Al bajar las escaleras desde la notaría, se me antojó que la firma (aún fresca) del papeleo (hipoteca por adquisición de vivienda, “que veinte años no es nada, qué feliz la putada”) de algún modo implicaba la importancia del propio bien-piso-“chalet-adosado-a-tomar-por-culo”-“dúplex-con-terraza-con-pasaporte-incluido”, en mi caso un apartamento de segunda mano, sin ascensor, zona semicentro-siendo-generosos. No necesité ulteriores explicaciones-justificaciones para tomar posesión de mis recién comprados y escasos setenta metros cuadrados, que amoblé (sobre el sintasol o algo así de cutre) con muebles graciosamente donados por mis hermanos, amén de mi televisor sin teletexto (¿qué fue de aquella herramienta imprescindible, —como todo lo imprescindible que caduca—?), el equipo de Hi-Fi con 100 W sin subwoofer (algunos moriríais de envidia, que aún sobrevive sin wifi-bluetooth-gaitagallega) y una colección de libros y discos que había ido atesorando con la poca pasta que me sobraba de mi sueldo de maestra (me gusta usar el femenino sin que me obliguen). Estrené la propiedad con dos amigos, mi querido y admirado tocayo y el Rafa, viendo un partido de baloncesto, con jamón y vino de acompañamiento. Jornada feliz: España ganó.
“Se me cae la casa encima”, dicen por ahí.
A mí no. Ya leía, escuchaba música, veía la tele, alquilaba pelis en VHS y hasta cenaba marisco y tomaba copas “premium” con mi mujer cuando no llegaba la pasta para huevos fritos y “copazas-FAKE-balón-macedonia-a ver quién me ve/mira” en garito de “¿¡lujo!?” (perdonad, pero me da la risa), a poco de casarnos. Si una inversión como pagar el piso en veinte años o el matrimonio en “jajajajjajajajajajajjjaaajjjjaajajaajjajajjaj” no da para pensar en compromisos, es que estuve abducido y caí de culo.
En resumen: quince días en vuestras preciosas casas, con vuestros preciosos hijos, vuestros preciosos muebles y vuestros preciosos “Bemeuves” aparcados no son tan dramáticos. Se me olvidaba: preciosa es la vida. No os dejéis engañar. Un puto bicho exterior ha venido a jodernos la felicidad.