Menudo lío, para empezar el año.
La cosa surgió hace dos días, cuando en un mensaje de facebook alguien me regaló una inofensiva frase: "el aburrimiento es la enfermedad de las personas felices" (que hoy le habría valido la portada del suplemento cultural de un diario). Como mi recién estrenada "amiga", (ya se sabe el significado de esta palabra en facebook) no me conoce, aunque yo a ella bastante más, porque es una persona que acompañó mi juventud desde la televisión, y de la que solo (me cuesta suprimir la tilde) diré que sus siglas son B.R., por no presumir de amistades ilustres, no sospechaba que su cortesía al enviarme tres mensajes me haría pensar. La lista de reflexiones podría ser cuasi-interminable, porque uno se plantea infinidad de asuntos sobre la humanidad de lo divino, la divinidad de lo humano, la accesibilidad de lo aparentemente inaccesible y otras cuestiones de dificultad variable, como los chubascos. Lo cierto, y lo directo, es que me chocó la contundencia de su frase, le di unas pocas vueltas y le comuniqué que algo escribiría en mi blog. Aunque su respuesta ("suerte", dijo) me sonó a despedida, a pase de pecho, como arrepentida por haber confiado en un desconocido, tal como está el patio de locuelos, chalados y dementes obsesivos (que creo que no se ajustan a mi perfil), no pensé en dejar correr la oportunidad que inconscientemente me brindaba. Y en estas me hallo, con apenas dos frases a modo de guión (¿se decía guion con la nueva ortografía?) que he escrito esta tarde en un folio, y el blanco desafiante aún por enturbiar.
Cuando fumaba, hace poco más de un año, lo hacía con remordimientos. Si bebía más de la cuenta, acto asociado al tabaco y que se desvaneció con él, mi conciencia me gritaba al oído. A partir de una hora de ocio, de dolce far niente, mi cuerpo se revuelve, cosa que agradece mi osteópata, pero no mi cabeza. En suma, todo placer que exceda de lo que mi Pepito Grillo considera aceptable, me atribula más que apaciguarme. Así que me cuesta entender su frase, tu frase, querida B.R., (y perdona la licencia) por más que me guste o me gustaría hacer mía. A veces me logro convencer por un momento de que cumplo mi jornada laboral y merezco descanso, pero como no me siento cansado no lo necesito. Otras, las más, creo que simplemente estoy dejando que la calma chicha de mi vida me engulla.
Espero no haberte aburrido, B.R. Te confesaré, ahora que nadie nos mira, que la primera vez que recibí un curso sobre internet, hace más de diez años, me llevé un disquette de 3 pulgadas y pico, de los que ya no existen, y busqué tus fotos, que en el siglo pasado eran menos abundantes y de peor calidad. En mi impericia de principiante, y con las prisas y la vergüenza, las guardé en formato banner, que si no me equivoco, eran algo así como fotillos diminutas e imposibles de ampliar, cosa que descubrí al llegar a casa. Y créeme que sólo tengo a tres personas en mi galería de celebrities: V.M., S.S. y tú.
P.D.- Como sé que eres de ciudad con puerto de mar, te dejo la foto de arriba, por si lo echas de menos. Y para que no haya dudas, he cortado el mar, que no era el tuyo.
La cosa surgió hace dos días, cuando en un mensaje de facebook alguien me regaló una inofensiva frase: "el aburrimiento es la enfermedad de las personas felices" (que hoy le habría valido la portada del suplemento cultural de un diario). Como mi recién estrenada "amiga", (ya se sabe el significado de esta palabra en facebook) no me conoce, aunque yo a ella bastante más, porque es una persona que acompañó mi juventud desde la televisión, y de la que solo (me cuesta suprimir la tilde) diré que sus siglas son B.R., por no presumir de amistades ilustres, no sospechaba que su cortesía al enviarme tres mensajes me haría pensar. La lista de reflexiones podría ser cuasi-interminable, porque uno se plantea infinidad de asuntos sobre la humanidad de lo divino, la divinidad de lo humano, la accesibilidad de lo aparentemente inaccesible y otras cuestiones de dificultad variable, como los chubascos. Lo cierto, y lo directo, es que me chocó la contundencia de su frase, le di unas pocas vueltas y le comuniqué que algo escribiría en mi blog. Aunque su respuesta ("suerte", dijo) me sonó a despedida, a pase de pecho, como arrepentida por haber confiado en un desconocido, tal como está el patio de locuelos, chalados y dementes obsesivos (que creo que no se ajustan a mi perfil), no pensé en dejar correr la oportunidad que inconscientemente me brindaba. Y en estas me hallo, con apenas dos frases a modo de guión (¿se decía guion con la nueva ortografía?) que he escrito esta tarde en un folio, y el blanco desafiante aún por enturbiar.
Cuando fumaba, hace poco más de un año, lo hacía con remordimientos. Si bebía más de la cuenta, acto asociado al tabaco y que se desvaneció con él, mi conciencia me gritaba al oído. A partir de una hora de ocio, de dolce far niente, mi cuerpo se revuelve, cosa que agradece mi osteópata, pero no mi cabeza. En suma, todo placer que exceda de lo que mi Pepito Grillo considera aceptable, me atribula más que apaciguarme. Así que me cuesta entender su frase, tu frase, querida B.R., (y perdona la licencia) por más que me guste o me gustaría hacer mía. A veces me logro convencer por un momento de que cumplo mi jornada laboral y merezco descanso, pero como no me siento cansado no lo necesito. Otras, las más, creo que simplemente estoy dejando que la calma chicha de mi vida me engulla.
Espero no haberte aburrido, B.R. Te confesaré, ahora que nadie nos mira, que la primera vez que recibí un curso sobre internet, hace más de diez años, me llevé un disquette de 3 pulgadas y pico, de los que ya no existen, y busqué tus fotos, que en el siglo pasado eran menos abundantes y de peor calidad. En mi impericia de principiante, y con las prisas y la vergüenza, las guardé en formato banner, que si no me equivoco, eran algo así como fotillos diminutas e imposibles de ampliar, cosa que descubrí al llegar a casa. Y créeme que sólo tengo a tres personas en mi galería de celebrities: V.M., S.S. y tú.
P.D.- Como sé que eres de ciudad con puerto de mar, te dejo la foto de arriba, por si lo echas de menos. Y para que no haya dudas, he cortado el mar, que no era el tuyo.