jueves, 12 de agosto de 2010

GRECIA MÍTICA Y ANTIQUÍSIMA

Muchos son los relatos sobre dioses y diosecillos de la antigua Grecia, de la clásica, de la Grecia fetén, no de esta de turistas horteras en chanclas y ligones de barrio en la playa, que se creen también descendientes del Olimpo porque chapurrean cuatro palabras del campo semántico "fornicio" y tienen a gala aguantar siete días y siete noches sin pegar ojo (lo que dura el viaje organizado por la mayorista "ovinos y caprinos sin fronteras"). De entre los menos conocidos (de los relatos, no de los veraneantes, aunque ahora que lo pienso, algo tienen que ver), me gusta destacar el referido a Loftis, una deidad provinciana de la que casi nadie se acuerda. La ni siquiera bella Loftis cantaba los fines de semana a la orilla del lago Demiós, y la verdad es que dicen que lo hacía bastante mal, pero las ranas y los peces, que nunca han destacado por su buen oído, se acercaban a escucharla. Ella pensaba, en su infinita idiotez, que los batracios anfibios admiraban sus virtudes canoras, lejos de sospechar que lo que realmente atraía a los animalitos acuáticos era el tamaño de sus senos al hincharse (o quizá sin necesidad de aire) para ejecutar (nunca un verbo hizo mayor justicia) las melodías apenas reconocibles por sus autores. Tan orgullosa se sentía de su técnica vocal que en un alarde (o dos), tanto inflamó sus pulmones que los pechos acabaron por explotar. Los peces y las ranas huyeron del lago, que quedó vacío por el resto de la eternidad. Por suerte para ella, un dios del Olimpo, con mucha mala uva y apetito desordenado y atrasado, se apiadó de su desgracia, la proveyó de nuevos aditamentos pectorales, y de paso la poseyó alegando enajenación mental transitoria provocada por la belleza de sus cantos. Y los dos, tan felices, como tiene que ser.