lunes, 29 de junio de 2020

PEDAZO DE PAN (D.E.P. FÉLIX CANDEAL).



          Querido Félix:
              Perdona que te escriba, pero siempre he sido un advenedizo con suerte. Esto de conocer por casualidad a gente como tú tiene la ventaja de que me permite presumir de amigos. Lo malo es que algunos os tenéis que ir y me quedo fastidiado, aunque mucho peor sería no tener a nadie a quien despedir, aunque sea una putada tener que hacerlo.
                         Un día de hace muchos años me recibiste en tu casa sin conocerme. Fue Mario, un pianista de verdad, quien me llevó. Me prestaste unos libros de Joaquín Díaz para que yo hiciera un trabajo que me pedían en la carrera. Nos acompañaste a la puerta y me dejaste una advertencia que te salió de la gorra:
          —Cuídalos como si fueran tus hijos. Te los dejo porque vienes con Mario.
                    Lo cierto es que no aprobé la asignatura, no por tu culpa sino por mi pereza. La sapiencia del amigo Joaquín me venía muy grande. Me dio por inventarme un trabajo de campo que yo no había hecho, si bien fue muy probablemente mi primer relato inventado de adulto,  cosa que te agradezco, y el profesor se olió la tostada —ahora no se la huelen o ponen la nariz mirando a otro lado—. Tampoco fue grave la cosa, no sufras: cambié de carrera, y del cambio llevo viviendo feliz los últimos treinta años. Bendito suspenso.
                       Otro día me llamaste —quizá fuera Toño, tu «pareja de hecho», la otra mitad del pan—, para que tocase con vosotros. Creo que te comenté mi paso por tu casa y, aunque no te acordabas, te hizo gracia. (También se lo conté a Joaquín, el autor de los libros prestados, a los postres de una comida en Urueña, después de un concierto en La casona con Germán —su sobrino—, y Eugenio. Casi se le atraganta la perrunilla cuando le dije que yo no era psicólogo por su culpa. Cuando escupió el trozo de almendra pudo reírse). Tampoco necesitabas anécdotas ajenas porque exhibías un rosario de las propias, muchas de la cuales tú mismo provocabas con esa coña castellano-leonesa; pucelano-toresana que te adornaba. Yo conocía algunas porque Alfonso, Toñín y Mario, que eran amigos de la infancia y aún lo son, me las habían contado.
                         Ni te imaginas lo que supuso para mí, que entonces ya era un mediopianista prejubilado, tocar con Candeal en Laguna de Duero, no solo con Toño y contigo, sino con la formación «sinfónica», la de las grandes ocasiones, gracias (o por culpa de) la ausencia de Mario y Nico.
                    Volvisteis a llamarme para actuar en la Rioja, un doblete de sábado y domingo, y me cedisteis la habitación individual porque «Toño y yo ya estamos acostumbrados a nuestros ronquidos». Me tratasteis como a un hijo y solo os faltó embozarme, porque bien arropado me tuvisteis.
                       Aquí estamos de luto, tu familia sobre todo —incluido Toño—, pero en el Cielo andan felices afinando instrumentos. Estoy seguro de que tendrán un rabel a punto para que les amenices los postres, ñigo-ñigo, después del pan divino, que quizá sea también candeal en tu honor, y no te dirán «toca una que nos sepamos todos» porque Dios, que se las sabe todas —por algo es omnisciente—, se cansó de esperarte mucho después de su primera llamada y ordenó tu regreso. No le culpo. 

                    P.S.- No sé si te consolará saber que has ocupado más páginas en la prensa local que el bicho maligno este que nos trae de cabeza. La tuya te perdonó el sufrimiento de leer malas noticias, aunque te castigase con la desmemoria, precisamente a ti, que te empeñaste en rescatar lo que se escribía en pergamino o ni siquiera se escribía. Y que los dos últimos alcaldes de Pucela por fin se han puesto de acuerdo en algo: que eras un tío grande, tirando a cojonudo. Te parecerá poco.
                     P.S. 2.- No soy capaz de encontrar al autor de la foto, sacada de uno de los discos que me regalasteis. Espero que no se ofenda, ni tampoco Mario, el pianista de verdad, por no salir. 
                    P.S. 3.- En apenas media hora, Alfonso, que agrega la memoria y conocimientos que a mí me faltan (mucho de ambos), me ha resuelto la duda: el autor de la foto es Félix Pérez jr., Felisín. Y Mario no se ha ofendido por no estar en la foto (ya lo sabía, pero me agrada su confirmación).