sábado, 30 de enero de 2016

BLACK, ARABIA Y QUINTO MILENIO

Por desgracia no hemos descubierto el elixir de la eterna juventud. Tampoco podemos prever los accidentes (hoy mismo he presenciado uno a pocos metros de mi casa) que tiran por tierra los mejores análisis de sangre y orina.
Black era un cantante del que nos quedó "Wonderful world", un tema sencillo y pegadizo que acompañó tardes y noches de quienes salíamos allá por finales de los ochenta. Después de su efímero éxito con pseudónimo, continuó su carrera como Colin Vearncombe, su verdadero nombre, mucho más bonito pero por lo visto menos comercial, lo cual suele ser sinónimo de mejor. También pintaba, como tantos otros que, de no haber sido antes músicos o escritores, habrían pasado a la posteridad como pintores, tales como Alberti, las hermanas Brontë, John Berger, D.H. Lawrence, Poe, Mérimée y un etcétera de egoístas que atesoraron de forma nada democrática habilidades artísticas.

Alejandro Sanz (para gustos pintan colores,  perdón por el cambio de tercio) decía hace poco que compuso una docena de canciones para una chica, Arabia, una belleza con voz agradable, pero que alguien le aconsejó que las grabara él mismo, en un momento de su carrera en el que aún no había dado el salto vital. La cosa es que vendió un millón de ejemplares del disco "Más". La pobre Arabia, María Antonia Alarcón, más conocida como la Macarena del culebrón venezolano "La loba herida" se estará aún tirando de los pelos. 

Conocí a Arabia, Antoñita Mari, como la llamaba su abuela, un verano en Fuengirola. Guapísima, simpática, y muy artista. Cantaba pop o flamenco, según la hora, porque tocaba todos los palos con desparpajo. Quería hacer los Madrides, (las Américas de andar por casa) y los hizo. Tuvo su momento de gloria como cantante, actriz y presentadora. Luego desapareció. 
Una noche la vi en Telemadrid, presentando un programa de variedades. Yo, que soy un poco Antoñito el fantástico, compuse una canción para ella y escribí una carta en la que le recordaba nuestro breve encuentro, nuestras charlas musicales, y la envié a Telemadrid. Como no existía internet ni forma de conocer su paradero puse el nombre del programa y "a la atención de Arabia". 
Años más tarde, en mi casillero apareció aquella carta... como devuelta, con matasellos en caracteres árabes. Por lo visto, había dado más vueltas que Elcano. 

Hablando del mundo, cuando escribo algo para este blog, antes de publicarlo, echo un vistazo a las estadísticas y descubro varias cosas que rondan el misterio. No logro explicarme de dónde salen tantas visitas desde la India y desde Nepal, donde mi amigo Tula bastante tiene con sobrevivir a la violencia geológica que hace meses se desató, aunque también hace mucho que no dan nada por la tele, como si sólo mereciera portada el primer terremoto y ninguno de los siguientes que aún no han cesado. Será que en Nepal no hay petróleo  ni diamantes, que se sepa. Tampoco me explico las de Alaska, donde no conozco a nadie, ni las de México.  También debo de tener seguidores en países del Báltico y alrededores. En Vietnam tengo un conocido, que no justifica el seguimiento que sugiere el mapa. En Arabia nadie me lee.
Otra cosa que tampoco entiendo es por qué ni cómo he pasado de la cifra de 35 seguidores a 28 en apenas dos semanas.
Menos aún alcanzo a comprender por qué he pasado de una media de 20 visitas a más de 200 en días sueltos, e incluso 800 un par de veces, y vuelta a las veinte. Reconozco que mis escasos conocimientos de estadística no dan para más.
A cualquiera que publique algo le gusta que lo lean. Hay quien dice que sólo le interesa la calidad de sus lectores, y se conforma con dos pero excelentes. Para eso, pienso, no hace falta más que el correo.