sábado, 13 de marzo de 2010

DELIBES SE FUE, Y CON ÉL ME VIENEN COSAS A LA CABEZA.

A poco de empezar a leer esta mañana sobre la muerte de Delibes, he llorado. No mucho, apenas unas pocas gotas, pero para mí más que significativas y suficientes, dada mi escasa propensión al llanto. Me suele ocurrir cuando algún hecho me recuerda a mi padre, que hace seis años que dejó de dar señales (no diré de vida, por no parecer morboso). Dos semanas atrás me sorprendí (o no tanto), soltando lastre acuoso-salino a la conclusión de Big Fish, una peli de Tim Burton, en la que el finado pasa a mejor vida convertido en pez. Será, creo yo, que no le lloré lo suficiente (me permito escribir "le" en honor a Delibes, laista y leista consagrado por ser hoy el día que es) y de un tiempo a esta parte le voy rindiendo a D. Fernando la deuda de a poquitos. Mi padre, como D. Miguel, cazaba y pescaba, y leía con fervor "quasi hagiófilo" a quien había conocido en un par de jornadas de caza menor y de quien tomaba frases que hacía suyas en el fondo, sin olvidar nunca honrar al autor. No es casualidad que casi la obra completa de Delibes adorne las estanterías (anaqueles dicen los cultos) del que en mi casa paterna y hoy sólo materna llamábamos "el cuarto pequeño".
Una tarde otoño del 95 me crucé por la calle Mantería con Delibes. Para hacer méritos, se lo dije de inmediato a Ana, una estudiante de piano con la que paseaba aprovechando los últimos soles del año, con el afán cierto de seducirla.
-Mira, ese señor de la gorra es un escritor de aquí. ¿Te suena Miguel Delibes?
Aunque no me respondió a la pregunta, dijo:
-Vaya, vengo a provincias y conozco a alguien famoso. Ya tengo algo que contar cuando vuelva a Madrid mañana.
Sin pretenderlo, o quizá deliberadamente, contestó a varias preguntas al tiempo, porque yo deseaba que Ana se quedase en Valladolid el fin de semana, y de paso me permitiese enseñarle todo sobre Zorrilla, Cervantes, Quevedo, llevarla a cenar a Panero, a comer a la Fragua y a lo que quisiera donde quisiera, pero a mediodía del sábado cogió el autocar para la capital, y todo lo que pude robarle fue un beso en los labios que aún me sabe a pianista huidiza y la visión furtiva de sus preciosas piernas al subir las escaleras del Alsa. Eso sí, de todas sus piernas, de toda su pierna.
PD.- Ana trabaja y vive en una provincia más provincia que la mía, que ya es decir, a menos de 120 km. Gracias a San Facebook lo sé. Tiene el pelo largo y dos hijas. Y ella y yo nos cruzamos con D. Miguel Delibes, que era un señor de una pieza, tieso como un cardo, pero que ayer se secó para mi/nuestro pesar.