domingo, 12 de junio de 2016

UN RELATO GOLFERO, CHAPTER TWO

No estaba como para denegar su ayuda, así que me puse en sus manos. 
-Claro. Peor no puedo hacerlo.
-Siempre se puede -respondió con una risita.
Acto seguido, se colocó tras de mí y fue corrigiendo despacio todos mis defectos de posición. Pegó su cuerpo al mío, primero por la espalda, y después delante de mí.
-Fija la pose, aunque no haya fotógrafos -fue su consejo. -Y, sobre todo, no muevas más que los brazos hasta el golpeo. Luego termina el swing para acompañarlo.
Dos o tres sugerencias eran muchas más de las que era capaz de memorizar, pero me esforcé tanto que mi salida del tee resultó, como poco, correcta para un principiante. La bola alcanzó el antegreen, salvando el búnker con un bote afortunado. 
-Ya ha pasado lo peor, -dijo.
Caminamos en paralelo, ella con su carrito y yo con mis cuatro palos de la mano. Llegados a dos metros de mi bola, se detuvo e hice lo propio.
-¿Qué ves?
-Veo... que me vas a ganar.
-Yo veo que tienes una actitud de perdedor. ¿Siempre eres así?
Me callé la respuesta por no darle la razón. Miró su bolsa, sacó el pitching wedge y ensayó un aproach. Luego me ofreció el palo.
-¿Hay alguna norma que no hayamos infringido?
-La de la vestimenta, para empezar. Estamos de foto -contestó sin aguantar la risa. -Se nota que estás atento a la moda-. 
Volvió a pegarse a mí por la espalda, para ensayar el golpe. 
-¿Quieres relajarte?
No podía, con su cuerpo tan junto al mío. Notaba sus pechos, sus rodillas en mis corvas y la respiración controlada. Tenía una sensación extraña, entre la excitación y la sorpresa.
-¿Me has mirado bien?
Vaya que sí, mucho más de lo que tuviera que ver con el golf.
-Sí, chef.
-Pues apunta y dispara.
De algún recóndito rincón de mi memoria, de las noches viendo partidos de la PGA y el Masters, salió el Ballesteros genial. Ella no pudo ver cuándo cerré los ojos, pero la bola se quedó a  pocos centímetros del hoyo tras botar un par de veces. Si no me lo creía, ella menos. Noté en su cara que estaba contrariada. El alumno superando al maestro era algo con lo que no contaba. Se puso tensa y la sombra de la derrota no sólo planeó, sino aterrizó en ella. Su caminar hacia la bola se tornó inseguro.
-¿No me estarás tomando el pelo?
-Sólo ha sido un golpe de suerte.
Cogió el putter, ensayó el golpe y corrigió varias veces el ángulo de ataque. Se agachó, posó el palo en vertical y supongo que hizo varios cálculos mentales antes de decidirse a golpear la bola. Se irguió lentamente sin apartar la vista del hoyo, respiró hondo y... clic.
La bola recorrió el espacio hasta el agujero, dio dos vueltas en el filo y salió escupida, como escupió Marta una sarta de improperios en voz baja, pero menos baja de lo deseable. Midió la distancia al hoyo de ambas bolas y la mía estaba más alejada por apenas un par de centímetros.
-Te toca.
Firmar un empate con ella era una victoria. Hacer un par tres en tres era una gesta. Unos minutos antes Marta pensaría en el birdie y yo en el bogey, pero estábamos en una situación inesperada y para ella desesperada. En silencio volvió a ponerse a mis espaldas. Cogió mi putter, practicó el golpe y repitió el proceso de los anteriores, ayudándome a ajustar mi posición. Tenía claro que algo había cambiado. Peor aún: estaba intentando que fallase. 
-¿Qué handicap tienes? -preguntó, como dejándolo caer.
-Los tengo todos. Y en golf, aun no me lo han adjudicado, pero suponga que el máximo... o más. 
El aprendiz tenía la oportunidad de empatar un hoyo, un triste agujero a una amateur o profesional. Otro warholiano momento de gloria para mí. 
Ensayé mi golpe, que era ganador pese al empate si ella, como parecía previsible, embocaba. Había demasiada caída, aunque decidí no modificar la posición que la maestra había sugerido. Y fallé. Tres golpes, un bogey como poco si embocaba en el siguiente, y Marta tenía la posibilidad de meterla en tres. La dejé preparar su asalto a la gloria, y cuando estaba a punto de golpear la detuve.
-Te concedo el hoyo. No sé si es reglamentario, pero lo he visto en la tele.
-¿Me estás dando ventaja?
-Supongo que estoy dando por hecho lo inevitable. Hasta yo podría meterla.
-Prefiero no quedarme con la duda.
Y falló.