domingo, 23 de noviembre de 2014

MÁS DE LA VIDA REAL, AUNQUE A VECES LO DUDO.

Salí ayer a comer en un restaurante de los que se adaptan a la crisis,  con nombre francés y platos internacionales, mientras alguien encuentra la solución y saca partido en las próximas elecciones. Parece que la excusa de que los locales céntricos exigen precios exagerados sólo es argumento para quienes estaban mal acostumbrados. Si jamás compartieron conmigo sus ganancias, no veo por qué ahora hay que compartir sus pérdidas, (¿cuándo se aceptará el vocablo "perdencias", que suena mejor que muchos otros admitidos por los sacerdotes de la RAE?), por vía privada ni pública en forma de subvenciones. Un dos por uno soluciona, por ahora, la liquidez de clientes y empresarios. Más vale poco que nada, creo yo. Ellos ganan (y yo gasto) menos, pero sigue habiendo negocio. En una mesa frente a la mía, cinco mujeres disfrutaban de una reunión familiar. Una de ellas me hizo gestos como de conocerme. En efecto, habíamos sido alumnos de la misma escuela universitaria, y charlamos, después de ubicarnos en nuestro pasado estudiantil, del trabajo y amigas comunes.
De vuelta a casa, entré en una tienda cercana recién inaugurada, como un todo a cien pero con mejor  o más pensada organización. Compré un par de cuadernos, uno de dibujo y otro de escritura, cuyo precio me pareció adecuado para, como suelo hacer, coleccionarlos, (mi poca pericia como escribidor y dibujador así lo aconseja). Si sigo así, no me quedará más remedio que utilizar alguno, aunque sólo sea por hacer hueco. Me da que es una tienda sueca o de la parte de Escandinavia, porque los rótulos me resultaron familiares, los nombres sonaban a otra marca de muebles bien conocida, y el laberinto también.
Ya en la calle, saludé a una pareja a la que suelo encontrarme en las misma zonas y bares de pinchos. Él confesó que tiene idéntica manía de comprar, almacenar y no usar los cuadernos, agendas, plumas estilográficas que yo. Me consuela no sentirme único, aunque tampoco cambiaría esta costumbre por alinearme, como decía una antigua amiga, en un grupo mayoritario. Ir por libre tiene esos pequeños inconvenientes y grandes ventajas.
Lo mejor llegó sin esperarlo, como es norma: una familia se empeñaba en que su hija, de pocos años, saludara a unos conocidos. Ellos insistían, en aras de la buena educación, en que les diera un beso.
-Ginebra, di hola.
Y la niña, quizá por venganza contra sus padres ultramodernos, hacía mutis.
Repasé mentalmente nombres que sonasen parecidos, pero no fui capaz: Jacinta, Genara, Gabriela... Quizá había oído mal. Pero no, no me cupo duda después del tercer intento. 
-Saluda, Ginebra.
Me quedé con la incertidumbre de si la cría era premium o de garrafón. Lo que no dudo es que hay padres que, presas de la modernidad, buscan y rebuscan para ser originales. A ellos les dedico este texto.

PD.- Hoy me niego a poner la tele. Ya he tenido este fin de semana mi cuota de "hechos reales".