miércoles, 4 de enero de 2017

HAY DÍAS, DÍAS Y DÍAS

Ayer se me ocurrió, por parecer que había hecho algo en vacaciones, revelar unas fotos. Desde la llegada de la fotografía digital, la mayoría (a veces todas) permanece archivada en carpetas del ordenador, no como antes, que vivían en un álbum y se las podías enseñar a tus invitados más incautos.
Bajé a la fotocopistería (reprografía se llama hoy, pero soy de los tiempos del ciclostil y me cuesta adaptarme). Antes me había tomado la molestia de ordenarlas numéricamente, para que a la joven que trabaja ahí le resultase más fácil e incluso hice una simulación en mi ordenador para ver el resultado. Como se encontró con algunos problemillas, le sugerí que le dejaría trabajar en paz y volvería en un rato.
-Si no estás aquí no puedo hacerlo.
Sorprendido por la respuesta, pregunté el motivo, y su explicación vino acompañada de un gesto torcido.
-Si estoy en el ordenador la gente se enfada porque cree que no les atiendo.
-Bueno, entonces ¿prefieres que me quede mirándote?
-Puedes mirar donde quieras -contestó agriando aún más su gesto.
Así lo hice, por ser obediente, con los ojos perdidos aquí y allá para no perturbar su labor. Me llamaron al móvil y oí sus toses para captar mi atención, casi riñéndome. Colgué por si había alguna cláusula en el contrato que se me hubiera escapado, como estar pendiente sin estar pendiente.
Lo curioso es que otras veces, tanto ella como sus compañeras, habían satisfecho mi demanda, y lo que antes se podía hacer, ayer no. Se lo hice saber, lo cual tampoco fue de su agrado.
Me entregó las tres hojas en DIN A3, una de las cuales salió desformateada, con las nueve fotos en diferentes tamaños. 
-Eso es que las habrás retocado. 
-Creo que no -dije, seguro de que no-.
-Si las trajeras maquetadas sería más fácil.
-Si supiera hacerlo... (y tuviera una fotocopiadora profesional en casa, no vendría a verte -pensé).
La despedida no fue muy navideña: ella recogió el dinero y yo mis fotos, con un saludo forzado. 
Salí de allí, mosqueado, hacia la oficina de correos. La cola llegaba casi hasta la calle, pero ya tenía número, que había cogido antes de lo de las fotos. La funcionaria, de esas con años de experiencia y puesto ganado, no es la más hábil de la estafeta pero siempre mantiene la sonrisa. Me atendió educadamente, con sus tropezones acostumbrados que son parte de su personalidad, y nos deseamos feliz año con sonrisa sincera. 
A veces la empresa pública y la privada cambian sus papeles, no los reales, sino esos que solemos adjudicar haciendo caso a los tópicos. Enhorabuena a la funcionaria (como la mayoría, trabajadora y amable).