(con permiso expreso de Beatriz, que conste)
Ayer, por las prisas, me quedé a medias. Podría pensarse que mi texto obedecía a secretas intenciones publicitarias, las buenas con nombre y las malas, como acostumbro, sin señalar con el dedo, que para eso ya están las redes socio-comerciales. Ahora que tengo un rato antes de reunirme con los dos caminantes para cenar trataré de rematar el asunto.
Ayer, por las prisas, me quedé a medias. Podría pensarse que mi texto obedecía a secretas intenciones publicitarias, las buenas con nombre y las malas, como acostumbro, sin señalar con el dedo, que para eso ya están las redes socio-comerciales. Ahora que tengo un rato antes de reunirme con los dos caminantes para cenar trataré de rematar el asunto.
La calma de ser un simple chófer me permite disfrutar de la ruta jacobea sin peso en las piernas, excepto el mínimo de acelerar y frenar en el coche. Como no me apretaban el hambre ni la sed mis opiniones negativas no obedecen a cabreo alguno así como tampoco las positivas tienen que ver con preferencias de ningún tipo basadas en hechos subjetivos, aunque los cuente yo.
El camino de Santiago es una bonita forma de disfrutar del paisaje, ya sea castellano o gallego por la ruta francesa, la gastronomía y, sobre todo, la amabilidad de quienes dan cobijo a los peregrinos. Hay negocio, es indudable, pero cada uno lo atiende como cree conveniente. Algunos rozan la excelencia y a estos dedico el post.
En Portomarín hay un alojamiento limpio, bien cuidado, amplio, cuyas gestoras, Pili y Marta, bellas hermanas, son un prodigio de amabilidad. Pili nos atendió el año pasado y este vino Marta, una morena y una rubia, como canta la zarzuela. Después de pernoctar llamé a esta última para hacerle constar un mínimo contratiempo con el único afán de ayudarla a mejorar, sin comentarios en la red ni contraprestaciones económicas, que la cosa no era para tanto. Pocas veces es para tanto pero la gente suele ponerse nerviosa y exigente, y ya decía mi padre que se cazan más moscas con miel que con hiel. Sería largo relatar todo lo que Marta hizo por mejorar la estancia de los siguientes inquilinos en "La casa de Manuel". Lo cierto es que hasta nuestro regreso estuvo en contacto con nosotros y tomamos un café en Lugo para despedirnos. No necesitó sus piedras de chocolate de regalo para ganarse el crédito que ya tenía merecido desde mucho antes.
En O Pedrouzo, o Pedrouzo a secas, que no sé bien, nos atendió Sol, que es un sol de la tierra de la plata, en la pensión Platas (perdón por la chusca licencia poética, pero no he podido resistirme). La argentina recepcionista destila gracia y merece un aumento de sueldo. Pregunté por Beatriz, su compañera, pero libraba el domingo. Aunque fuera brevemente la pude ver el lunes, apenas unos minutos para disfrutar de su simpatía y memoria fotográfica: se acordaba de mí, uno más de los cientos de clientes.
Un rato después estaba comiendo en "O escondido", lugar obligatorio para disfrutar de una comida sobresaliente, como dejé anotado ayer.
A Marta, Sol, Beatriz, Yolanda y su hijo (un mal comentario entre quince de cinco estrellas, aludiendo a la presencia de moscas, que no atienden al "reservado el derecho de admisión" me parece una indignidad propia de algún tiquismiquis relamido o directamente gilipollas que probablemente no tenga, yo tampoco, pasta suficiente para viajar en primera clase siguiendo la guía Michelín): gracias.