domingo, 21 de julio de 2019

A VECES LLEGAN CARTAS

Paz, la mecanógrafa de mis tripas —creo que pulsa aquí y allá, y no siempre de forma casual, la muy ladina— soltó la frase.
—Mándame una postal.

Unos días más tarde, mientras buscaba una oficina de Correos en mi lugar de vacaciones, consultas al móvil y algunos lugareños mediante, recordaba mi vocación como escribiente epistolar, perdida por mor de los tiempos modernos. 

Cheryl fue mi primera amiga pen pal, en un carteo propiciado por la profe de inglés, cuando yo tenía diez años. Era una galesa con la que practicaba mi inglés precario, mezclado con el castellano. Nos corregíamos la ortografía y la gramática mucho antes del bilingüismo institucional. Luego conocí a Luisa en un hotel de Madrid —frenaré fantasías eróticas: éramos niña y niño en un concurso escolar, de la época de Misión Rescate, María Luisa Seco y Torrebruno—, y me enamoré tan desaforadamente que hasta los camareros del Francisco I, cerca de la Puerta del Sol, se dieron cuenta. Durante ocho años nos escribimos sin tregua, y cuando dejamos de hacerlo fue porque la vida nos puso en nuestro sitio y otras personas más cercanas en lo físico vinieron a disociar nuestra química. Aidana, afín como yo a las artes, apareció pocos años más tarde, en un fin de semana en Asturias —un congreso de coros universitarios—, y el amor hizo el resto. 

El cartero se convirtió en un amigo, a veces enemigo si tardaba, que traía buenas noticias envueltas en sobres que yo contestaba a vuelta de correo. Luego, otra vez la vida nos mostró caminos divergentes.

Encontré por fin la oficina de Correos y envié la postal a Paz, con un sello autoadhesivo, sin saliva —aún recuerdo el sabor casi dulce de aquellos con la cara de Franco y después de Juan Carlos—. 

Hoy he leído que hasta los emails están despareciendo. Me pregunto si todo lo que tenemos que decir puede expresarse por wasap con iconos, facebook con fotos de calamares y caña en el chiringuito o instagram con más o menos lo mismo. 

En varios lugares de mi casa paterno-materna conservo, atadas con cintas, ligas o gomas, las cartas de antaño, llenas de frases y promesas más dulces que el sabor de los sellos chupables, en ocasiones adornadas con mechones de pelo, un anillo y fotos que también guardo.

Gracias a Cheryl, Luisa y Aidana, sin saberlo ni ellas ni yo, descubrí el placer de la escritura y el amor a distancia. Que hoy siga escribiendo se lo debo en gran medida a ellas, a quienes dedico este texto. Y a Paz, por traerme esos bellos recuerdos y seguir acrecentando mi gusto por evocar en el portátil los cientos de cuartillas y folios que volaron por cinco pesetas en sobres con el margen en rojo y azul o fueron por tierra cuando no tenía más que tres pesetas.

PS.- Gracias también a FB por facilitar que retomara el contacto con dos de las tres. Con la galesa fue imposible. Algo bueno tienen las redes. Menos mal que no me dejo enredar.