sábado, 29 de septiembre de 2012

HISTORIAS DE LA P... MILI, I

En "el Jueves, la revista que sale los miércoles", y que siempre he defendido que antaño era la que salía los viernes, hasta que las distribuidoras de prensa escogieron el miércoles como día de reparto masivo, había unas historietas sobre la mili, cuyo autor era Ivá, para mí uno de los mejores viñetistas y comiqueros del semanal gamberro. Dicho esto, que es bastante decir, me atrevo a tocar uno de los temas recurrentes, obligados y, para algunos —probablemente objetores—, aburridos: la mili, a quien Aznar (que merece un monumento sólo por eso, o sólo por eso merece un monumento, según encuestados), tenga en su haber.
Ya que no puedo hablar en primera persona del parto, porque no soy mujer ni espero llegar a serlo, pese a la cuota que pese, y que es el tema contraataque, lo haré de mi breve servicio militar, del que me he acordado por casualidad esta misma mañana mientras pelaba patatas para hacer un pisto. Diré, antes de que se me olvide, que pelar patatas era un castigo mítico, porque en las cocinas del campamento de Araca, en Vitoria (Gasteiz), donde yo las pelaba teníamos una máquina muy eficaz que las dejaba lindas y morondas, e incluso redondas y hasta mínimas si la máquina no era desenchufada a tiempo, lo cual sí acarreaba suspensión de funciones como pelador y acaso algún arresto estúpido, como solían ser  la mayoría  en el inframundo del ejército español. Consistía el invento en un bombo giratorio con paredes como de lija (siempre se dice "del siete", pero será por decir, porque no tengo claro el número y su correspondencia con la capacidad  abrasiva del grano), que por una combinación de estadística y física, eliminaba la piel del tubérculo, porque hay que decir tubérculo cuando no se quiere repetir patata, si bien sólo sirve como sinónimo cuando se ha mencionado antes la propia patata, que si no tubérculo valdría para otros como la batata, parecida pero no igual, como bien me explicó un ex-conocido hace años, hace años la explicación y el ex-conocido, que ni eso es ya, a Dios gracias, porque era bastante imbécil, aunque él, como todos creemos de nosotros mismos, no se veía así, sino todo lo contrario o más.
Trotaba el año ochenta y seis cuando fui llamado a filas, o sea, que no encontré excusa para librarme del caqui como color corporativo, que realmente no le favorece ni a Sharon Stone aunque lo lleve en las bragas, a menos que  no las lleve. Aquel mismo domingo pasé la última revisión, ni hernia ni pies planos ni nada eximente, ni siquiera pies pequeños, como alegaba un amigo entre risas del tribunal médico y el resto de los reclutas formados en calzoncillos. En apenas tres horas plañideras estaba en un tren que bufaba más que un dinosaurio, del que debía de ser coetáneo, lleno de adolescentes bulliciosos y petates verdes con vete a saber cuántas revistas consoladoras de las soledades por venir. Un muestrario desigual de novias, o de novias desiguales, como correspondía a lo democrático del servicio militar, en lo sucesivo "puta mili", se agolpaba, aglutinaba o deshidrataba según el caso, el grado de afecto o la prisa por mandar a la tropa a cumplir con la patria, en el andén de aquel correo, tranvía o intercity con más óxido que los ejes del carro de uno al que llamaban abandonao. A una velocidad media de sesenta por hora conseguimos llegar bien entrada la noche de finales de enero a la capital administrativa de las vascongadas, donde fuimos recibidos, nada amablemente, por una caterva de polis-milis, que más parecían  porteros de discoteca por sus modales refinados y su selecto vocabulario. Arrastrando nuestros macutos de infinita mano, llegamos a un microbús que nos sirvió para aprender un dicho muy común: tenía más mili que el palo de la bandera.
Y como he excedido el metraje, acabo de decidir que esta va a ser una "martrilogía", porque va de mártires de la mili en tres partes.

viernes, 28 de septiembre de 2012

NOVELILLAS CACHONDAS

Anda revolucionado el mundillo subliterario desde que este verano se puso de moda una novela,  creo que de autora estadounidense, sobre las cuales no me he documentado especialmente (obra y escritora).  Lo poco que sé, de lo menos que he ido captando por comentarios de amigas, es que trata de sexo, oh, ese tabú que en el siglo XXI sigue siéndolo, hasta el punto de sorprender a críticos que afirman que "el género erótico ya tiene su primer best-seller", o que es "única en su género". Aceptaré que sea un best-seller si es sinónimo de libro regularmente escrito, de fácil consumo y mejor digestión (uno ni se entera de que lo ha leído), pero si erótico significa "una sarta de ñoñerías", que venga D.H. Lawrence y lo vea. Lady Chatterley sufriría un ataque de misticismo e ingresaría en una orden religiosa si fuera capaz de tragarse simplemente unas pocas páginas de la trilogía, porque además la autora, imagino que después de algún estudio de mercado con análisis clínicos previos, grupo de control y todo eso, ha colado su obra en tres voluminosos volúmenes firmados con seudónimo, probablemente para evitar la vergüenza, aunque quizá ya no dedique ejemplares con careta y hasta le apetezca ser la heroína de Norteamérica del medio.
Alguno se habrá percatado de que tengo pinta de contradecirme, afirmando que sé poco y habiendo luego explicando bastantes datos. Sobre una mesa de mi salón reposan los dos primeros tomos, uno comprado y el otro prestado, de tan insigne trípode sobre el que se asienta el erotismo de todas las épocas. He ojeado/hojeado algunas de las quinientas sombras y más bien me ha dado la risa, por lo estúpido del argumento y lo infantil del lenguaje. 
Si algún día me atrevo, publicaré lo que llevo años escribiendo. Eso sí, no será en este blog, sino en uno para mayores de cuarenta años.