domingo, 15 de julio de 2018

LA BURBUJA



Andaba, más bien cojeaba por culpa de una metatarsitis —palabra recién aprendida a la fuerza, o a fuerza de cojear— por la playa de Foxos, huyendo del paseo saludable por la orilla que me recuerda mi condición de preprejubilado. Subí la cuestecilla a velocidad de crucero, que no sé si es lo que quiero decir pero queda bien. Recordé la bronca del año anterior cuando, según los operarios, me había colado en las excavaciones. No había rastro de maquinaria ni restauradores del patrimonio, como tampoco señales que me impidieran deambular libremente. Algún estudioso se ha encargado de inventar un camino de Santiago, mira que el santo matamoros iba y venía, que ya son ganas, y ahora también pasa por allí. Leí los cartelones explicativos metacrilatados —no acristalados— en gallego, inglés y castellano, prestando atención como sin prestarla a los comentarios de los peregrinos, paseantes, o simples esperadores de su hora en el chiringuito, como yo mismo. Lo mejor no tardó en llegar.
—Mira que avanzan poco. Y ni un currante.
—(¿¿¿¿¿¿¿???????)
—El año pasado estuve aquí y la cosa estaba más o menos igual que ahora. ¿Cuándo piensan terminar la obra?
Yo, que soy un simple aficionado a la arquitectura o a los edificios y a mirarlos directamente y a través de la cámara, móvil en este caso, al fifty-fifty, no pude resistirme al cotilleo, por lo que estuviera por llegar. 
—Si sólo han levantado dos filas de piedras no sé cuándo coño piensan acabar. Mira, Concha.
Concha se acercó y yo con ella, pidiendo permiso. El hombre le, nos mostraba las fotos del verano anterior, saltando de esas a otras más antiguas. Cierto era que la cosa había crecido apenas cuatro filas, no había duda. Y por si la había, apuntaba con el dedo y contaba para comparar los avances.
—¿En esto se gastan nuestros impuestos?— sentenció el tío sin disimular su enfado.
Un rato después coincidimos en el chiringuito, "paella para tres, que somos cuatro y esto es Galicia, ya se sabe, que como en el norte no se come en ningún sitio" —dijo—.
—¿De qué te ríes, papá? —preguntó mi hija.
Me salvó que no me gusta hablar con la boca llena.

Y me quedé pensando en buscar la inmobiliaria que se encarga de la obra. Con suerte, cuando sea un jubilado de verdad, con sesenta y cinco bien cumplidos, podré comprar un loft celta con vistas al mar, a poco que se esmeren los del patrimonio gallego y cumplan los plazos de entrega, que no sé yo, al paso que va la burra...