jueves, 22 de septiembre de 2011

FIDELIDAD



Mi padre fue un hombre fiel: a mi madre, a su empresa, a sus marcas, a sus costumbres y a sus comidas. Usó carretes y cañas de pesca ABU o Hardy, coches SEAT, cámaras Nikon y relojes Omega como tope de su gama, aunque admiró a distancia las Leica, los Patek Philippe y los BMW. Pescó y gozó en los ríos palentinos y leoneses, fotografió a su familia hasta la extenuación (de esta) y recorrió kilómetros de comarcales vallisoletanas en sus 1430, 1500 y 132, a los que tuneó discretamente con alguna pegatina reflectante y gomas protectoras de puertas. Muchas veces le acompañábamos de viaje, y recuerdo esperas durante horas de música (otra de sus aficiones) en el coche de turno, con los ocho pistas de Trini Santos y Burt Bacharach, James Last y alguna frivolité clásica, que servían de fondo a mis lecturas escolares de lecciones y apuntes o más maduras de Delibes, Twain o Álvaro de Laiglesia.
En lo culinario mantuvo el mito de que era "de poco comer", pese a que siempre lo hacía con apetito y una exquisita limpieza compartida con mi madre, que aprendimos sus hijos. Había visitas obligadas a Arévalo, al restaurante Goya, donde la familia entera daba cuenta de algún cochinillo asado con ensalada; a bodegas de tortilla y clarete, donde el pan sobrante servía de postre ya de regreso en el coche; al Lope de Vega, "especialidad en croquetas de huevo" y al Rustia, un bar que se encontraba muy cerca de la playa de las Moreras, cuyo dueño servía unas cañas de Mahou como si fuera madrileño para acompañar sus sardinas con cebolla, que hoy llamaríamos marinadas pero entonces se decían en vinagre. En casa le encantaban los huevos fritos con puntillas y patatas redondas que hacía mi madre, y en mis últimos años en la casa familiar los acompañaba con vinos de marca, entre los que su preferido era el Mauro.
Como el 25 es su cumple, me he permitido hacerle su plato favorito, con un vinito de Rioja que tenía por aquí y pan de riche. Buen provecho, papá. Y un beso.