sábado, 28 de septiembre de 2013

LOS QUE SE VAN...

Despedirse de alguien querido suele resultar duro cuanto más larga se prevé la espera. Incluso la incertidumbre puede servir de bálsamo, por la ilusión de que el amigo reaparezca antes de lo pensado. El tiempo actúa como pegamento de las relaciones firmes y disolvente de las frágiles, así que no es mala cosa, de vez en cuando, dejar que la distancia nos ofrezca una perspectiva que sería imposible en la cercanía. Hay que echar de menos para poner en valor. 
Conocí a una persona  hará no menos de diez años. Compartíamos charlas infinitas, confidencias, confesiones, relatos de ficción y no ficción, propios y ajenos, risas y llantos. Diferentes circunstancias nos alejaban y unían, pero siempre nos sabíamos presentes y en algún momento volvíamos a encontrarnos por los lugares que frecuentábamos. Un mensaje, una frase amable, un recordatorio, nos mantenían en contacto. Como esas plantas agradecidas que necesitan pocos cuidados para seguir creciendo, así era nuestra amistad.
Sin embargo, hace muchos meses dejé de recibir noticias. No hemos vuelto a vernos. Pienso en ella con mucha frecuencia y siempre le transmito mis buenos deseos, si es que las vibraciones le llegan donde esté. 
Lo último  que sé es que su correo ya no está operativo, así que el vínculo que me mantenía al menos esperanzado se ha roto. Sólo me queda apurar una última posibilidad: que lea este blog y sepa que este texto es para ella. No está en castellano antiguo, como sé que le gustaba leerme en nuestras noches locas y gamberras, pero no siempre se está inspirado para el verso, aunque sea libre. 
Me gustaría poder decir pronto que de nuevo te leo...