Siempre he pensado, lo cual no es lo mismo que pensar siempre, que hay que asegurarse de que las flores llegan a tiempo, y que el ramo será, como tarde, el penúltimo, pues por desgracia los posteriores se suelen llevar en mano.
Ahora que caen cuatro gotas (nos conformamos con poco), y la lluvia, ya se sabe, es el lienzo recurrente de los poetas de vuelo bajo, como el papel reciclado, en el que las palabras saltan erráticas entre la trama imperfecta, me da por culparme y disculparme.
Quizá sea el morboso sentimiento del "eran tan buenos" el que me arranque estas frases en víspera de fiesta nacional, proclive a la nocturnidad. Acabo de felicitar a mis amigas, todas Pilar (la arquitecta-fotógrafa, la psicóloga lejana y cercana, la maestra y compañera de recreos en la plaza que comunicaba mi colegio y el suyo, la maestra y compañera de trabajo, la alumna brillante u opaca) y me complace hacerlo, y más que ellas me lean. Me propongo, a partir de ahora, cumplir en el sentido menos formal de la palabra, con mis deseos diarios de manifestar mi afecto a tantas personas que se lo han ido ganando.
Más aprovecharía a todos, incluidos los floristas, que mandásemos flores, palabras, libros, canciones, fotos en formato jpg o raw (con permiso de mi amigo ff, que las considera para blandengues indecisos, por no usar la palabra políticamente incorrecta que usa) o incluso "pedeefes" reenviados que un ramo póstumo. Esas son de antemano flores marchitas.