domingo, 15 de mayo de 2016

UN RELATO GOLFERO, CHAPTER ONE.

Desde ayer tengo un nuevo grupo de amigos sacados de la red, concretamente de la web encestando.es, dedicada al baloncesto. El ambiente suele ser distendido y educado, con las diferencias de criterio propias del deporte, sus aficionados y en ocasiones forofos. Al hilo de una noticia que no daba para más (trescientos comentarios ya habían exprimido nuestra opinión sobre la posible marcha de Willy Hernangómez a la NBA), se me ocurrió colar una historieta de tiempos de Maricastaña, y eso hizo animarse a otros comentaristas, e incluso solicitar más relatos. Por ese motivo incluí, de forma un poco osada y sin pedir permiso, la dirección de este blog que tengo algo abandonado por diversas razones, entre ellas mi estado físico actual que me mantiene en reposo y encamado, aparte de empastillado y somnoliento para paliar los dolores de mi  nervio ciático, que está de los nervios. 
Como duermo poco, mi cabeza vaga por el éter del insomnio inventando historias o recordando otras. Aquí viene el objeto que he cazado esta noche entre almohadas térmicas y convencionales, cápsulas, inyecciones y comprimidos, por lo que puede que aparezca algo deforme, como uno de esos sueños febriles, aunque no tanto como el "de la razón que produce monstruos".

Durante una breve época traté de saltar la barrera entre ver y jugar, cautivado por la magia del golf y su plasticidad. Aparte de mi admiración por algunas costumbres "british", incluido el propio idioma, que hablo con cierta dignidad -para ser español-, me parecía ideal como deporte: no hay que correr; apto para todas las edades; nada  bullicioso y se practica en el campo, aunque sea un campo de mentira. 
Asistí a un curso intensivo de dieciséis horas, y aunque empecé como alumno avanzado en lo teórico por mi afición como espectador, desde el primer día me coloqué a cola del pelotón formado por cuatro cursillistas. Saber qué significa putt, drive, green y rough no simplifica el uso de los palos. De hecho, la palabra que acabas pronunciando con más frecuencia es bunker, cuando no un discreto "shit", por no perder la lengua materna del golf. 
Superada por los pelos la fase iniciática, esa que consiste no sólo en aprender las normas de cortesía, la vestimenta y las reglas, sino en repetir movimientos sin fin, salimos al campo por primera vez, con el profesor atento a nuestras evoluciones. Aquello fue una escena de los hermanos Marx, con cuatro hombres medio muertos de risa. Tardamos más de tres cuartos de hora en embocar nuestras respectivas bolas en un par tres, de menos de doscientos metros en línea recta de tie a hole, sin apenas obstáculos. Vamos, como una bolera.
Resignado a ser último, cosa que no me molesta por mi poco espíritu competitivo, me puse a hacer fotos y vídeos para ayudar a pulir los defectos de mis compañeros, puesto que los míos no podrían pulirse ni con diamante en polvo. Además me dolía un pie que se cruzó entre la bola y el hierro siete en pleno "aproach" que se convirtió en simple "ouch".
Aquella tarde salí decidido a terminar el cursillo, con dignidad pero cuanto antes. Llevar polo de granito y gorra de marca durante unas horas no compensaba mis desvelos.
En los partidos posteriores, aunque siempre lejos del par, comprobé que la cosa me iba gustando a ratos, pese a que yo parecía jugar con bolas anfibias y me tocaba dropar y penalizar cada vez que jugábamos los hoyos cercanos a esa charca que se hace llamar lago. Pero el gusanillo iba entrando, y acabó por hacerlo el último día de curso, con un inesperado suceso cuando me descolgué de mi partido y, saltándome la normativa, me vi en otro mucho más adecuado y didáctico.
(Continuará)


Pd.- Respecto al deporte y el juego, leí una frase del gran Clifford Luyk, hablando de que era un español más y demostrándolo. 
-¿Juega usted al mus, Clifford?
-Pues sí, soy español.
-Y ¿qué tal juega?
-Imagine: ¡aún no sé si tengo mal perder!