lunes, 17 de julio de 2017

MÁS-CELÁNEAS


Hablo mucho con mis alumnos. Opino que es necesario. A veces me consultan sobre el futuro y siempre les digo que hay que tener un plan B a menos que uno tenga clarísimo el A, incluso pese a ello. La vida es tan complicadamente sencilla que exige alternativas, por si acaso. 
Yo nací sin planes. Me lo hizo notar el psicólogo del colegio cuando me llamó a su despacho después de evaluar mi test de aptitudes profesionales, "bahtcha" tras "bahtcha" (era extremeño y decía "basta" con su acento tras cada ejercicio: dejen el lapicero cuando yo diga "bahtcha"). 
-"Menoh" militar -él lo era, coronel Baeza- "uhté" puede ser cualquier cosa. No tengo "máh" que decir.
Y la cosa era que a mí me atraía todo. Lo de no ser militar se comprobó en 1986, pero no tuve tiempo para comunicárselo al psicólogo, para que viera su acierto pleno. 
Lo malo de no tener vocación de nada es que a los diecisiete años te obligan a decantarte, aunque ahora sea peor con lo de los itinerarios del bachillerato. Lo bueno es que casi cualquier cosa sirve. Imaginemos que a un político -no a todos- le pidan que se defina... antes de saber con qué partido tendrá más oportunidades. En mi primera carrera fallida hubo uno que se ofrecía a las tres candidaturas para el claustro con la única premisa de que le dieran los primeros puestos, porque quería salir a toda costa. Saltó de la derecha a la izquierda, pasando por los intermedios, hasta que consiguió su objetivo. Hoy en día es senador del PP, -se jacta de ganar 6000 euros limpios por tocarse los cojones, con todas las palabras y todas las letras- aunque podría serlo del PSOE, FN o Podemos -que aún no existía-. El político de raza es, ante todo, político. Luego ya se verá de qué raza. (Tengo un cuñado que fue expulsado de IU por excesivamente rojo -sacar los colores al respetable-, y después de amar a Rosa López le puso los cuernos con Albert Rivera, con quien tampoco rasca bola).
Probé con la psicología, pero la UNED está hecha para ciclistas: gente de otra pasta. La mili o media mili me dio tiempo a pensar y acabé por ser maestro. Ya que no era capaz de dibujar mi destino, el destino me mandó un croquis. Mi profesora de piano tuvo a bien explicármelo y jamás le estaré lo suficientemente agradecido.
-Estudia magisterio. En pocos años cambiarán los planes de estudio y podrás enseñar música. -Ella ya había desistido de la idea de convertirme en pianista, como dejé escrito en este blog-.
Entre mis amigos del cole, que son una gran parte de los que tengo ahora, hay un abogado con despacho. Opositó durante unos años a funcionario, pero se cansó de la disciplina y se asoció con un familiar. Hace días me comentaba que no es necesaria la vocación para ser un buen profesional: basta con tener claro a qué te dedicas, te guste más o menos, y esforzarte, convencido de que lo que te da de comer merece tu atención. Le pregunté qué le habría gustado ser y su respuesta fue contundente:
-Restaurador de obras de arte. -Si hubiera confesado que deportista de élite habría tenido que poner entre paréntesis su máxima sobre lo vocacional, pero es un tío serio y cabal, y su raqueta Kawasaki no daba para más-.
Chema tiene muy buena mano -excepto para el tenis y el padel-. Asistió a clases de dibujo y pintura, me compró una acuarela -eso es amistad- cuando "me hice pintor" y si no se puso a exponer creo que fue más por ética y decencia, amén de timidez, que por falta de habilidades -que atesora más que yo, de largo-. Los padelistas -antes de descubrir las benéficas propiedades  de la eyaculación para prevenir males de espalda, como asegura Nacho, el otro licenciado en derecho aún menos vocacional que Chema- envidiábamos sus clases con modelo desnuda, más aún sus descripciones inflamadas para despistarnos entre golpe y golpe. No me apunté porque se me habría notado demasiado y porque la modelo cobraba un plus, supongo que de peligrosidad ante rijosos viejunos.
Hoy mismo me llegó un wasap de otro amigo del alma para contarme una oferta de trabajo que tiene que ver con su vocación, en este caso clara, meridiana, la madre de todas las vocaciones. Sus otras obligaciones le impiden aceptarla. Es otro tío cabal, fiel, un ejemplo de seriedad. Me he sentido chafado por él. Cuando Sharon Stone llama a tu puerta tienes que explicarle que estás con Penélope Cruz, que tampoco está mal pero no es lo mismo.
Mierda de vocación. Menos mal que tengo muchas, como Groucho principios y, si no te gustan, tengo otros.
Pd.- Gracias a Andrés y Onrubia por hacer que me creyera pintor. A Fuentes y Pilar por idem de fotógrafo. A Luis Cantalapiedra y Germán por lo mismo como músico. A Carmen, Patricia y más gente por verme como escritor. Y a mi esposa por seguir creyendo que valgo para todo. A Ana Torroja, que dijo "sólo soy una persona". Siento defraudaros... a todos.

domingo, 16 de julio de 2017

LO IMPORTANTE Y LO OTRO. UN POCO DE TENIS, PARA VARIAR.

Año 2000. Estaba tirado en el sofá, cambiando de canal por mero aburrimiento, cuando acerté a sintonizar la final de la copa federación de tenis, la Davis para mujeres. Las españolas iban perdiendo, y perdieron. A punto de darle a otro botón del mando, entre el público me pareció ver una cara más que conocida. Me levanté del sillón para pegarme a la tele y unos minutos más tarde, en efecto, comprobé que Juan Ignacio estaba allí, con cazadora de piel, entre las jugadoras del equipo nacional -se entiende que español-, celebrando los pocos tantos que podían apuntarse contra las americanas. Su prima, Vivi Ruano, formaba parte del combinado -hay que ver lo difícil que resulta encontrar sinónimos- patrio. Después del partido le envié un email para contarle que le había visto por la tele, o quizá le llamé por teléfono, pues allí ya se había inventado la tarifa plana a cobro revertido o qué sé yo, que nos permitió la charla distendida y gratuita, igual que años antes durante una final de Champions con el Madrid, cuya segunda parte vimos colgados del teléfono, y yo tomándole el pelo con goles imaginarios que el aún no había visto, aprovechándome de los segundos de diferencia entre su señal y la mía. El resultado real quedó mucho más abajo que el de los goles inexistentes que le fui adelantando. 
Al año siguiente me invitó a su casa en L.A. y tras entregarle una bolsa de ropa, con jamón y chorizo camuflados que me coló su madre, lo cual provocó su risa y mi mosqueo -el aduanero me preguntó si llevaba "joriso" y respondí que no, tras hacer la misma pregunta a unas guapas americanas, que contestaron que preferían las hamburguesas, entre jijí y jajá- se fue al armario empotrado y me trajo una bolsa de plástico: en ella estaba la gorra que su prima Vivi había llevado durante la Fed Cup, y una camiseta del torneo de Indian Wells que Gala León, otra componente del equipo, había metido en el vestuario para que me la firmaran, aduciendo, por saltarse la norma, que era para un amigo suyo... deficiente -no me molestó, porque todos tenemos algo de eso-. Por lo visto, las jugadoras estaban tan hartas de autografiar fetiches que sólo lo hacían en casos excepcionales. Juan Ignacio me enseñó las fotos de la fiesta posterior al torneo de la copa federación, en un casino de Las Vegas, contándome chascarrillos que no revelaré. De entre todas aquellas tenistas, mi favorita era Conchita, para mí la de más clase, aunque no tuviera tantos títulos grandes como Arancha.
(Allá por 1994, la joven Conchita Martínez, que no se molestaba en poner su segundo apellido para resultar más atractiva, ni colocar un guión entre ambos, lo que ahora es casi norma, ganó un partidazo a Martina Navratilova. Era el torneo de Wimbledon, Güímblendon, como decía Butanito, que tenía su propio idioma. Por entonces se podían ver los partidos en abierto, o sea, gratis. Si no recuerdo mal, lo emitió TeleMadrid, aunque no fueran de interés nacional. Ese día quedé enamorado de Conchita).
Mi amigo hizo un par de intentos por quedar con ella, que vivía no muy lejos, creo que en San Diego, pero no tuvo éxito. Vivía alejada de la prensa, con sus motos, sus coches y su colección de vinos, y su vida no necesitaba publicidad. 
Hoy mismo me he acordado de todo aquello al saber que era la entrenadora ocasional de Garbiñe Muguruza, que ha ganado el torneo de Wimbledon. Me alegro muchísimo por ambas.
Pese al hito, la prensa deportiva, que no es ni una cosa ni otra, sigue dando preeminencia a los abandonos de Alonso, las caídas de Contador, y a los no fichajes del Madrid o el Barça, y en la web cambian el titular de la victoria de Garbiñe por  cualquier chorrada que entretenga a los forofos.
Luego, con razón, se quejan las mujeres de que siguen siendo invisibles. Lo que no sé es cómo permiten que sigan entrando hombres a los pabellones donde juegan.