lunes, 7 de enero de 2019

Dime, Niño, de quién eres... (Postrero villancico a deshoras).



Hará como un par de semanas, me citó-retó mi amigo Alfonso en feisbuk, que tanto une y separa. No le sorprenderá mi memoria a corto plazo —tampoco a largo—, pues le demostré que le conocía desde pequeño, cuando su padre le llevaba a la panadería de sus abuelos en silla de bebé. Matías y Tere regentaban la tienda en la que mi madre compraba pan, leche y más cosas, y mi padre, en días de gloria, regalaba o vendía a sus abuelos, según fuera de benévolo el coto, truchas comunes que, pese a lo que digan los poetas, eran menos comunes que las arcoiris, por más que los colores quieran imponerse a los grises, como Pilar, Europa y Fernando —mis fotógrafos de referencia— no se cansan de suscribir. Ellos me entienden. 
Los caprichos del destino se esfuerzan por ponernos en sitios distintos, no necesariamente los nuestros, y quiso el tiempo que el niño-Niño que comía palmeras de chocolate sujetas con ambas manos, como detenía balones de idem-mano, pasara de ser alumno en prácticas a mi jefe en el colegio, a pesar de lo cual seguimos, creo, siendo amigos —así lo atestiguan múltiples secretos, "yo no he visto nada", o "ya se me ha olvidado", "¿de qué me hablas?"—. 
Lo que se dice peliculero, soy mucho. Mamé el cine por vía parenteral —a veces las palabras me visitan sin quererlo, ya podrían hacerlo más a menudo—: mi padre sabía docenas de nombres de actores, actrices y directores. Los grandes—los de verdad, antes de los ochenta— compositores de bandas también se quedaban en su memoria. —Venga, ahora di que Williams tiene muchos Oscars y te suelto una charla sobre armonía que te cagas—. Tenía una rara sensibilidad, gracias a sus múltiples sesiones continuas —entrada a las cuatro, salida a las doce, dos pases dobles por tarde— antes de que "Fotogramas" diese las pistas a seguir sin caer en le herejía. Otra cosa es ir al cine. Otra muy distinta es entender. Dejé de ir cuando las salas se convirtieron en merenderos. Me sigue pareciendo una falta de respeto comer palomitas y beber cola-coca para acompañar el trabajo de cientos de horas de rodaje y montaje. Me quedé en el Toblerone del Vistarama; los caramelos, como se permite en los conciertos de música clásica; en el registro de pipas —cuando los cines estaban en la capital— que te devolvían a la salida, con el soberbio ejercicio de memoria del acomodador. Decía, el muy antiguo, que el crac-crac era molesto y el público iba a ver la peli, no a que le añadieran efectos especiales. Apenas nos separa media generación, pero se nota.
Excepto las películas que dan por la 2, algún "taquillazo" y cuatro en DVD —hasta en esto soy viejo y no tengo Blue-ray—, no puedo presumir de cinefilia, porque las filias me dan fobia. 

A lo que vamos. Tengo el gusto de compartir contigo los libros que he leído este año —no digo prestártelos, que eres muy perezoso para devolverlos—. En la foto no están todos los que son, ni son todos los que están. La butaca que sustentó el tronco de mi tía Benita cuando era modista—noventa y cuatro años la contemplan, ayer lo comprobé, de visita en su asilo de ancianos, que ahora se llama residencia de la tercera edad— no aguanta más carga. En esa columna hay de todo. Unos —pocos— los tengo a medias, sea por su culpa o la mía, otros no cabían, y uno no figura deliberadamente porque me parece una castaña pilonga —leída en cuatro días lluviosos de julio— aunque del mismo autor e idéntica temática hay otro que resume, en la cuarta parte de espacio, a su hermano mayor. Otro más, cuenta lo mismo en apenas cien, con preciosas ilustraciones. Nunca hago publicidad negativa, allá cada lector y su gusto. El corto, que vale mucho más que los dos juntos del "bestselerado", se llama "Pikolo", y lo firma Patxi Zubizarreta, con dibujos de Jokin Mitxelena. Por ahí van los tiros, sin ánimo de hacer humor negro.

No los he contado, pero superan con creces la media nacional. "El 40% de los españoles no ha leído un libro este año", dicen las estadísticas. No sufráis, que tampoco lo creo. Mientras coméis palomitas, ya me encargo de falsear la puñetera estadística, esa que dice que si tú ganas 1000 y yo nada, cada uno de nosotros gana 500. O que si tú comes seis kilos de palomitas al año y yo doscientos gramos, cada uno hemos consumido tres kilos y cien gramos. De nada. A mandar. Para eso estamos. Ya nos pondrá en nuestro sitio el hígado de cada uno. Para ir al cielo o al infierno no hay EBAU, gracias a Dios.