sábado, 25 de febrero de 2017

GALLETITAS DE PUEBLO



A veces creo que mi cabeza funciona como las cookies de internet, que pasan factura a 30, 60 y 90. Por algún motivo ajeno a la informática, o no tanto, saltan recuerdos relacionados que se me ofrecen como para comprarlos en un almacén de segunda mano. 

El domingo 12 de febrero, entre toma y toma, recibo. Quid pro quo. Pese a la intensidad del trabajo, que requiere de toda la atención que un hiperactivo puede concentrar, se me va la cabeza, afortunadamente no muy lejos. A los pocos metros que separan la iglesia de San Ciprano (que la web se obstina en ubicar "en el centro del pueblo") de la casa de mis abuelos maternos (de punta a punta, no es tanto en San Cebrián) suceden cosas de nuevo, un deja-vu de mentira, porque sucede lo que ya ha sucedido, no esa trampa del cerebro que cree haber visto lo que no: la entrada en la calle polvorienta y sembrada de cagalitas de oveja que creí aceitunas gracias a mi hermano hasta que las probé, nada que ver; el portazo -¡coño, cerrad con cuidado!- en el SEAT de turno cuando un SEAT era un coche (un FIAT clonado antes de que FIAT y SEAT clonasen la misma vulgaridad);  el descenso de cinco críos en pos de los abuelos; el posterior de mis padres; los besos de Felisa, mi abuela, permanentemente enlutadita en su metro y medio escaso por los hijos que no llegaron a medrar; los de mi madre y los menos efusivos pero tan sinceros de mi padre, nada besucón; "no os esperaba" -Felisa-, "si quiere nos vamos" -Fernando, llaves del 600, 1500, 1430 o 132 en mano, siempre de usted-, "no, hijo", -Felisa asustada, sin captar la retranca de mi padre, hereditaria y eterna-; el "id al teleclub a que os convide vuestro abuelo, Serafín"; la carrera hasta el bar social, las fantanaranjas a tres pesetas y la cerveza "aguiladoradaoimperial" (se extinguió el águila, o casi) a cinco, o al revés; las partidas de tute o dominó; las pastas en la casa-tienda de la tía Anastasia ("ya vendrá mi abuela a pagar"); los caramelos rellenos de Tardá en el bar de la señora Ramona... todo lo que un forastero (pero "hijo del pueblo", que servía a mi padre para cazar codornices y perdices en los cotos junto a los Manolos, Alonso y Cuadrado -tío-abuelo de mi osteópata-, que lo trataban con camaradería) podía esperar. 
En ocasiones llevábamos a algún primo, de Serafina o Chonita, saltando las leyes de la policía, como sorpresa. Otras ya estaban allí, en su "erreseis" azul o su "sport 1600" (las menos). Más ruido de primos que aún se quieren, más jamón del sobrao, más huevos en plato de porcelana con borde azul. Más futbolistas en la era. En verano venía la francesa, Maricarmen, con Josemari, vascofrancés guapérrimo, igual que sus hijos, en un Citroen; sus hermanas Celia, Felisa (serio su marido, pero cariñoso), o los de Santander en su Renault 20 posterior al Austin rojo en cuyo maletero nos amontonábamos. El de Rioseco, con Santi y Pili. Primos y más primos, tíos y más tíos, besos y más besos.
Allí me puse piripi a sangría (mi primer piripismo, Cipri mediante y Fernando terciante, con algún sorbo despistado) por primera vez en la peña de mi prima (como los gitanos, en los pueblos pequeños casi todos somos primos) Esperancina,  que nunca será Esperanza, porque esa es su madre, la que ahora es nonagenaria y siempre cultureta (en el mejor sentido de la palabra), que cantaba en misa y dirigía el coro, con D. Isidro, el cura chiquitín añorante de la transustanciación bajo la sotana con mil misas nada mozárabes, entreteniendo la espera mística hasta que la vinagera vertía el poco vino que habría necesitado para hacer sus homilías más amenas y audibles, que parecían en latín vulgar y corriente. En la ermita de Santa Marta le ayudé, gracias a mi titulación de monaguillo capitalino, él de espaldas y yo de frente (cada uno con su concilio), muerto de vergüenza sin saber dónde mirar, y él bajo el sonido de la esquililla, "échalo todo" (el vino, de un botellín en miniatura de brandy 103, 501 o soberano, que era y es cosa de hombres muy hombres, o curas muy curas). Luego la comida: mi padre colocando las chuletillas de lechazo (después supe que no había que confundir churras con merinas, y así sigo dudando) como un arquitecto casando sillares a ojo sobre la parrilla, más reluciente que la RAE; mi abuelo poniendo pegas hasta que las probó, ya se sabe, discusión padre-hijo (aunque fueran políticos legaban a abrazarse un poco) antes de la política moderna; mi mancha en la camiseta azul tras subirme en la morera centenaria (la mancha de la mora...); la vuelta a casa impregnados de besos...
Parcial: sólo fue un vídeo de cuatro minutos grabado en seis horas.
Total: fueron muchas más cosas, minutos, horas, días, años...

Fotografía: Ángela Vizcaíno, con permiso expreso. "Cuarteto muzikanten en actitud oranten".

domingo, 19 de febrero de 2017

CUARTETO MUZIKANTEN, EL VIDEOCLIP. A VENDERSE TOCAN (DIGO CANTAN).


Uno no es nada si no se sabe lo que hace, parece decir la sociedad. No hay duda de que nadie compra lo que no conoce o no sabe que existe. Para eso, supongo, se inventó el marketing. Remar contracorriente, ajeno al mercado, se convierte en ejercicio agotador además de poco útil. 

El domingo pasado excusé mi cita con el blog, aunque adelanté mi contribución al sábado, más por disciplina que otra cosa. Había otro compromiso al que no podía faltar: la grabación del primer videoclip del Cuarteto Muzikanten. Existe otro anterior que David Ramos montó con secuencias que nosotros mismos grabamos para hacerle un regalo a Germán Díaz y promocionar sus capones Da Capo, esos que criaba en su granja para gloria de los gourmets. El cineasta gallego hizo un trabajo soberbio para firmar nuestra entrada en youtube inaugurando el canal propio.
Tocaba renovar la producción y así fue que el domingo 12 nos pusimos a ello, bajo la batuta de Marco Leonato, a quien se nota la cinefilia desde que hace la primera toma. Si has visto películas con atención no tardas en identificar sus gustos. 
La iglesia mozárabe de San Cebrián de Mazote (Valladolid) fue el escenario escogido por diversa motivos: uno es puramente estético. De entre todas las que nos ofrecieron, esta nos pareció más adecuada. Castronuevo de Esgueva, San Martín de Valvení y Aguilar de Campos tendrán su momento, esperamos. El otro tiene que ver con lo afectivo: mi madre nació en San Cebrián y me apetecía contribuir a la promoción de su pueblo, que es el mío. 
Durante las seis horas que permanecimos allí, acertó a aparecer el arquitecto encargado de la restauración en 1987, Salvador Mata, que se mostró muy satisfecho de su trabajo. Aunque dijo que no teníamos mucha pinta de mozárabes (bien cierto), me encantó escuchar sus explicaciones sobre la obra. Fue una feliz casualidad.
Seis horas y docenas de tomas más tarde, salimos de la iglesia satisfechos, contentos y ateridos. 
Supongo que antes de que acabe el invierno podremos compartir el resultado de la jornada. Ángela Vizcaíno ya ha dejado algunas perlas salidas de su cámara, pero su discreción y respeto hacia Marco impiden que disfrutemos de más fotos. 
Gracias a Toño, David y Eugenio por acompañarme en este proyecto, y a Fernando, mi hermano, que colaboró activa y desinteresadamente en esos detalles nimios, como encender más de cien velas, que son parte del trabajo como ayudante de dirección. 
También agradecemos a Emilio, nuestro intermediario, y a D. Enrique, el sacerdote, no sólo las facilidades sino el interés mostrado. Esperamos no defraudarlos.