martes, 18 de diciembre de 2012

...? IIII


Había salido de casa a las nueve en punto, llegado a "El Castillo", la churrería chocolatería, a y diez, y vuelto a la calle un cuarto de hora después. Procuraba, en el súmmum de la manía, acomodar los horarios a intervalos de cinco para recordarlos mejor, aunque me tocase esperar o dejar pasar un taxi, o que me adelantaran tres personas en la cola del supermercado. Había ajustado los parámetros de mi cámara a la puerta del bar, lo cual arrojaba unos cincuenta minutos (no podía prever la entrada en escena de terceras personas) hasta la comprobación del contenido de mi tarjeta de memoria por parte de la fotógrafa en paro. Volví al menú de inicio y, repasando el de favoritos, mi pantalla acabó por confesar: blanco y negro, saturación +1, flash desactivado, estabilizador de imagen OFF... temporizador a un disparo por minuto. Entrecerré los ojos, un gesto cuya utilidad para concentrarse es indiscutible, y concluí  que si se había marchado a las diez y cinco, salía ¡a una foto por minuto! Por lo visto, una función desconocida por mí hasta ese instante había conseguido unos encuadres y desenfoques inverosímiles, justo lo que había llamado la atención de mi amiga en ciernes. Mientras yo la buscaba entre árboles, mi cámara colgada del cuello se había encargado de hacerlo todo, diríase que a la chita callando. Estuve tentado de besarla en todo el teleobjetivo, pero me abstuve. Repasé las fotos  con calma, una vez desfecho el entuerto, y al cabo vi aparecer a la mujer de mis sueños con un alegre vestido primaveral, floreado y con ligero vuelo, que mostraba un generoso porcentaje de sus piernas, sus brazos enteros y un canalillo anunciador de senos generosos, o quizá no tanto, y ello coronado por el semblante más relajado y sonriente que un mirón pudiera esperar del objeto de su deseo.

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