrico fueran milagrosas, porque mi primer veraneo en Santander ejerció de varita mágica. La cosa es que mi cole nuevo, después de la premier, con llantos reseñados en lo alto de la valla, fue el paraíso... hasta que aparecieron los hermanos malasombra, sobre los que prefiero guardar silencio, excepto para decir que de vez en cuando me cruzo con alguno de ellos y me siguen pareciendo unos pobres miserables, por más pasta que dijeran tener. 

Mi profe era una mujer encantadora, con voz de contralto y una permanente sonrisa que me cautivaba. Creo que, salvando las distancias, ella me adoraba también y hasta me tenía enchufado, si bien es cierto que a veces el exceso de confianza me procuraba malos ratos. Una vez me dijo a media voz, tirando a bajito:
-En el cuarto de baño del patio hay un compañero que está malo. Vete a ayudarle. 
Dicho lo cual me puso un paquete de cuartillas de las de archivar, con margen y dos agujeros, en la mano. Salí en busca de mi amigo enfermo y después de investigar por los retretes lo encontré postrado, o mejor, sentado en su lecho de muerte, a juzgar por el olor que salía. Traté de ayudarle a paliar sus pérdidas o al menos enjugarlas con grandes dosis de papel, que por estar satinado, no ayudaba mucho, y de agua que recibía directamente en su culo entre sus quejas de "está muy fría" y mis intentos de convencerlo de la benignidad de mi método "húndete en la taza". Agotadas las provisiones de papel, corrí a por más y la profesora, al verme entrar en clase, me miró con la cara que pone el familiar de un enfermo terminal, a la que respondí con dos palabras:
-Más papel.
Sin objetar una sola palabra, me dio otro paquete de cincuenta hojas DIN A5, que no apuré gracias a las ganas de mi compañero por curarse y salir de aquel castigo de baños fríos al que le sometí por su propio bien.




viernes, 5 de octubre de 2012

¿POR DÓNDE TIRO?

Anoche pregunté a una amiga periodista qué se puede hacer para que un blog (bueno, el mío) llegue a más personas. Es obvio que dar el coñazo por las redes sociales puede servir, así como enviar el enlace a mis amistades (con la solicitud de que lo reenvíen a las suyas) cada vez que escribo algo. Eso ya se me había ocurrido, pero mis amigos no merecen ser permanentemente abusados, así que sólo de vez en cuando hago algo semejante. 
Me puse a pensar y releer mis últimos textos y me pareció que la segunda sugerencia de mi amiga tenía más lógica: preguntar a mis seguidores de qué les gustaría que escribiese. Me arriesgo al batacazo si alguno me pide algo sobre astrofísica, bioquímica o constructivismo ruso (tema este último sobre el que conozco a un verdadero experto que me ayudaría como hizo con un trabajo de primero de magisterio, demostrándome por qué los arquitectos y los maestros no nos parecemos en nada cuando dibujamos un lapicero). Sin embargo, compruebo que he dejado abiertos varios frentes en el último mes: la mili, el cole, las novelas malas que lee mucha gente y un mes en Dublín. Por eso solicito de vuesas mercedes, pacientes amigos - lectores, que me sugiráis mi próxima entrega. Esperaré ansioso unos días y aceptaré vuestras peticiones, si se produjeren, por riguroso orden de entrada.
Gracias, majos.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Baile Átha Cliath, o sea Dublín, (Irlanda, o sea Éire).

Ha sido por culpa de la dichosa tecnología que no he podido hacer lo que había pensado esta tarde, porque los USB, drivers y las muchas manos que tocan mi ordenador del trabajo se han confabulado para arruinarme el proyecto musical que tenía en mente. Así que he ido adelantando otro a más largo plazo, que tiene que ver con un viaje, y de repente me ha venido a la cabeza el nombre de la calle y hasta el número del lugar en el que pasé medio verano de hace veinte años. Gracias a la tecnología, esta vez bendita, de Google Earth he comprobado que tenía un recuerdo bastante aproximado de las calles, del barrio, de las casas, que en todo este tiempo no han cambiado nada.  Al recorrerlas en el mundo virtual he sentido un pellizco en la tripa, un mariposeo o alguno de los símiles al uso cuando algo te revuelve por dentro. Incluso aparecía la figura de una mujer que se asemejaba enormemente a la que me acogió entonces, y eso me ha removido aún más, por cuanto Mona tenía más de setenta años en 1992 y la supongo ya alejada de este mundo o al menos no tan lozana como me ha dado la impresión googleliana, si bien era una mujer sanísima y despreocupada, cuya único entretenimiento consistía en dar cobijo a estudiantes y mantenerlos vivos con sus comidejas hasta cobrar el precio estipulado por el alojamiento y pensión. Una de mis mayores alegrías era llegar a casa a mediodía y que ella estuviera en la capital, porque así me dejaba fast-food que siempre era preferible a los resultados inciertos de  sus devaneos con la baja cocina irlandesa. O sea, que me evitaba un sufrimiento innecesario. Sin embargo era muy atenta, le encantaba charlar y más con una copa de vino blanco. Me habían dicho que una botella de vino de la tierra siempre era bien recibida, pero preferí comprarle un libro precioso sobre mi región, que mantuvo su mirada apenas el tiempo en que se cansó de esperar un obsequio alcohólico posterior. No sé si por despecho, venganza o tal vez falta de tacto, me invitó a una cerveza y usó mi libraco en papel couché de alto gramaje como posavasos, por si me quedaban dudas del aprecio que le tenía. 
Me cedió su dormitorio en la parte alta de la casa, un chalet pareado de madera, y cada mañana me esperaba para desayunar en la cocina, donde me servía té con leche, tostadas, cereales, fruta, zumo, ya fuera por separado o en asociaciones imposibles o al menos improbables. No era difícil encontrar dos galletas, un plátano, cereales de tres clases diferentes y nata montada, o qué sé yo en el mismo bol. Por suerte me dejaba la leche aparte y eso me permitía seleccionar lo que iba a sumergir y lo que no. Inflado como un Bibendum me dirigía a la escuela hasta la hora de comer, cuando regresaba a casa temblando por lo que la mente creativa de mi Mona pudiera haber diseñado como almuerzo. Su concepto de guiso elaborado consistía en costillas de vaca cocidas con guarnición de patatas a los cinco estilos: croquetas de patata, bolitas de patata, puré de patata, patatas fritas y patatas cocidas con su mantequilla de regalo, todo ello en el mismo plato. Siguiendo el horario irlandés, la cena se servía a las seis, y hasta catorce horas después no se ingería nada en aquella casa, por lo que los monitores recurríamos a la bien ponderada capacidad alimenticia de la Guinness, que mantenía el estómago en stand-by hasta el desayuno del día posterior.
El verano siguiente recibió a otro compañero de trabajo, del que ya he hablado en alguna ocasión, que comparte nombre y primer apellido conmigo. Cuando lo vio en el aparcamiento donde recibían a los estudiantes españoles, le saludó y le llevó a casa. Supongo que la mujer, por más que trataba de fijar su imagen, no conseguía hacerla coincidir con la que tenía de mí, no sólo la mental sino una foto que le envié.  Tras el escaneo infructuoso en todos los recovecos de su cerebro, no pudo contenerse y dijo, en inglés, por supuesto:
-Cuánto has cambiado, Roberto. Estás más guapo y más joven.
-Claro, -respondió mi amigo-, como que no soy el mismo.

sábado, 29 de septiembre de 2012

HISTORIAS DE LA P... MILI, I

En "el Jueves, la revista que sale los miércoles", y que siempre he defendido que antaño era la que salía los viernes, hasta que las distribuidoras de prensa escogieron el miércoles como día de reparto masivo, había unas historietas sobre la mili, cuyo autor era Ivá, para mí uno de los mejores viñetistas y comiqueros del semanal gamberro. Dicho esto, que es bastante decir, me atrevo a tocar uno de los temas recurrentes, obligados y, para algunos —probablemente objetores—, aburridos: la mili, a quien Aznar (que merece un monumento sólo por eso, o sólo por eso merece un monumento, según encuestados), tenga en su haber.
Ya que no puedo hablar en primera persona del parto, porque no soy mujer ni espero llegar a serlo, pese a la cuota que pese, y que es el tema contraataque, lo haré de mi breve servicio militar, del que me he acordado por casualidad esta misma mañana mientras pelaba patatas para hacer un pisto. Diré, antes de que se me olvide, que pelar patatas era un castigo mítico, porque en las cocinas del campamento de Araca, en Vitoria (Gasteiz), donde yo las pelaba teníamos una máquina muy eficaz que las dejaba lindas y morondas, e incluso redondas y hasta mínimas si la máquina no era desenchufada a tiempo, lo cual sí acarreaba suspensión de funciones como pelador y acaso algún arresto estúpido, como solían ser  la mayoría  en el inframundo del ejército español. Consistía el invento en un bombo giratorio con paredes como de lija (siempre se dice "del siete", pero será por decir, porque no tengo claro el número y su correspondencia con la capacidad  abrasiva del grano), que por una combinación de estadística y física, eliminaba la piel del tubérculo, porque hay que decir tubérculo cuando no se quiere repetir patata, si bien sólo sirve como sinónimo cuando se ha mencionado antes la propia patata, que si no tubérculo valdría para otros como la batata, parecida pero no igual, como bien me explicó un ex-conocido hace años, hace años la explicación y el ex-conocido, que ni eso es ya, a Dios gracias, porque era bastante imbécil, aunque él, como todos creemos de nosotros mismos, no se veía así, sino todo lo contrario o más.
Trotaba el año ochenta y seis cuando fui llamado a filas, o sea, que no encontré excusa para librarme del caqui como color corporativo, que realmente no le favorece ni a Sharon Stone aunque lo lleve en las bragas, a menos que  no las lleve. Aquel mismo domingo pasé la última revisión, ni hernia ni pies planos ni nada eximente, ni siquiera pies pequeños, como alegaba un amigo entre risas del tribunal médico y el resto de los reclutas formados en calzoncillos. En apenas tres horas plañideras estaba en un tren que bufaba más que un dinosaurio, del que debía de ser coetáneo, lleno de adolescentes bulliciosos y petates verdes con vete a saber cuántas revistas consoladoras de las soledades por venir. Un muestrario desigual de novias, o de novias desiguales, como correspondía a lo democrático del servicio militar, en lo sucesivo "puta mili", se agolpaba, aglutinaba o deshidrataba según el caso, el grado de afecto o la prisa por mandar a la tropa a cumplir con la patria, en el andén de aquel correo, tranvía o intercity con más óxido que los ejes del carro de uno al que llamaban abandonao. A una velocidad media de sesenta por hora conseguimos llegar bien entrada la noche de finales de enero a la capital administrativa de las vascongadas, donde fuimos recibidos, nada amablemente, por una caterva de polis-milis, que más parecían  porteros de discoteca por sus modales refinados y su selecto vocabulario. Arrastrando nuestros macutos de infinita mano, llegamos a un microbús que nos sirvió para aprender un dicho muy común: tenía más mili que el palo de la bandera.
Y como he excedido el metraje, acabo de decidir que esta va a ser una "martrilogía", porque va de mártires de la mili en tres partes.

viernes, 28 de septiembre de 2012

NOVELILLAS CACHONDAS

Anda revolucionado el mundillo subliterario desde que este verano se puso de moda una novela,  creo que de autora estadounidense, sobre las cuales no me he documentado especialmente (obra y escritora).  Lo poco que sé, de lo menos que he ido captando por comentarios de amigas, es que trata de sexo, oh, ese tabú que en el siglo XXI sigue siéndolo, hasta el punto de sorprender a críticos que afirman que "el género erótico ya tiene su primer best-seller", o que es "única en su género". Aceptaré que sea un best-seller si es sinónimo de libro regularmente escrito, de fácil consumo y mejor digestión (uno ni se entera de que lo ha leído), pero si erótico significa "una sarta de ñoñerías", que venga D.H. Lawrence y lo vea. Lady Chatterley sufriría un ataque de misticismo e ingresaría en una orden religiosa si fuera capaz de tragarse simplemente unas pocas páginas de la trilogía, porque además la autora, imagino que después de algún estudio de mercado con análisis clínicos previos, grupo de control y todo eso, ha colado su obra en tres voluminosos volúmenes firmados con seudónimo, probablemente para evitar la vergüenza, aunque quizá ya no dedique ejemplares con careta y hasta le apetezca ser la heroína de Norteamérica del medio.
Alguno se habrá percatado de que tengo pinta de contradecirme, afirmando que sé poco y habiendo luego explicando bastantes datos. Sobre una mesa de mi salón reposan los dos primeros tomos, uno comprado y el otro prestado, de tan insigne trípode sobre el que se asienta el erotismo de todas las épocas. He ojeado/hojeado algunas de las quinientas sombras y más bien me ha dado la risa, por lo estúpido del argumento y lo infantil del lenguaje. 
Si algún día me atrevo, publicaré lo que llevo años escribiendo. Eso sí, no será en este blog, sino en uno para mayores de cuarenta años.

sábado, 22 de septiembre de 2012

EL PRIMER DÍA DE COLE

El niño apenas tendría seis años y al salir de clase, de su primer día en aquel colegio inmenso, se encontró perdido. Siguió las instrucciones que le había dado su hermano, ya un veterano de segundo de bachillerato, pero del antiguo, el que se empezaba a los once años, antes de que Villar Palasí instaurara la EGB. 
-Espérame aquí cuando salgas, no te muevas.
Allí estaba, como un clavo, plantado exactamente en el punto cero, descubriendo la soledad entre cientos de niños despreocupados. Sin reloj, sintió la percepción del tiempo que doce años más tarde le explicaría el profesor de filosofía, aquello de la durée de Bergson, y le pareció que cinco minutos eran una eternidad, abandonado el pobre el día de su estreno. Dominando su miedo a las alturas, se encaramó a una valla como el vigía angustiado en busca de la tierra salvadora. En lo alto tampoco cambió su perspectiva... y empezó a llorar de golpe, con un llanto húmedo y desesperado, ajeno al rubor y la vergüenza. Se sabía observado, menospreciado, el hazmerreír de todo el colegio, nenaza, mariquita, llorica... pero todos los agravios le dieron igual cuando vio a su hermano caminando, trotando hacia él. Descendió en un segundo, burlando de nuevo al miedo, y se agarró a las piernas de su salvador, que le acarició  sus pelos rizados.
-Perdona, es que el profe nos ha tenido un rato más y no he podio llegar a tiempo... por tres minutos.

Habría jurado que llevaba una hora esperando, pero eso ya daba igual. Los dos regresaban a casa de la mano, y más tranquilo hasta se atrevió a contarle que su profe era la señorita Maricarmen, y que había algunos compañeros del otro colegio. En casa nadie supo del incidente, pues su hermano y él se irían guardando algunas informaciones a lo largo de sus años escolares para no perjudicarse, siguiendo un pacto de silencio que aprendió aquel primer día sin explicación previa. Hoy por ti y mañana... por mí. Gracias, hermano.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

¿QUÉ CONTAR?


Me pregunto con frecuencia cómo hace un columnista o bloguero con contrato para cumplir sus obligaciones diarias. El recurso a la actualidad político - económica, que viene a ser lo mismo, es demasiado frecuente y además contraviene mi libro de estilo. La anécdota desde el punto de vista intelectual y moralmente superior de algunos escribientes también resulta abusiva y maniquea. Las lecciones de ética a cargo de doctores en nada tampoco me rozan la fibra. En fin, que supongo al colaborador suplicando que su maquinaria se ponga en marcha y dé a luz un texto brillante, ya sea de forma laboriosa, a base de manual, tablas o disciplina, o tal vez a partir de un chispazo de genialidad que se alarga por espacio de ciento cincuenta palabras o las que figuren en convenio. Como escribo por puro placer, y aún así me asalta la culpa por abandonarme más de la cuenta, no me someto a semejantes ejercicios de productividad pagada, que me recuerdan al soneto tramposo de Cervantes, aquel en el que completaba catorce versos contando cómo se completaban catorce versos sin tener absolutamente nada que contar, excepto los propios versos. En fin, un afortunado desatino por venir de D. Miguel. Pero a mí no me sirve.
PD.- He encontrado al final una foto que resume mi estado.

miércoles, 8 de agosto de 2012

FEMINISMO DE PACOTILLA

A.D. (Si hay una post data, habrá una ante data).
Dedicado sinceramente a mis familiares (mujeres) y amigas. Con cierta envidia.

Leo en la prensa que, excepto una medalla olímpica en Londres, las demás son obra de mujeres. Mejor dicho, que todas las medallas españolas han sido ganadas por mujeres, excepto la de triatlón masculino, nunca exento de sospecha a falta de confirmarse el análisis de estrógenos. La noticia es que no debería ser noticia, porque no tendríamos que hacer distinciones: todos son atletas (o todas son (¿san?) atletos). La cosa no tiene ningún trasfondo político, porque en los JJOO de Pekín, que se escribe 北京 pero se pronuncia Beijin, (o sea, que mi tía tiene un perro Beijinés), las mujeres del estado español, o representantes del COE, que no es lo mismo, ganaron más medallas que los hombres, lo cual deja en fuera de juego las leyes de la paridad, la maridad y el padre que las marió en plena efervescencia de las cuotas.
Finiquitado con chanclas el preámbulo, por no salpicarme con lo que prometí evitar al fundar mi blog, quiero aprovechar esta oportunidad que me brinda mi "guaderno", que me brindo yo, chin-chin, para mandar a tomar pomada a todos los que pensaron que las mujeres necesitan el empujón de las leyes pseudo-protectoras para colocarse donde merecen. La naturaleza, que es más sabia que todas las leyes juntas, en pasando el tiempo acaba por ubicar a cada quién donde merece. Y si el record de maratón femenino, que es asunto de arte mayor, anda cada vez más cerca del de los machotes, ya podemos ir contratando un buen seguro a todo riesgo, por la que nos pueda caer, venganzas (justificadas) aparte.

miércoles, 18 de julio de 2012

CULTURETAS 2012

Hola, soy el nuevo crítico musical de la revista "Hay que joderse para no caerse". Es un nombre en clave que se le ha ocurrido a mi jefe, y además tío, que aunque sabe perfectamente que cantidad de peña no lo va a pillar, lo escribe sólo para inteligentes y a los demás que les den.
Anoche me envió a un concierto de jazz de un señor muy importante. No me acuerdo cómo se llama el colega, porque lo ponía en la entrada y como yo iba acreditado no me dieron tique.
Lo que más me llamó la atención al entrar fue que no hubiera chicas monas, pechugonas y altísimas, como en los conciertos de la sinfónica o las carreras de motos o fórmula uno, sino chavales normales con camiseta negra, que ya se sabe que el negro es el color de los que no quieren ser como los demás, que van de colorines y marca, aunque ellos lleven el negro como color corporativo. Quizá sea porque siempre nos dijeron que el negro era la ausencia de color... Negro también era el pianista, pero luego hablaré de ese, que como es persona no es negro sino de color, y eso que el negro era la ausencia de color. Cada vez entiendo menos y aún no he empezado a criticar...
Otra cosa fue que al aire libre se puede beber alcohol, o que los progres y entendidos beben de forma responsable. Incluso vi un porrete en manos de una chica muy mona con una inscripción en la espalda, desde el cuello hasta donde la camiseta la tapaba, en caracteres hebreos, que ya se sabe que aunque ponga "La verdad os hará libres", si va en judío o japonés queda por encima del bien y del mal, y muy por arriba del regular. No sé si le gustó el concierto, porque se lo pasó dándole a la birra y al morro de su novio-chico-pareja o como se diga ahora.
Otra cosa muy impactante para los sentidos de olfato y vista era que la mayoría, y digo bien, de la gente tenía un tufillo a sudor y/o pachuli, y tendencia a enseñar la ropa interior, ya fuera en su forma masculina de calzoncillo o femenina de braga/tanga. Me hizo ilusión comprobar que los Abanderado siguen en primera línea. Lo sé porque como unos cuantos llegaron tarde, con el concierto ya comenzado, pasaron por delante de mí, (que no por delante mío, Dios me libre de poseer un delante), y me mostraron su muda y su falta de muda. Pude ver entre el público a representantes de prensa, políticos, consortes de unos y otros con estilos en la onda de "soy libre como el viento y paso de todo, pero quiero que se me note", personajes de la cultura provincial-provinciana y figurantes varios. Eché de menos a algunos fijos (más comisiones), aunque imagino que, o no pudieron pillar un pase de favor sin ser críticos (como yo), o estaban muy ocupados en su estudio, terminando un avant-garde proyecto monárquico-republicano por lo que pueda venir.
Presentó el espectáculo un hombre calvo y cincuentón que se disculpó por los recortes, palabra de moda, que dio paso a otro que no se disculpó por nada, sino más bien presumió de su habilidad para contratar a diestro y siniestro (más esto que lo otro) y con una falsa modestia cercana a la náusea, (si supieras que sé lo que crees que nadie sabe...) dio paso al elenco de artistas de primera fila, en el que sólo faltaba él, que no estaba por falta de tiempo.
Centrándome, si puedo, en la música, diré que el protagonista era un señor agachado que tocaba la trompeta. Reconozco que me pilló por la retaguardia y tuve que consultar a toda prisa en mi "esmarfoun" la wikipedia para enterarme de que era esquizofrénico desde muy pequeñito (el trompetista, no yo, que lo mismo también y no lo sé) y probablemente eso le ocasione conductas "diferentes". Eso no obsta para aplaudir su virtuosismo, que chocaba con el de los técnicos de sonido o el equipo en sí, al que le faltaba un cross-over o un speaking-splash como a mí dinero a fin de mes. Comenzó el recital con la estructura de "preludio-tutti-solo principal-otros solos-tutti-final" que respetó escrupulosamente a lo largo del evento, o al menos de la parte que presencié. Los solos de batería y contrabajo, que para mí son algo contranatura, se hicieron esperar hasta el tercer tema. Me supo mal que los presentes se miraran unos a otros para empezar a aplaudir tras cada solo o al finalizar cada canción, pero como hace menos de un mes fui el único que se puso de pie durante el consentimiento de dos contrayentes en una boda, que es la parte principal de la ceremonia, y tuve que sufrir las miradas de los fieles-infieles, ya me hago a todo, o lo que es lo mismo, tengo el culo pelado.
Tres cañas, dos porros, cuatro calzoncillos, un eructo, dos pachulis y un tanga más tarde, salí de allí mirando al cielo, con mi espalda y mi próstata dando gracias por el fin del suplico en forma de silla "Junta de semana santa".
Y es que el jazz, no lo puedo evitar, tío, se me hace pelín largo.

jueves, 12 de julio de 2012

22 DE JULIO, SANTA MARÍA MAGDALENA

Matapozuelos, 1983. Mis primeras fiestas de pueblo llegaron gracias a la invitación de Pedro, un compañero del colegio. Tuve que disfrazarme de delegado sindical para negociar duramente con mis padres las condiciones y contraprestaciones de aquel inesperado fin de semana a casi cuarenta kilómetros de casa. Cuando alguno de mis hermanos y yo pedíamos una mejora de nuestro convenio, se establecía la lucha de clases, poderes y derechos adquiridos que le es propia a cualquier causa discutible. Mis padres hacían, sin pacto previo, el papel de poli bueno, poli malo, y al final...
Aquel fin de semana conseguí viajar en tren, cenar y dormir fuera de casa, estar de fiesta con mis amigos y compañeros de clase y pasarlo bomba. Una mesa enorme con los padres de Pedro, sus hermanas, su abuela, y mis amigos José (léase Jose, que es como hay que pronunciar a los Josés de toda la vida), Nacho, Jesús, Juan Luis, César y probablemente alguno más, aparte del mismo Pedro, nos reunió en torno al lechazo asado castellano (y no leonés, pese a lo que digan las autonomías). Una sangría - limonada con mucha agua y más canela que el arroz con leche, en los años en los que el alcohol no suponía reclusión mayor para un dieciochoañero, nos ayudaron a dar cuenta de la cena. Recuerdo perfectamente que Nacho se enfrascó en una batalla de "machotismo" con el padre de nuestro anfitrión para ver quién los tenía mejor puestos. La cosa-apuesta consistía en comerse las partes del lechazo más cercanas a la casquería. La lengua, el hígado, el riñón... hasta llegar el ojo. En ese momento, Nacho tiró la toalla y reconoció que era vasco, pero de las afueras.
Corrimos los toros a distancia, recenamos las sobras con baileys y dormimos menos que poco. Hasta pusimos en la cama de Jose, que era Sanmi, un cordero obsequioso de cagalitas y balidos para que le acompañase en su despertar.
Mi padre se acercó, como quien no quiere la cosa, a eso de la media mañana del domingo. Saludó y se fue. Unas horas más tarde regresamos a casa, más hombres, más amigos y mucho más cansados, tras una ceremonia iniciática e inexcusable que se iría sumando a otras en nuestro camino a la madurez.


lunes, 25 de junio de 2012

ARGIMIRO, CRISTINA Y LA SASTRA.







Aún ando entre condicionales, pasivas y verbos frasales, ese bendito invento británico más pérfido que la misma Albión, pero cuando pretendo concentrarme en la "dramática" inglesa me vienen otras ideas disuasorias. La de ahora tiene que ver con lo que acabo de leer en el blog "Malditos cabrones", cuyo escribidor recuerda las visitas de su médico de familia allá cuando lo llamábamos "de cabecera" y venía a casa a recetarnos inyecciones. Comparto sus vivencias, aunque a diferencia de su galeno, el nuestro era un tipo avinagrado "es muy bueno pero muy serio", y siempre me pareció en edad de haberse jubilado, cosa que no sucedió hasta la abolición de las intramusculares.
Mis recuerdos, que no añoranzas, se mezclan con los del peluquero, la practicanta y la sastra, y conste que entonces ya las llamábamos así sin necesidad de la ley de igualdad y la intromisión de los políticos en las normas de la RAE.
Argimiro era un hombre bajito, de voz grave tirando a ronca y tijera fácil pero errática, que le cortaba el flequillo a raya a mi hermano, y nada más secársele el pelo se le convertía en la gráfica del paro. Usaba una maquinilla de rasurar que nos hacía cosquillas en el pescuezo, supongo que en base a alguna reacción química del metal con la roña morena que yo acumulaba aprovechando los pocos despistes de mi madre en materia de higiene filial.
Cristina era la practicanta, y a muchos años vista la recreo gordita, baja y con la mala leche de un novillero cuarentón. Entraba a matar en corto y por derecho, y nos dejaba la pierna para el arrastre. Mi madre sufría aquellos puyazos como si fueran en carne propia y solía premiarnos con chuletillas de lechazo y patatas fritas cuando estábamos malos, por aquello de favorecernos el apetito. Creo que mi récord de 42,5 grados nunca fue superado por nadie de mi familia, y tampoco la frase, de todo menos alentadora, de mi hermano, que la observaba ponerme paños de colonia en la frente. "Mamá, si con esa fiebre no ha palmado, es que es muy fuerte". Sólo acertó en la primera parte de su dictamen.
La sastra, tercera aparición de esta tarde, también era bajita. Supongo que la media nacional en los años setenta y la dieta de leche en polvo y carne congelada que nos enviaban los argentinos en la post-guerra tendrían parte de culpa, aunque por suerte yo llegué a tiempo de los potitos Bledine. Aquella mujer nos hacía ropa a medida, y aunque mi madre sigue insistiendo en que era una buena profesional, en mi opinión no había sido tocada por los hados del diseño pret-a-porter, por lo que ni recuerdo su nombre.
Y así se nos hacía un domingo post-anginas: disfrazados por la sastra y cojeando por las eras de San Cebrián, tratando de evitar a mi abuelo Serafín, barbero del pueblo, que insistía en retocarnos la nuca y el flequillo.






sábado, 23 de junio de 2012

TEMPUS FUGIT TO ALL MILK

Este blog, entre otras funciones, tiene la de recordarme lo aprisa que pasa el tiempo y además me hace repasar mis andanzas de entrada a entrada. Así figura que hace más de un mes que no tengo nada que contar o tiempo para hacerlo. Y viene a resultar que últimamente ando atareado y nervioso por cuestiones administrativas, o sea, el dichoso papel que atestigüe que sé lo que sé. Acabo de leer en facebook el mensaje de una amiga catalana, catalanísima de verdad, que celebra la consecución del nivel D, que debe de ser como la repanocha. Supongo que me sentiría igual de contento - frustrado si a estas alturas me obligaran a pasar por un examen para convencerse de que hablo y escribo castellano con una cierta soltura. En fin, que mi ausencia del "guaderno" obedece a la necesidad detectada por la administración de acreditar a los pseudo-bilingües, y ahí estoy. Tengo de bilingüe lo que los futbolistas de la selección española de intelectuales, pero el B2 se encargará de decir lo contrario.

viernes, 15 de junio de 2012

VERGÜENZA ME DA

No deja de sorprenderme el poder de internet. Aparte de su utilidad enciclopédica, es capaz de convertirnos en unos seres bobos y dependientes del "aifon-blackberry-loquesea-android". Vamos, que acabes jugando al apalabrados cuando tienes el scrabble en un cajón y puedes compartir charla y una copa con amigos, es de locos.

viernes, 8 de junio de 2012

A DIFFICULT EXPERIENCE


It had been a difficult experience, but I had survived. The wind was becoming stronger and I was not able to walk faster, while the rain was hitting my face, and my strength was coming to an end, a fatal end. Suddenly I remembered my old yoga master´s words: never give up even when you can see the edge of the precipice. So I decided to stop for a while, breath deeply and think… until the solution came to me flying softly like butterflies in the early summer. I put my bag on my feet, concentrating on every step I made, and without losing my control, I tried to close my umbrella very slowly…. but I could not. And then, I had to make my mind up in order to face my destiny. I threw my ruined umbrella away and walked back home in the rain. On entering the doorway, soaking wet, I smiled proudly as a winner. My bag was safe and I took out what was in it: a red fish for my daughter. It had been a difficult experience, but I had survived (and my fish, too).

jueves, 19 de abril de 2012

I WILL NEVER FORGET MY FIRST DAY IN…



I will never forget my first day in L.A. After an endless flight during which I could (and did) taste all the wines available in the menu, write a couple of letters, read a whole book and even sleep for a while, I landed at L.A.X. absolutely exhausted. That was my first flight alone and that is why I was suffering a strange feeling of fear, which became bigger when a customs officer, asked me for my passport and then if there was any chorizo in my suitcase.
-Although I am Spanish, you can be sure there is nothing edible in my case. In fact, I hate chorizo, I firmly answered.
The man looked at me and as he could not find any dubious gesture in my face, just gave me my passport back and let me go.
My friend Jimmy was waiting for me at the meeting point to pick me up in his old Cadillac Seville. It took us no longer than fifty minutes to get to his tiny apartment by Redondo Beach. He helped me to unpack and took a parcel his mother had given to me the night before, opened it and showed me… a nice piece of chorizo hidden among the clothes.

viernes, 30 de marzo de 2012

PIQUETITO DE LA CALZADA

Va ese pedazo de fistro con bandera que me mete el mástil casi por el diodeno y me pregunta:
-¿Dónde vas, cobarde, es que no sabes que hay huelga generarrrrrrrrrrr, por la gloria de mi madre?
-Voy a trabajar al colegio, a hacerme cargo, entre otros, de tus hijos, que mientras enarbolas la bandera y pones pegatinas no tienes con quién dejarlos. Si no te importa, ya te estás metiendo la información por el salvoconducto.
El piquete traga saliva, se le nota porque se le da de sí el jersey de cuello cisne cuello negrorrrrrrrrrr. Se da la vuelta, y dirigiéndose a los demás amables informadores, dice muy digno:
-Dejadle que pase adelanteeeeeeeeee, que es de los nuestros.
O algo asín. Digo.



viernes, 16 de marzo de 2012


La ley de la casualidad existe. Una noche conocí a un tocayo cuando estaba buscando información sobre Antonio López, el pintor. Representado por la misma galería Marlborough apareció otro que me cautivó tanto como para pedirle todos los catálogos disponibles, una lámina que tengo enmarcada en mi pequeño estudio (si aceptamos por estudio una habitación de siete metros cuadrados llena de trastos entre los que me incluyo) y unas tarjetas. A la mañana siguiente al pedido me escribió para asegurarse de que iba en serio y no se trataba de un calentón inducido por el alcohol. Aunque había parte de verdad en su suposición, insistí en solicitarle los catálogos y además firmados. Le hizo gracia la coincidencia de nombres y aparte de cumplir generosamente se molestó en regalarme algunas otras cosas. Incluso pude ponerle nombre a un cuadro de un monográfico sobre botellas, "message in a bottle", como decía también una canción de Police.
Años después, cuando intentaba renovar mi carnet de conducir en la oficina de correos, el empleado que me atendía se ofreció a echarme una mano para rellenar los impresos, farragosos como casi todos, y la risa nos invadió cuando le di mi nombre y él confesó que se llamaba igual, incluyendo no sólo el primero sino el segundo apellido. Creo que le comenté lo del pintor, pero no estoy seguro.
El más importante para mí, más que un pintor y que un funcionario (si cabe) fue el caso de un maestro con el que coincidí durante unos años en mi mismo centro. Él impartía inglés en clases complementarias, justo cuando acababan las mías, así que nos cruzamos en la sala de profesores y me presenté para ofrecerle mi ayuda si le era necesaria. Para mi sorpresa, él se identificó con mis mismos datos, nombre y primer apellido, lo cual nos hizo reír de inmediato. Al año siguiente pasó a formar parte de la plantilla de maestros - tutores, lo cual a veces provocaba algunas dudas y anécdotas entre los padres, como aquella en la que uno preguntó por Fulano, pero como éramos dos Fulanos, intentó desfacer el entuerto mencionando el apellido, que tampoco ayudó a aclarar con quién tenía la cita. Luego añadió que había quedado con "el de inglés", pero los dos lo éramos, así que acabó diciendo que era con el deportista. Creo que en una ocasión una madre de alumno, en semejante situación, dijo que había quedado con el guapo, así que tampoco se había citado conmigo.
Con el paso de los años, la convivencia y el compañerismo, que existe como muchas otras cosas difícilmente demostrables, nos hicimos muy amigos. Instauramos un par de citas al año para comer con nuestras novias (él resultó también más fiel que yo y a la actual comida de matrimonios trae a la misma mujer de entonces, cosa que yo no). Esa comida se ha convertido hoy en cena de cinco, con otro compañero y amigo, rara avis, por no decir rarísima. Hace unos diez años, mi querido tocayo fue llamado a otra empresa que le gustaba aún más. Para ser precisos, lo fue dos veces: no pudo acudir a la primera, por incompatibilidad con el trabajo principal, pero sí a la segunda, que él pensó que no se presentaría pero yo, en contra de su opinión, tuve claro que sí, tan convencido estaba de su valía, sin necesidad de poner zancadillas, imitar a Spiderman o hacer la cama a nadie, con una honradez profesional y personal que deberían figurar en los manuales de Educación para la Ciudadanía sin influir la filiación.
Creo que charlamos sobre su decisión, y yo, sin pensar ahora que influyese en absoluto, le apoyé y secretamente le envidié y admiré, porque estaba haciendo lo que yo siempre había querido: apostar por un ideal, con la salvedad y diferencia de que él seguía formándose y trabajando para tal fin y yo ya estaba más que adocenado en el que había sido el mío. Pasé un año malo, echándole de menos de forma tan ostensible que hasta la directora tuvo el detalle de llamarme para inyectarme una dosis de "lavidasigue".
Hace unas semanas las cosas cambiaron en su empresa y fue llamado como primer espada para tomar las riendas de la nave (sé que mezclo toreros, jinetes y marineros, pero lo hago deliberadamente para no dar pistas). Me emociona decir que me llamó el mismo día para darme la primicia, supongo que entre algunos otros, cosa que no me pone nada celoso, muy al contrario me llena de felicidad. Le di mi enhorabuena (huelga decir que sincera) y le deseé éxito en su nuevo cometido. Como es un señor muy formal y cumplidor, se está encargando personalmente de no llevarme la contraria. Y como es una excelente persona, paradigma de compañero y amigo, ese que todos querríamos tener, merece el éxito que anhelo para él. Conduce un grupo humano a quien está inculcando el afán de superación, de esfuerzo, sacrificio, trabajo en equipo, colaboración, respeto, ayuda, y un sinfín de valores que se echan en falta hoy en día.
Él sabe que deseo que triunfe por lo menos un noventa por ciento de lo que lo hace él. Y probablemente confío en su victoria, que necesita muchas victorias, en un ciento diez por ciento.
Cuando acabe su temporada le tengo preparada una sorpresa, sea cual sea el desenlace, porque el hecho de estar donde sólo dieciocho personas pueden cada año es ya un triunfo y más en un mundillo caprichoso que se mueve por impulsos, intuiciones y qué sé yo qué otras veleidades.
PD.- Tengo una tía de Murcia, pero no creo que le importe que el domingo arrases la huerta.