No pensaba escribir hoy. Llevo despierto desde las cinco de la mañana, sacándome la gripe-resfriado-catarro-bronquitis a base de escalofríos, sudores, tos profunda —flema no inglesa— e ibuprofenos.
—Leche caliente con miel —me sugiere Laura, mi joven y bella compañera, un encanto de maestra venida del cielo con paracaídas, que ayer se mostraba orgullosa —no es para menos, que la muy atrevida fue sin visón, contraviniendo las normas sociales, a quién se le ocurre— por haber asistido a la ópera de Nueva York desde un cine. —He visto Carmen, la de Bizet.
—No está mal, para empezar —le contesto por guasap, pero se lo toma a mal, o a regular como poco. Aún no me conoce lo suficiente como para aceptarme-aguantarme como soy. No le confieso que escuché en directo a Alfredo Kraus en el MET, y en el primer acto me dejó frío —mi ídolo caído—. En el segundo, el vello de punta me avisó de que algo grande estaba sucediendo —mi ídolo resurgido, lo que va de la noche al día—.
Luego intercambiamos mensajes ad hoc sobre la didáctica: del vino, de la ópera, de la leche con miel —descremada con miel de abeja, semidesnatada con miel de avispa. Matices y más matices—.
—La ópera es ópera, la componga Bizet o Verdi.
—La comida es comida, la cocine yo o Adriá.
Tarda en responder. Como aspirante a la final de Masterchef —llegó a las "semis", la fase anterior a salir en la tele, pese a que daba muy bien en cámara, condición sine qua non para ser cocinera televisiva, pero su lubina salvaje al horno se quedó en carpaccio o sushi, el puñetero horno— se lo estará pensando. Sabe que la aprecio, quiero, admiro, y por ello me perdona la caña cariñosa que le meto, igual que el abrazo que le doy por aprobar el TFG.
La gripe —como las heladas— era más severa con Franco. Cuarenta de fiebre, durante cuatro días, o diez bajo cero, una semana entera. Así crecimos, sin término medio.
Entre sudor y temblor, leo el discurso de Corral Castanedo para su ingreso en la academia de las bellas artes provincianas —las capitalinas se escriben con mayúsculas, bien lo sabría Umbral, que transmutó de pucelano a Madrileño—. Ya sea por casualidad o porque nació el mismo año que mi padre —se me antoja que patearon las mismas calles y conocieron a las mismas personas con mote—, lo encuentro muy familiar. Hasta puede que se conocieran. Gracias, Paz Altés, por regalarme el librito.
PS.- Una cantante-cantaora, con apellido de raza pura, declara en su entrevista del XL Semanal que toma zumo de naranja para desayunar, "pero medio vaso, que si no me da acidez". Cuando lleve veinte discos se atreverá a contar la verdad: le afloja el vientre, como a todos, pero ahora no es momento de descender a la sima escatológica. Yo contaría que desayuno lo que encuentro, me da pereza levantarme media hora antes para engullir una dieta cardio-saludable que, por cierto, nunca coincide entre las de quienes ocupan la última página del Semanal; que si café solo doble en vaso de duralex "sed lex"; tostadas de masa madre que me parió; mermelada de canguingos homeopáticos con peces fecales; agua de lluvia medio tibia, medio peroné; nécoras al punto de sal —hay un estudio de la OMS que lo avala—; nesquik de fresa con galletas maría untadas de tulicrem, pero sólo por una cara, la cara B concretamente, que es la transgresora, como el "I´m in love with my car" respecto al "Bohemian Rhapsody", o puede que al revés te lo digo para que me entiendas. Para contar lo que piensas y pasarte la opinión de los demás por el forro de borreguillo hay que ser Carmen Maura. O presentar los Goya y tener a la peña de tu parte.
Cuando la posdata ocupa más que el texto es que algo estoy haciendo mal.