Escribir un artículo debe de ser un trabajo complicado. Me imagino sentado frente al ordenador, como ahora mismo (así que no es un ejercicio excesivo de imaginación), mirando el reloj a cada poco, con la esperanza de que se ilumine la bombilla esa necesaria para contar algo en el suplemento dominical del periódico y que llegue a tiempo al taller. Como no voy a restaurantes carísimos, ni siquiera un poco caros, no puedo contar mi divina experiencia gastronómica, a menos que a alguien le interese saber que he dejado una fabada hecha para mañana. Tampoco he leído lo suficiente a Chesterton como para mencionarlo (ni siquiera he terminado la única novela, porque se me está haciendo un poco liosa con tanto nombre en inglés) y de historia sé más bien poco tirando a nada, y cada vez me apetece menos porque lo que he leído suele estar impregnado de ideología, ya se sabe, cada uno cuenta la guerra...
Pasan los minutos y no hay remedio: tendré que improvisar, una vez más, un artículo "de autor", que es como se dice en argot artístico de lo que a quien tiene firma reconocida le sale de los dedos.
¿Un concierto, una exposición, una obra de teatro? Lo más parecido es la misa de hoy a las doce, en la que ha tocado el órgano mi antiguo profesor de música, pero acompañar al coro de fieles con unos acordes no es asunto de mérito, si bien el P. Cantalapiedra no falla una nota.
Suena el teléfono. Por si éramos pocos...
-¿Ya lo tienes? -truena la voz inmisericorde del redactor jefe.
-Casi -miento susurrando, para delatarme aún más.
-Pues apura, que en media hora tiene que estar en mi correo. ¡Todas las semanas lo mismo! ¡Maldita la hora en que se me ocurrió contratarte!
Pienso que es la misma, minuto arriba o abajo, en que su padre le contrató a él.
Podría hablar de fútbol, por ejemplo, del gol de Zarra a Inglaterra desde una perspectiva independentista-marxista-capitalista pero la consigna fue clara: "no te metas en charcos". Paso de escribir con botas katiuskas.
Me sirvo el segundo chupito de whisky y me viene la idea de contar mi periplo por las "highlands" escocesas pero, si la memoria no me falla, nunca he estado en Escocia, aunque podría inventármelo abriendo el googlemaps y leyendo un poco en la wikipedia. Mejor no, que bastante tengo con Chesterton (siempre que lo escribo me sale charlestón y me toca corregirlo) y sus nombrecitos compuestos.
Y en verso tampoco me sale nada, porque hoy no llueve lo suficiente (ni cuando llueve a mares, para ser sincero).
Por cierto, ¡qué bien huele mi fabada!
"Se echan las alubias blancas a remojo la noche antes...". Quizá cambie las tierras altas de Escocia por La Bañeza, para glosar las heroicas gestas de los cultivadores de leguminosas. Coño, pues no, que mi mujer tuvo un novio de allí y lo mismo se piensa que estoy tocando las narices.
Otra vez el teléfono.
-¡Tienes cinco minutos o te mando el finiquito!
Chesterton era, aparte de un magnífico escritor y periodista, un amante de la cocina tradicional. Después de nuestro extenuante paseo matinal por las highlands, durante el cual fue tomando notas para su siguiente novela, llegamos a la cabaña de Sir John MacBook, no, MacIntosh, quien nos esperaba, como era costumbre, con un vaso de Macallan de 50 años. Como buen escocés, nos invitaba a uno de 12 años (le sorprendí una noche trasegando el barato a una botella del caro en cuya etiqueta había hecho una marca con la uña).
-La lluvia en Sevilla es una pura maravilla, -dijo a modo de saludo.
-Y en Escocia es un coñazo, contesté en perfecto inglés con acento de Gales, para provocarlo. Para pasar el mal trago, se echó un buen trago.
Nos sentamos a la mesa frente a nuestro plato de macarrones aliñados con aceite de soja.
-Alta cocina italiana, -dijo Yikey, que era como los íntimos llamábamos a Chesterton, exagerando su acento british para hacerse notar.
-Quizá nuestro amigo español pueda deleitarnos algún día con un gazpacho catalán, un cocido andaluz o una paella gallega -me retó Jack, que estaba macanudo después del tercer lingotazo y mezclaba las blackface con las shetland.
-Mañana cocinaré para ustedes una suculenta fabada manchega -contesté con acento de Dublín, concretamente de Grafton street, frente a la estatua de Molly Mallone antes de su traslado a Suffolk Street, donde el acento no es ni parecido, anda que no se nota. Jack se levantó y regresó con una bolsa en la mano.
-Aquí tiene lo que necesita, -dijo al abrirla, mostrando unas pocas beans rojas.
-Perfecto -exclamé. Si puedo disponer de unos berberechos y gallina vieja, quedará deliciosa tirando a cojonuda.
Al día siguiente degustamos la purrusalda extremeña.
-Excelente -dijo Jack.
-No hay nada que no se pueda tragar a fuerza de whisky -sentenció Chesterton.
Por desgracia, el perro de Sir John se comió las sobras... sin whisky. Desde entonces no me ladra.