tag:blogger.com,1999:blog-52003754312374468462024-03-13T11:15:21.828+01:00pucela a capellaPucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.comBlogger396125tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-59967785310211828712023-05-21T16:13:00.001+02:002023-05-21T16:13:55.442+02:00IA o AI<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Por si tenía —aún tengo— poco con los cursos de CDD (competencia digital para docentes) a los que me obliga la Junta de mi comunidad, me apunté a un taller sobre Inteligencia Artificial para escritores, que suena a película de ciencia ficción. Para más inri, ando estos días leyendo <i>1984</i>, de Orwell, por lo que estoy altamente sensible. De esta, solo había visto la película de Hurt y Burton, que fue apertura de la SEMINCI del mismo año, en la que tuve que mantener a raya a mi vecino de asiento, un periodista mexicano al que caí en gracia o, dicho de otro modo, al que le apetecía enseñarme a mis veinte años los secretos del amor (sexo, más bien) <i>inter pares</i>. Desconozco sus habilidades como redactor, pero en el marketing se mostró poco diestro. Por suerte para mí, se quedó dormido durante la proyección (ignoro qué contaría en su revista), y pude ver la peli sin miedo a que me metiera mano. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Christian, el ponente del taller, me abrió los ojos sobre un asunto del que no sabia nada hasta ayer. Ocho horas de curso dan para, como le dejé escrito, encontrar el cabo del que tirar para desenmarañar el ovillo, pero consiguió que me picara la curiosidad, que no es poco. El chat GPT me pareció alucinante, tanto que me entretuve en gastar mis <i>talkens</i> —el crédito para los de gratis— a lo largo de la tarde y parte de la noche. Aún sigo alucinando. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Hasta aquí mi texto. A continuación copio y pego lo que me sugiere OPENAI, después de entregarle mi escrito:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></p><p style="--tw-border-spacing-x: 0; --tw-border-spacing-y: 0; --tw-ring-color: rgba(69,89,164,.5); --tw-ring-offset-color: #fff; --tw-ring-offset-shadow: 0 0 transparent; --tw-ring-offset-width: 0px; --tw-ring-shadow: 0 0 transparent; --tw-rotate: 0; --tw-scale-x: 1; --tw-scale-y: 1; --tw-scroll-snap-strictness: proximity; --tw-shadow-colored: 0 0 transparent; --tw-shadow: 0 0 transparent; --tw-skew-x: 0; --tw-skew-y: 0; --tw-translate-x: 0; --tw-translate-y: 0; background-color: #f7f7f8; border: 0px solid rgb(217, 217, 227); box-sizing: border-box; color: #374151; font-family: Söhne, ui-sans-serif, system-ui, -apple-system, "Segoe UI", Roboto, Ubuntu, Cantarell, "Noto Sans", sans-serif, "Helvetica Neue", Arial, "Apple Color Emoji", "Segoe UI Emoji", "Segoe UI Symbol", "Noto Color Emoji"; margin: 1.25em 0px; white-space: pre-wrap;"><span style="font-size: large;">"Después de haber pasado tanto tiempo en cursos obligatorios de competencia digital para docentes, pensé que no habría nada más que pudiera sorprenderme en el ámbito de la tecnología. Sin embargo, decidí inscribirme en un taller sobre Inteligencia Artificial para escritores, y debo decir que el título sonaba a algo salido de una película de ciencia ficción. Para empeorar las cosas, justo en estos días estoy leyendo '1984' de Orwell, lo que ha aumentado mi sensibilidad hacia temas relacionados.</span></p><p style="--tw-border-spacing-x: 0; --tw-border-spacing-y: 0; --tw-ring-color: rgba(69,89,164,.5); --tw-ring-offset-color: #fff; --tw-ring-offset-shadow: 0 0 transparent; --tw-ring-offset-width: 0px; --tw-ring-shadow: 0 0 transparent; --tw-rotate: 0; --tw-scale-x: 1; --tw-scale-y: 1; --tw-scroll-snap-strictness: proximity; --tw-shadow-colored: 0 0 transparent; --tw-shadow: 0 0 transparent; --tw-skew-x: 0; --tw-skew-y: 0; --tw-translate-x: 0; --tw-translate-y: 0; background-color: #f7f7f8; border: 0px solid rgb(217, 217, 227); box-sizing: border-box; color: #374151; font-family: Söhne, ui-sans-serif, system-ui, -apple-system, "Segoe UI", Roboto, Ubuntu, Cantarell, "Noto Sans", sans-serif, "Helvetica Neue", Arial, "Apple Color Emoji", "Segoe UI Emoji", "Segoe UI Symbol", "Noto Color Emoji"; margin: 1.25em 0px; white-space: pre-wrap;"><span style="font-size: large;">Anteriormente, solo había visto la adaptación cinematográfica de la novela, dirigida por Michael Radford y protagonizada por John Hurt y Richard Burton. Recuerdo que esa película fue la apertura de la SEMINCI en el mismo año. Durante la proyección, tuve que mantener a raya a mi vecino de asiento, un periodista mexicano que pareció interesarse demasiado por mí, o más bien, por enseñarme a mis veinte años los secretos del amor (o más bien del sexo) entre pares. Aunque desconozco sus habilidades como redactor, en términos de marketing mostró poca destreza. Afortunadamente, se quedó dormido durante la película (ignoro qué escribiría en su revista) y pude verla sin temor a sus avances.</span></p><p style="--tw-border-spacing-x: 0; --tw-border-spacing-y: 0; --tw-ring-color: rgba(69,89,164,.5); --tw-ring-offset-color: #fff; --tw-ring-offset-shadow: 0 0 transparent; --tw-ring-offset-width: 0px; --tw-ring-shadow: 0 0 transparent; --tw-rotate: 0; --tw-scale-x: 1; --tw-scale-y: 1; --tw-scroll-snap-strictness: proximity; --tw-shadow-colored: 0 0 transparent; --tw-shadow: 0 0 transparent; --tw-skew-x: 0; --tw-skew-y: 0; --tw-translate-x: 0; --tw-translate-y: 0; background-color: #f7f7f8; border: 0px solid rgb(217, 217, 227); box-sizing: border-box; color: #374151; font-family: Söhne, ui-sans-serif, system-ui, -apple-system, "Segoe UI", Roboto, Ubuntu, Cantarell, "Noto Sans", sans-serif, "Helvetica Neue", Arial, "Apple Color Emoji", "Segoe UI Emoji", "Segoe UI Symbol", "Noto Color Emoji"; margin: 1.25em 0px; white-space: pre-wrap;"><span style="font-size: large;">Fue en ese taller donde Christian, el ponente, logró abrir mis ojos sobre un tema del cual no sabía nada hasta ayer. Ocho horas de curso fueron suficientes para encontrar el hilo del que tirar y comenzar a desenmarañar el ovillo de la Inteligencia Artificial. Debo admitir que despertó mi curiosidad, lo cual es todo un logro. Sin embargo, lo que realmente me dejó alucinado fue la experiencia con el chat GPT.</span></p><p style="--tw-border-spacing-x: 0; --tw-border-spacing-y: 0; --tw-ring-color: rgba(69,89,164,.5); --tw-ring-offset-color: #fff; --tw-ring-offset-shadow: 0 0 transparent; --tw-ring-offset-width: 0px; --tw-ring-shadow: 0 0 transparent; --tw-rotate: 0; --tw-scale-x: 1; --tw-scale-y: 1; --tw-scroll-snap-strictness: proximity; --tw-shadow-colored: 0 0 transparent; --tw-shadow: 0 0 transparent; --tw-skew-x: 0; --tw-skew-y: 0; --tw-translate-x: 0; --tw-translate-y: 0; background-color: #f7f7f8; border: 0px solid rgb(217, 217, 227); box-sizing: border-box; color: #374151; font-family: Söhne, ui-sans-serif, system-ui, -apple-system, "Segoe UI", Roboto, Ubuntu, Cantarell, "Noto Sans", sans-serif, "Helvetica Neue", Arial, "Apple Color Emoji", "Segoe UI Emoji", "Segoe UI Symbol", "Noto Color Emoji"; margin: 1.25em 0px; white-space: pre-wrap;"><span style="font-size: large;">Me pasé horas y parte de la noche interactuando con él. Los tokens gratuitos que tenía fueron gastados uno tras otro. Quedé maravillado por su capacidad para generar respuestas coherentes y relevantes. Aunque aún estoy asombrado por todo esto, sigo preguntándome qué más será posible en el campo de la Inteligencia Artificial y cómo puede influir en nuestras vidas en el futuro.</span></p><p style="--tw-border-spacing-x: 0; --tw-border-spacing-y: 0; --tw-ring-color: rgba(69,89,164,.5); --tw-ring-offset-color: #fff; --tw-ring-offset-shadow: 0 0 transparent; --tw-ring-offset-width: 0px; --tw-ring-shadow: 0 0 transparent; --tw-rotate: 0; --tw-scale-x: 1; --tw-scale-y: 1; --tw-scroll-snap-strictness: proximity; --tw-shadow-colored: 0 0 transparent; --tw-shadow: 0 0 transparent; --tw-skew-x: 0; --tw-skew-y: 0; --tw-translate-x: 0; --tw-translate-y: 0; background-color: #f7f7f8; border: 0px solid rgb(217, 217, 227); box-sizing: border-box; color: #374151; font-family: Söhne, ui-sans-serif, system-ui, -apple-system, "Segoe UI", Roboto, Ubuntu, Cantarell, "Noto Sans", sans-serif, "Helvetica Neue", Arial, "Apple Color Emoji", "Segoe UI Emoji", "Segoe UI Symbol", "Noto Color Emoji"; margin: 1.25em 0px; white-space: pre-wrap;"><span style="font-size: large;">La combinación de mis lecturas de '1984', el taller sobre Inteligencia Artificial y la experiencia con el chat GPT ha dejado mi mente llena de preguntas e ideas. Me pregunto si la tecnología llegará a un punto en el que la línea entre la realidad y la ficción se desdibuje por completo. ¿Estaremos caminando hacia un mundo distópico similar al que Orwell imaginó en su novela? ¿Qué implicaciones tendrá la Inteligencia Artificial en la escritura y la creatividad? Estas incógnitas solo aumentan mi curiosidad y me hacen reflexionar sobre los avances tecnológicos que nos esperan.</span></p><p style="--tw-border-spacing-x: 0; --tw-border-spacing-y: 0; --tw-ring-color: rgba(69,89,164,.5); --tw-ring-offset-color: #fff; --tw-ring-offset-shadow: 0 0 transparent; --tw-ring-offset-width: 0px; --tw-ring-shadow: 0 0 transparent; --tw-rotate: 0; --tw-scale-x: 1; --tw-scale-y: 1; --tw-scroll-snap-strictness: proximity; --tw-shadow-colored: 0 0 transparent; --tw-shadow: 0 0 transparent; --tw-skew-x: 0; --tw-skew-y: 0; --tw-translate-x: 0; --tw-translate-y: 0; background-color: #f7f7f8; border: 0px solid rgb(217, 217, 227); box-sizing: border-box; color: #374151; font-family: Söhne, ui-sans-serif, system-ui, -apple-system, "Segoe UI", Roboto, Ubuntu, Cantarell, "Noto Sans", sans-serif, "Helvetica Neue", Arial, "Apple Color Emoji", "Segoe UI Emoji", "Segoe UI Symbol", "Noto Color Emoji"; margin: 1.25em 0px; white-space: pre-wrap;"><span style="font-size: large;">A medida que continúo explorando el fascinante mundo de la Inteligencia Artificial y su impacto en diferentes campos, espero poder compartir más de mis descubrimientos y pensamientos en futuros artículos de mi blog. Sin duda, vivimos en una era emocionante, llena de posibilidades y desafíos, y estoy ansioso por ver cómo se desarrolla este viaje hacia el futuro".</span></p><p style="--tw-border-spacing-x: 0; --tw-border-spacing-y: 0; --tw-ring-color: rgba(69,89,164,.5); --tw-ring-offset-color: #fff; --tw-ring-offset-shadow: 0 0 transparent; --tw-ring-offset-width: 0px; --tw-ring-shadow: 0 0 transparent; --tw-rotate: 0; --tw-scale-x: 1; --tw-scale-y: 1; --tw-scroll-snap-strictness: proximity; --tw-shadow-colored: 0 0 transparent; --tw-shadow: 0 0 transparent; --tw-skew-x: 0; --tw-skew-y: 0; --tw-translate-x: 0; --tw-translate-y: 0; background-color: #f7f7f8; border: 0px solid rgb(217, 217, 227); box-sizing: border-box; color: #374151; font-family: Söhne, ui-sans-serif, system-ui, -apple-system, "Segoe UI", Roboto, Ubuntu, Cantarell, "Noto Sans", sans-serif, "Helvetica Neue", Arial, "Apple Color Emoji", "Segoe UI Emoji", "Segoe UI Symbol", "Noto Color Emoji"; margin: 1.25em 0px; white-space: pre-wrap;"><span style="font-size: large;">Si es que llego a comprobarlo, añado. Miedo me da.</span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-39235258428459940502023-03-06T17:29:00.005+01:002023-03-06T17:56:25.517+01:00EL PIANO Y LA MEMORIA<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitQlmVhHpoILj48wx6GneOE4xYZbrtFcJeNOSBQ7hk1io66ripLG6JKSwwhHv1dd-EqykFxkmed7sc4Rq2HAdF4FbM9JhpW9a19SKOEOvCr0nMDmwkIeZn-jfEBIn2Fq6GJr-yMiP5dJZFXJ2-YZtPEyGalPwHtg9ZKN9WZQx4fcjkuK9_4V3ffyjFRQ/s1285/IMG_1608%20(1).jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1285" data-original-width="1045" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitQlmVhHpoILj48wx6GneOE4xYZbrtFcJeNOSBQ7hk1io66ripLG6JKSwwhHv1dd-EqykFxkmed7sc4Rq2HAdF4FbM9JhpW9a19SKOEOvCr0nMDmwkIeZn-jfEBIn2Fq6GJr-yMiP5dJZFXJ2-YZtPEyGalPwHtg9ZKN9WZQx4fcjkuK9_4V3ffyjFRQ/s320/IMG_1608%20(1).jpg" width="260" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br /> Entré en la Sala Borja poco antes de la una para la prueba de sonido. El viejo cine-teatro de los jesuitas se ha convertido en una sala moderna, aunque sin venta de palomitas ni refrescos, por suerte y algo de sorpresa. Me ahorraré la maldad que a mis amigos exalumnos de la orden y cinéfilos se les habrá ocurrido.</span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al lado izquierdo del escenario lucía un Yamaha de gran cola, con la tapa abierta y un micro de voz. No he podido constatar si se trata del mismo que me jugó una mala pasada allá por 1977 (aprox.) ni consultando a Luis, mi profesor de música del colegio, que se ha mostrado amable, como siempre, pero menos receptivo por whatsapp que en persona, algo semejante a lo que me sucede a mí, poco amigo de los iconos aunque me provoque malentendidos a veces irreparables. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Fue entrar y recordar el año aquel, con la sala atestada de padres y alumnos, la primera vez que actué como solista. Fue el propio Luis quien me lanzó el envite la noche anterior, con un reto envenenado:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Por qué no tocas el piano mañana en el festival? Busca una pieza que te sepas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Dudé, porque no me sabía ninguna como requiere una actuación en público o un examen de primero de piano —así me fue— y Luis envidó de nuevo para provocarme.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Tu amigo José Ramón va a tocar...</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Picado en mi amor propio —J. R: y yo éramos una especie de amigos íntimos con un cierto poso de envidia de mi parte (dudo que me envidiara en algo), porque él era un tío muy brillante en lo académico, aunque sufría al piano más que Fernando Alonso a los mandos de un Alpine, cosa que José Ramón reconocía—, busqué entre mis partituras la más accesible. Estuve ensayando a horas intempestivas más de lo normal —media hora en lugar de diez minutos—, y me presenté en la Sala Borja —quizá fuera en el salón de actos del colegio— con una sonatina de un tal Dussek bajo el brazo, deslomada solo del trayecto de mi casa a la de la profesora de música, María Jesús, que no por el uso. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Llegó mi turno después del de J. R, cuya obra no recuerdo, quizá <i>El campesino alegre</i> u otra parecida que, creo recordar, interpretó correctamente. Coloqué mi libro sobre el atril como pude, que fue mal a decir de su comportamiento. A medida que tocaba, con algún tropiezo menor (la obra estaba en mayor, y de ahí el choque), las hojas se iban escurriendo —quizá el fieltro sobre el que se apoyan estuviera gastado o aún no se le habría ocurrido al constructor japonés mejorar el sistema, que en España ya conocíamos la lija, coño—. Una de ellas voló hasta aterrizar sobre mis manos, y, confiando en mi memoria, la aparté de un sopapo para poder ver el teclado. El resto de hojas fueron siguiendo su ejemplo y en un instante me vi sin partitura que mirar, pues todos los folios impresos reposaban a mis pies como mariposas muertas que habían preferido suicidarse antes que ser defenestradas por mi lectura errática. Incapaz de seguir de memoria, interrumpí mi lamentable interpretación para recogerlas, mientras Luis, atento entre bambalinas, salía corriendo en mi auxilio. Casi chocaron nuestras cabezas agachadas en busca del Dussek prófugo y desmembrado, pero me adelanté provocando un sprint del cura —confío en que sus dos infartos, muy a posteriori, no tengan nada que ver con aquel sobreesfuerzo—. Volví a colocarlas sobre el atril a su suerte, que no fue la mía porque siguieron las más elementales reglas de la probabilidad, reposando desordenadas y poco estables. Se oyó alguna risa, quiero pensar que benévola, de alguien que creería que se trataba de un espectáculo humorístico —¿no estaría tomando nota uno de Les Luthiers agazapado entre el público?— preparado para provocar la hilaridad, que se contuvo hasta que decidí rematar mi ridículo con una cadencia perfecta y sobrevenida, SOL - DO. En aquel instante se mezclaron los aplausos generosos con las risas. Recogí lo que quedaba del libro, saludé a la carrera y desaparecí tras la cortina negra como el futuro que me esperaba como concertista si era capaz de superar el trauma. Para mayor escarnio, vino el profesor de plástica, que entonces era pretecnología, y me dijo:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—No sabía que tocabas el piano —quizá mi poca habilidad con los dedos en menesteres pretecnológicos, fuera eso lo que fuera, le inclinó a pensarlo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Yo tampoco —le contesté de forma abrupta, pensando en que lo tocaba pero dejaría de hacerlo. Ignoro si captó mi sutileza, pero me dio igual, incluso que tomara represalias a la semana siguiente y me pidiera algún trabajo extra o me invitara al pasillo, que hoy se llama rincón de pensar (en venganzas, apostillo).</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Y mi viejo enemigo, el Yamaha de gran cola, me esperaba ayer con su tapa abierta en forma de sonrisa ladeada... Sonaba mejor de lo que recordaba, quizá porque no fuera el mismo sino un pariente lejano al que le hubieran soplado mi desventura de antaño. El caso es que el muy cabrón me la volvió a jugar durante el ensayo, y mis tres hojas, pese al fieltro, se cayeron de nuevo. Las dejé en el suelo, como retándolo, y terminé la canción. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Por la tarde volví a ensayar y los hados me echaron una mano, igual que durante mi breve aparición como acompañante de una exalumna que ahora canta. Me cedió el honor de hacer un dúo y salí airoso —que no es sinónimo de exitoso en mi diccionario de la excelencia— del paso. Ahora recuerdo que, excepto una actuación como pianista que acabó derivando en monologuista por mor de circunstancias ajenas a mi voluntad, mermada por el retraso y el bourbon, no había vuelto a tener un papel estelar —o satélite— desde el infausto 1977. Tras varias pulverizaciones con el <i>Aprolis</i> (propóleo) que me regaló mi querida Mónica en octubre, en los noventa segundos exactos —acabo de medirlo gracias a los vídeos, que se fastidie Warhol: le estropeé el dicho por trece minutos y medio— de mi interpretación, me sentí, voz cascada, dedos doloridos y edad provecta aparte, como el artista que habría querido ser, al estilo de Billy Joel, Jamie Cullum o Elton John. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Que me quiten lo <i>cantao</i> y <i>tocao</i>. Lo <i>bailao</i>, no. Para no abusar de mi suerte, me aguanté las ganas de dar unos pasos a lo Nureyev. Seguro que el piano me habría puesto la zancadilla y yo habría salido cojeando. ¡Que se joda! </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">PS.- Nunca le pedí perdón por mis putaditas —era pura envidia—, pero J. R. y yo seguimos siendo amigos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">PS2.- Luis, a quien ha rendido pleitesía y agradecimiento en este blog, sigue siendo mi Pigmalión. A él le debo el descubrimiento de mi vocación. No es culpa suya que yo le hiciera caso a medias.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">PS3.- Otros amigos surgidos de aquella escuela jesuítica (como Gato, Garrote, Zamora, Del Campo, Lara, Martín, Castro, Campomanes, De la Plaza, e incluso un trepa innombrable del que todos nos descojonamos) fueron más fieles a sus sugerencias, enseñanzas y llegaron donde yo no. También siguen siendo mis amigos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">PS4.- Actuar con dos exalumnas a las que , sin saberlo, de algún modo les desperté (espero) el gusanillo artístico, y con el hijo de un excompañero del Sanjo, chavales excelentes padre e hijo, fue un premio que no creo merecer. </span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-26152943806321589142023-02-19T17:10:00.004+01:002023-02-19T17:10:52.761+01:00"VIEJUNADAS"<p style="text-align: justify;"> <span style="font-size: large;">El grupo de <i>guasap</i> "padelistas" se ha convertido en un recordatorio de que no estamos para partidos, achaques mediante, y solo para cenas apresuradas sin postre, ni café, ni chupitos. En dos horas, resuelta la cita. El miércoles pasado se confabularon los astros y nos juntamos los siete, dos de los cuales no se han puesto el chándal desde que dejaron el colegio, pero se sumaron al grupo una vez que supieron que ya no había partidos. Jose, sin tilde —la RAE debería incluir esa modificación tan al uso, más frecuente que las almóndigas—, después de repasar dolencias de uno y otro, modas modernas como ver series —lo de a doble velocidad para acabar antes me pareció terrible, como de competición adulterada— me confesó que la política, la economía, la salud decreciente y otras desgracias le espantan. También me preguntó si ya no escribo en este blog y, aunque alabó mi estilo —los amigos de verdad te dan una palmadita cuando la necesitas—, me dijo que últimamente me estaba especializando en obituarios. No pude quitarle la razón, pero ya me gustaría no tener que rendir homenaje a amigos que se van. Por él y los muchos otros que siguen en este mundo, aunque en ocasiones parezca que habitan mundos paralelos por mor de la propia vida, he abierto hoy mi cuaderno de bitácora. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al hilo del tema, le comenté que he pensado en escribir el mío, por si acaso no me da tiempo, para que alguien lo lea en mi funeral y al menos me recuerden con un sentido del humor que, llegado el caso, quizá me abandone ante la inminencia de la partida. Quizá parezca humor negro —hay temporadas para todo—, pero no encuentro mejor manera de despedirme que haciendo el canelo a posteriori. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Bueno, que nadie se alarme: solo tengo dolorcillos articulares, mi colesterol anda bajo los límites, duermo bien sin la CPAP desde que adelgacé, y solo tengo apneas voluntarias las pocas veces que me baño —¿para cuándo un termostato en el Atlántico?—. Vamos, que no espero provocar hilaridad desde el púlpito en breve, pero dejaré guardados unos folios. A ver quién se atreve a leerlos. Si hay lágrimas, que sean de risa. </span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-65332879007941682482022-12-26T17:29:00.001+01:002022-12-26T17:29:55.243+01:00RAROS Y JINGLE BELLS<p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh80QZ31p3CTTlXUpgIQDCrVUVPzxj9S9kYhn6JRMGS8Aq9rPMj1gZHUd_Bbyn__eQNhHsK0PodS5P8EUM_D6udd9_bSfQG-mGpISslpIEd--KhyB9yG7q2RQqy_RQvhVDQCTVK0vvRGzyQZLof-u9mJp5dMyfjTvoIx4gEOB0Zu3rAU2FCSDR7Ku7AdQ/s3794/IMG_1152.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2846" data-original-width="3794" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh80QZ31p3CTTlXUpgIQDCrVUVPzxj9S9kYhn6JRMGS8Aq9rPMj1gZHUd_Bbyn__eQNhHsK0PodS5P8EUM_D6udd9_bSfQG-mGpISslpIEd--KhyB9yG7q2RQqy_RQvhVDQCTVK0vvRGzyQZLof-u9mJp5dMyfjTvoIx4gEOB0Zu3rAU2FCSDR7Ku7AdQ/s320/IMG_1152.jpg" width="320" /></a></div> <p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Mi amiga Clara dijo un día, no sé si el que me conoció (solo me había visto en foto, teñido de rubio por una promesa en el Camino de Santiago, y le costó identificarme): «para ser amigo del Fuentes y del Niño (Germán es el niño), no eres tan raro...». «Pero tienes tu cosa» —quise entender. <br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> A Clarita le debo este blog. Ella lo creó, me pasó el enlace y le puso nombre y clave de acceso. Los cambié por mnemotecnia (no apunto mis passwords, pero tengo mi método), no por desconfianza. Clara sabe marcar distancias entre lo amistoso, lo privado y lo íntimo. </span></p><h2 style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> <span style="font-weight: normal;">"Mi cosa" venía de lejos, pero se manifestó en su esplendor cuando conocí a Germán, y después al Fuentes y a Clara. Sus rarezas se me contagiaron, y tardé en darme cuenta de su importancia. Las casualidades, los hados, la fortuna, la providencia o el destino (según se les quiera llamar, creencias mediante), la vida, en suma, nos va moldeando. Otros amigos, de los de siempre, tenían y tienen lo suyo, y sus opiniones dejan huella. Algunos ni lo sospechan, pero a todos les debo algo, incluso a los ejemplos negativos (hay quienes dejaron su impronta y desparecieron, benditos ellos, que nunca volvieron a dar señales, ni falta que hace: ya no son amigos). El aprendizaje se muestra de múltiples formas. Llevo más de treinta y dos años ejerciendo la profesión de docente sin olvidarlo. Mis chicos, chicas, chic@s (el lenguaje inclusivo choca con la gramática, que será chikes, pero hay que forzar lo inforzable)... que no son tontos pese al Fornite (así lo digo en clase, y se mean), al Quevedo y la Rosalía (los apócrifos, huelga decirlo, que quienes me leéis lo tenéis claro, espero, no daré más pistas), al reguetón y la madre que lo parió sin epidural, aprenden y desaprenden a ratos.</span></span></h2><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> No sé por qué han salido estos tres (y más que no cito con nombre, aunque estoy seguro de que alguno se sentirá subrayado) en estas fechas de desparrame, cachondeo, excesos (o compensación de defectos) y sendas excusas. Escribo porque ayer fue fiesta grande trasladada a hoy; porque he ido al tanatorio (pasando por aquí y por ahí) a despedir a un señor de sesenta y tres años (tengo cincuenta y siete y me ha dado por pensar...), cuya hija fue alumna mía y hoy es compañera (la vida te pone y quita, esclavos y señores); porque he dormido nueve horas (sin resaca, gracias a San Omeprazol); porque este blog es mi terapia gratis (que no lo sospechaba hasta que hace un año empecé a pagar a un psicoanalista), la de verbalizar y pensar; porque pasé la Nochebuena sin discutir (comiendo y bebiendo poco, que los órganos tienen sus conexiones y es mejor cortarlas); y porque escucho más que hablo. Y leo más de lo que escribo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-53158926254419285612022-12-04T18:29:00.001+01:002022-12-04T18:29:37.423+01:004 DE DICIEMBRE<p style="text-align: justify;"> <span style="font-size: large;">Nací con reloj de serie, conectado con mi memoria a largo plazo, y funcionan ambos como una película de cine, no de fotos (aunque a veces también). Relojes, cine y fotos me acompañan desde pequeño, por vía paterna. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Mi amigo Juan Carlos cumpliría hoy 57 años. Antes de la misa de doce, le puse unas velas eléctricas. Por caprichos de mi cabeza, que funciona de forma autónoma, me acordé de la primera cena, que vino precedida de una promesa que nos hicimos los cuatro de entonces, del cole, del mus en el club del colegio de médicos, y de los pinchos de tortilla con chato de mosto en el Jovi: J.C, Sanmi, Nacho y yo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—El primero que tenga trabajo invita a los otros tres —convinimos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Como no dejamos por escrito cláusulas ni letra pequeña, las clases particulares de solfeo que daba a unos vecinos sirvieron para pagar mi deuda. Un curre es un curre, aunque sea en negro.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Nos plantamos, reserva mediante, en un hotel céntrico que tenía restaurante. Cuatro mocosos, dos con derecho a voto, rodeados de mesas con familias, parejas y gente seria y adulta, llamaron la atención del maitre. Como jefe de la expedición, y con el mando en plaza que me otorgaba mi billete morado en la cartera, me permití pedir el vino. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> —Un Protos... o algo parecido —dije. Hablaba de oídas, por lo poco que había aprendido hasta entonces, pero en la mesa de al lado había una botella igual.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> El hombre me miró con cierta conmiseración, aguantando la risa. Se temería que, a la hora de pagar, nos ofreciéramos a fregar platos para compensar mi falta de liquidez. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> —No tenemos, pero puedo ofrecerle un Balbás joven.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Acepté, por no discutir. Un hombre con uniforme impone más que cuatro chavales en vaqueros.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Nacho se comió el pisto, aunque aquel amasijo se parecía más a un puré a medio triturar que al pisto de verdad, el que su madre, de Albacete, preparaba. Sanmi cortó su escalope milanesa, un filete empanado, en román paladino, en trocitos pequeños.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> —Coño, Jose. Corta y come —le dije.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> —De eso, nada. Primero trabajo y después como.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> No recuerdo qué pedimos Juan Carlos y yo. Solo que lo pasamos bomba, pagué y nos fuimos felices después de nuestra primera cena con mantel de tela. Tampoco sé si hubo otras —el pacto era "el primero paga"—. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Ahora que caigo, años más tarde hubo una especie de <i>masterchef</i> del mismo cuarteto en el chalet de Sanmi. Compramos dos lechazos, y cada uno de nosotros se encargó de asar su cuarto —lo de trasero y delantero no era importante— en el horno de Pereruela, con bandejas de barro, como mandan los cánones lechacísticos. Cada uno hizo el suyo según la receta materna, y el mío ganó en el punto, dorado y crujiente, pero quedó más soso que el menú de una residencia de ancianos. Otro flotaba en aceite; el tercero sobrevivió al naufragio por exceso de agua sin flotador, y el último se quedó a medio hacer, más cerca del carpaccio, que en aquella época no existía o no sabíamos qué coño era— que del asado. No nos importó —incluso las discusiones, votadas por el resto de comensales fueron divertidas—. Cenamos en el jardín, y algunos dormimos allí después de discutir sobre los merecimientos de los asadores de pacotilla. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Juan Carlos y Sanmi ya no pueden participar de un nuevo reto. Hace años que los llamaron al restaurante en el que solo sirven maná. Descansen en paz. Solo espero que nos les dejen entrar en la cocina. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-5854851677666870812022-11-27T16:48:00.002+01:002022-11-27T17:03:50.858+01:001984 O POR AHÍ<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Después de nuestra sudada del jueves (los martes hay otra), nos fuimos mi compañero de fatigas (dos por semana), el letrado letrado (no es error tipográfico) Chema y yo a tomar la caña que hemos institucionalizado, no por recuperar líquidos sino por soltar la lengua, que ya se desata durante el entrenamiento al que asiste nuestro asesor (nos negamos a llamarlo <i>coach</i> o <i>personal</i> <i>trainer</i>, antiguos que somos), sorprendido de que sea la lengua el único músculo que no se nos cansa por más que nos castigue —por nuestro bien, se supone— con series de subibaja-tiraempuja-dentrofuera. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> El amigo jurista es buen y documentado conversador, un tío leído y a veces <i>escribido</i>, rara avis en estos tiempos en los que abunda el indocumentado monologuista, ese que espera mientras se come las patatas fritas a que respires para meter baza sin importarle lo que acabas de decir. Uno de los asuntos que ocupaba nuestra rehidratación versaba sobre la conveniencia de aconsejar a quien crees que anda un poco descarriado, confuso o errático, y la forma (si era menester) de hacerlo. Hay quien piensa que los amigos están para darte la razón y, aun cuando les pidas opinión, cuidarse mucho del fondo y la forma. Chema y yo opinamos que para llamarnos guapos ya tenemos familia o, como decía Lobo en <i>Pulp Fiction,</i> «no empecemos a chuparnos las p... todavía». </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Atendimos brevemente al wasap, entre sorbo y sorbo, y ambos convinimos en que Orwell se habría ahorrado su novela apocalíptica, <i>1984</i>, si hubieran existido los móviles cuando la escribió, y más otros que hablaban de chips implantados a la fuerza. Hoy pagamos una pasta por comprar el implante, al que voluntariamente incorporamos nuestros datos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Por ponerlo a prueba, le pregunté si, en caso de verme perdido, me lo diría. Como no es persona alocada, dio un sorbo a su cerveza, lo pensó y dijo:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Hay que buscar el momento, el tono... —volvió a beber— y... sí: te lo diría. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span> Después de las cañas, pasamos por la calle Santiago, con sus luces navideñas —este año hemos cambiado las catedrales neogóticas por los cajones— y su música, entre el <i>Jingle bells rock</i>, también el clásico, el <i>All I want for Christmas is you</i> de la Carey, y otras de semejante pelo o pelambrera </span><span>que se disparan cada hora, para regocijo de los viandantes, móvil en mano, y retortijón de los vecinos —opositores, jubilados, niños, universitarios y resto de seres humanos— que necesitan, como todo el mundo, que se respete su ritmo de trabajo y descanso. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span><span> (</span></span><span>Sigo prefiriendo un paseo por la orilla del río que otro bajo el neón, led o iluminación respetuosa y energéticamente menos reprochable. La música la elijo yo —con auriculares—, aunque me conformo con el leve rumor del agua, el canto de los pájaros y el sonido de mis pisadas). </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span> Nos despedimos y, de camino a casa, di gracias por contar con un amigo que me dirá con diplomacia y sinceridad, </span><span> llegado el caso, </span><span> que me vendría bien pararme a reflexionar. Eso es lo que llevo haciendo por escrito desde que abrí este blog —y antes—. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span> </span></span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-82536087639881161122022-11-20T17:16:00.003+01:002022-11-20T17:16:26.642+01:00BUENOS PASSOS (LÍMITE 17.00 HORAS).<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi0Y4SV6bkzGxT9R3Kgi62zUqC42It27OsMOhVKD1b5At5oSsKqEIAIuOreT-S0Xx13SQi4YgK0o6beY-1Angm-oENEGGNQKS7lMwS6_S87Wd3s54pyvn4adozkp5JcpurcSD5PeQzNJXFCe0qNraz5RiXq_UGjeJGaf9Q1vaRRx7PHM4l_CngHBVEY0w/s4032/IMG_2489.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="4032" data-original-width="3024" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi0Y4SV6bkzGxT9R3Kgi62zUqC42It27OsMOhVKD1b5At5oSsKqEIAIuOreT-S0Xx13SQi4YgK0o6beY-1Angm-oENEGGNQKS7lMwS6_S87Wd3s54pyvn4adozkp5JcpurcSD5PeQzNJXFCe0qNraz5RiXq_UGjeJGaf9Q1vaRRx7PHM4l_CngHBVEY0w/w300-h400/IMG_2489.jpg" width="300" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;">Escribo hoy en </span><i style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;">courier</i><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;">, que no es solo apellido de tenista americano sino tipo de letra francesa, cosa que aprendí ayer —acostumbrado al </span><i style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;">times new roman</i><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;">, la letra oficial para concursos, casi todos esquivos hasta ahora, menos tres de chorrocientos—. Y lo hago en honor a mis amigos de <i>Malos passos</i>, con los que compartí cocido castellano en Palazuelo de Vedija, previos vinos en Rioseco (Medina de), con otros de la tierra, de Mauro para abajo (a la inversa de las bodas de Caná). Y como lo de justificar no va conmigo ni, por lo que veo, con el caprichoso blog este, lo dejaré así, como si fuera adrede (aunque confiese mi impericia). </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;"><i>Malos passos</i> es, por lo que me contaron, el nombre sacado de una canción de <i>Radio Futura</i>, <i>Escuela de Calor</i>. Espero que Paz me corrija las cursivas si están mal. Por ella resucité mi </span><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;">procrastinada afición </span><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;">a escribir. Lo curioso es que, cuando la conocí por teléfono, supe que era una persona muy especial. Me llamó el día de mi cumple de hace, creo, unos seis o siete años.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;">—Jo, Paz. No se te pasa un cumpleaños.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">La imaginé riendo —le puse cara a su risa—, acaso arrepintiéndose de haber topado con un chalao. Luego supe que no era el primer orate de su lista. </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">Firmamos el contrato oral, nos vimos para el escrito, y me cayó aún mejor. Modestia aparte —no contemplo la inmodestia—, creo que yo también a ella. Después, todo fue a mejor y me gané su crédito sin aval. Paz es pura intuición confiada. </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">Durante la jornada (perdona por la rima interna), que comenzó en la Rúa (calle Mayor de Rioseco, frente a la tienda del Fuentes, otro amigo riosecano de pro —por riosecano y amigo), fui conociendo a la plantilla de colaboradores: un fotógrafo, Leica (Panasonic con punto rojo, ahí te pillé, Luis, y lo reconociste, eso te honra) en mano, al que ya considero amigo; un escritor con novela premiada, que, curiosamente, no había ido a hablar de su libro —lo compraré esta semana y te odiaré por haber ganado un Ateneo pucelano con tu primera novela, que ya te vale—; varios de la ribera del Sequillo, poetas y prosistas (cojones con el río este, la de artistas que ha parido)...</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">Ya en Palazuelo, mi cerebro, o lo que queda de él, se puso en modo on y acertó a reconocer a un tío bajo la gorra del revés, como de cazar ranas. Le sometí a un cuestionario con soluciones inmediatas, y aún seguirá alucinando para bien (a menos que se arrepienta de haberme conocido después de leer los textos en verso que le envié anoche). Otros dos conocidos más estaban sentados a la mesa. Lo de Jesús González también fue para nota.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">Que de veinte comensales fuéramos cuatro los que hemos pasado por las aulas de los jesuitas, no en general, sino en el mismo colegio de la plaza de Santa Cruz, no deja de provocarme una sonrisa cabrona (sarcástica, malhadada, hijoputesca, un pelín resentida y un muchín ventajista son sinónimos), sin contar a los que salieron en la conversación y, como nosotros, se saltaron la norma de <i>jesuitae artist muti</i> ("no digáis que pasasteis por aquí"), que los jesuitas son izquierdistas de salón. </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">(Por otro misterioso capricho, el texto vuelve a alinearse. No me molesto en hacer probaturas). Paz me llamaba porque un amigo común, periodista de RNE, le había dado mi número. Así funcionan las cosas desde tiempo inmemorial, antes de los algoritmos y las escuchas de Siri y Alexa, ese par de cotillas o cotillos). Quería que mi cuarteto Muzikanten —ya extinto— fuera a actuar en la casa de cultura que honra al poeta vallisoletano que da nombre a paseo y estadio de fútbol (don José era un adelantado futbolero y diseñador de espacios urbanos). Perdóneseme la elipsis narrativa, pero no estoy fino ni me importa.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">Lo del límite 17.00 horas tiene que ver con el primer partido del mundial, no con una campaña de El Corte Inglés. No es que el fútbol me interese demasiado, pero me servirá para cortar la ingesta dominical de whiski —RAE mediante— (sigo prefiriendo el whisky, y el güisqui me da dolor de ojos: los tres, en exceso, de cabeza). Además, un Catar - Ecuador me parece una velada invitación a la concupiscencia oral. A ello voy. O sea, al partido.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">(Por cierto, Diego: ya tienes mi texto para el próximo Malos passos, cuya ilustración será cosa de Antxonio).</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">Algo me dejo en el tintero, lo sé y me falta. Y para que el wiski no me sobre, aquí lo dejo (o lo quedo en pucelano). </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: courier; font-size: large;">La prevista o pre-vista me indica que se han mezclado tipos, márgenes y yo qué sé. Con que se me entienda...</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: courier; font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></span></div><span style="font-family: courier; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div></span><p></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-15415132557973304762022-11-06T18:05:00.000+01:002022-11-06T18:05:37.485+01:00SI LO PONGO EN FORMATO WORD NO LO COMPRÁIS<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEi_9qpFE47AuN12YMFekXYlh9g-D8PY6wqMMtY-4DUI7dN8KznuTZGwsTuvmRXRTlJnz3bhWOgExDw7VQLXvAasXgX1NDkhCQQP6wvYei3GE5nOxpFQ4fXsunnT4AaGO6ykk1ziz5WQIXStXDhywYm4_4sRNVIhoBcQdSLdyIjfUaB3Vj3w4lXR-2eEfQ" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img alt="" data-original-height="690" data-original-width="482" height="781" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEi_9qpFE47AuN12YMFekXYlh9g-D8PY6wqMMtY-4DUI7dN8KznuTZGwsTuvmRXRTlJnz3bhWOgExDw7VQLXvAasXgX1NDkhCQQP6wvYei3GE5nOxpFQ4fXsunnT4AaGO6ykk1ziz5WQIXStXDhywYm4_4sRNVIhoBcQdSLdyIjfUaB3Vj3w4lXR-2eEfQ=w547-h781" width="547" /></a></div><br /><p></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-18419918806541799202022-11-06T17:20:00.001+01:002022-11-06T17:56:57.247+01:00LA PAJA EN OJO AJENO<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> No se puede achacar a una vaga traducción, porque está <i>escribida</i> en castellano:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><i>La lámpara de pie HEKTAR, comprada en IKEA un sábado, sale disparada hacia delante. La pesada base de hierro, girando sin control, alcanza a XXX en la pierna derecha cuando se apoyaba en ella para levantarse. No solo se la parte a la altura de la rodilla, se la arranca, dejando el hueso al descubierto, de un blanco perfecto, donde antes había carne, piel, y una pierna que llegaba hasta el suelo.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Me atrevería a sugerir al <i>bestsellerado, </i>si me lo permite: La lámpara de pie HEKTAR (no la STAINKHORD, anda que no hay diferencia), comprada en IKEA un sábado (los viernes no la venden, o son menos agresivas), sale disparada hacia delante (que suele ser la dirección habitual, por aquello de apuntar y disparar, a menos que se disponga de mira telescópica contra ataques por la retaguardia). La pesada base de hierro (habrá hierros ligeros, supongo, o aleaciones), girando sin control (que tomen nota los suecos para otra vez e instalen mando a distancia para controlar los pies), alcanza a XXX (no es un actor porno, es solo por no dar pistas) en la pierna derecha cuando se apoyaba en ella para levantarse. No solo se la parte a la altura de la rodilla, (:) se la arranca, dejando el hueso al descubierto, de un blanco perfecto, (dejando el hueso blanco al descubierto, no vaya a ser blanco el descubrimiento, que imagino más bien rojo) donde antes había carne, piel (¿ya no hay hueso?), y una pierna que llegaba hasta el suelo (las piernas normales suelen llegar al suelo, creo, e incluso las anormales, aunque si son más cortas tarden un poco más, y si más largas, lo contrario).</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> El mismo capítulo está plagado de descripciones semejantes: que si el tablero de una mesa (no se dice si adquirida en el mismo establecimiento un sábado, o en otro un miércoles a primera hora, porque el comprador estaba de baja por enfermedad, que no dejaba de ser absentismo laboral para seguir chupando de la indemnización del seguro —otra sutileza más—) seccionó la carótida a la altura de un lunar que adornaba al interfecto desde que cumplió los nueve años y su madre lo llevó al dermatólogo, un tal Fernández del Epitelio; que si la onda expansiva vació el vientre de un madero o madera (este <i>escribidor</i> nunca usará <i>madere</i>, cosa que le honra, por honrarlo un poco) desalojando sus excrementos a base de hamburguesa de vacuno con doble de queso cheddar y topping de pepinillo agridulce (deconstruido, por supuesto); que si etc...</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Si el perpetrador de novelas leyera esto, que no lo va a leer porque anda enfrascado en la próxima entrega de su <i>infinitología</i> (mientras dé pasta), se descojonaría de mí (y no le quito razones, que soy un ser —valga la <i>rebuznancia</i>, que de esas sabe un huevo, y a él le valen— risible). ¿Quién osa criticar a un tío que vende millones de ejemplares, con la mera excusa de que son bazofia, como la hamburguesa de antes? Otro de la misma estirpe, que critica la incultura de los españoles al tiempo que se jacta de vender otros tantos millones de libros (supongo que sus compradores son justamente el resto de españoles, los cultos, pero no me sale tanta población) porque ayudan a combatir la incultura (si los incultos no te leen, a esos no los beneficias, y a los cultos que te leen no les haces falta, más bien lo contrario). </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Llegados a este punto, alguien se preguntará qué coño hago dando clases particulares un domingo por la tarde (no un miércoles a las nueve, ni un lunes a las tres y media, cuando en IKEA se venden más estanterías blancas que lavabos gris perla) sobre literatura si me estoy tragando el mismo truño que los los cultos-incultos. Les respondo: de vez en cuando me saturan las lecturas de autores muertos (esos de los que dice mi amigo Diego que han resistido el paso del tiempo y del marketing, por algo será) y me da por chutarme ácido úrico, colesterol malo y triglicéridos por compensar-descompensar. Tengo trillados los Mortadelos, que son graciosos <i>per se</i>, y me divierten más las obras "serias".</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Un día me apeteció escribir al "estilo" del sueco aquel que se hizo famoso (aparte de IKEA, hay más suecos que han creado escuela), tanto que su última obra tuvo que ser completada por otro sueco que no se hizo el sueco a la hora de poner la mano bajo el fajo (permítaseme la rima interna). Se la dediqué a un amigo, al que hice protagonista (él sabe por qué). Luego se la envié. Como es un tío cabal, seguro que la tomó por el lado bueno. Voy a buscarla y, si la encuentro, la colgaré en la siguiente entrada de este blog.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">No me he tomado la molestia de revisar el texto. Los <i>bestselerados</i> tampoco, ni falta que hace. Están a otra cosa (rectangular y con números) de curso legal.</span><span style="font-size: x-large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-75821552460920231772022-10-09T19:38:00.003+02:002022-10-10T08:06:17.170+02:00OTRA MÁS<p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUSXz0idxH7WkXzq4OjVf8YIeBslAn_VJctMXrAFMlOgJNwmB5DbicCvDNdZ0t22DxHdcOSd8b52aPKIIk19bRPvUaDmz788zVzoiPTY-DQSbJg5VkqP7T_uEpWN__rNF0fTXXp9X1UNfqxntLkR83naYpMAVEdZANiDY_aPjyhiKI3suz3TxEKoJcXQ/s4032/IMG_7937.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="4032" data-original-width="3024" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUSXz0idxH7WkXzq4OjVf8YIeBslAn_VJctMXrAFMlOgJNwmB5DbicCvDNdZ0t22DxHdcOSd8b52aPKIIk19bRPvUaDmz788zVzoiPTY-DQSbJg5VkqP7T_uEpWN__rNF0fTXXp9X1UNfqxntLkR83naYpMAVEdZANiDY_aPjyhiKI3suz3TxEKoJcXQ/s320/IMG_7937.jpg" width="240" /></a><br /></div><br /><div style="text-align: justify;"> <span style="font-size: large;">Dice mi amigo Chema, <i>el rostro impenetrable</i> al que últimamente le han salido unos poros benignos que agradezco y están propiciando una amistad más intensa y profunda tras nuestros sudores en la máquina infernal que nos pone el cuerpo a punto, que le sorprende mi facilidad para escribir. No se refiere a que lo haga bien (tenemos gustos diferentes, y probablemente no tenga más remedio que comprarme un libro autoeditado por quedar bien), sino al impulso que me lleva a hacerlo, sobre todo —dice él— cuando se va alguien querido. «No es facilidad, es necesidad», le contesto. Y es que me da mucha pena que, aunque llevemos esta por dentro, no la saquemos a flote. A mí me ayuda a poner en valor a las personas que me han marcado, ayudado, acompañado en este trayecto después de que ellas lo hayan abandonado. Y, aunque algunas ya podían imaginarlo, otras ni lo sospechaban. Tal es el caso que me ocupa —llevo una tarde jodida de obituarios y llanto contenido, pero es lo que toca—.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Para un docente no hay mayor premio que encontrarse con sus exalumnos y verlos felices. Alguno hay que te la tengan guardada, pero diré, a riesgo de parecer inmodesto, que lo frecuente es el trato amable, incluso en el caso de algún pupilo difícil. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> En plena adolescencia hormonada (los diecisiete-dieciocho no dejan de ser un atisbo de premadurez con derecho a voto, que debería ser prevoto, como mera intención), tuve la fortuna de conocer a Emilio del Río (no al escritor influencer de hoy, que quizá sea pariente), sino al sacerdote jesuita que impartía la asignatura (área según no sé qué ley educativa) de Literatura contemporánea universal. No podría decir que se tratara de un comunicador nato, pues su monotonía invitaba más a la siesta que a la atención, y espero que no se lo tome a mal, pater, pero aquel tonillo de primitivo canto gregoriano encerraba un mensaje que tardó en manifestarse. Uno vive lo que vive, y lo cuenta como lo cuenta, sea alumno o profesor. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> El realismo mágico de García Márquez y otros; Gide, Proust, Joyce y demás plastas (que me perdonen mis amigos snobs)...; Cela, Delibes y otros que se saltaban el guion, chocaban con mi impermeable mental (era el único año en que los jesuitas sorteaban la uniformidad masculina, y las chicas nos distraían). Tardé años en acometer lo que, de haberlo sabido, me habría facilitado superar mis ochos en cada examen (me dio el maillot azul de la regularidad), es decir, la lectura. Alguien me regaló un libro, <i>El amor en los tiempos del cólera</i> (sospecho que asesorada por un buen amigo), y de ahí nació mi interés.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Una mañana vino el P. del Río cargado de libros, a dos por barba o más bien sotabarba. Nos los entregó antes del recreo. Mientras los cogíamos, se me ocurrió pedirle una dedicatoria. Me acerqué a su mesa, con mis ejemplares en mano, y creo que corrió la voz —del peloteo—. Cuando me di la vuelta, mis compañeros hacían fila (alguno me recriminó que le hubiese jodido el recreo en el Jovi, el bar al que acudíamos, pero no fue capaz de irse, por si las moscas). Recuerdo su rostro satisfecho, como de autor en feria del libro, autografiando volumen tras volumen, y yo me sentí feliz por haber favorecido su éxito efímero y concentrado (la autoedición o la edición en editorial corporativa vienen a ser lo mismo, un día de presentación y gloria efímera). </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Nunca le di las gracias por sus revelaciones a toro pasado. Si pudiera leer mi blog, quizá se daría cuenta de lo que me transmitió (no es responsable de vocaciones literarias, aunque haya algún Abella o Valverde, sino lectoras), y me demoré demasiado. Espero que no sea tarde. DEP, P. "Chomski" (todos le llamábamos así, incluso los otros curas). Y gracias póstumas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMBG3yxezT4YgHsQusmdgLa55Po3tuMroT1YnskGF90IrPDRFmsDt-zJaFEtuHcC-17FX1CxulULRs6Lf1k0wO8VBc2FTYhN0i1CcYP6ipOKx7T0SADzSaTfOevc50NnJTQCCYtGfMVhB9s_rEoTGqyzyvLYNsWH3k0A9R-P1BF_bn4ug7jOPfqbP5Zw/s4032/IMG_7938.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="4032" data-original-width="3024" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMBG3yxezT4YgHsQusmdgLa55Po3tuMroT1YnskGF90IrPDRFmsDt-zJaFEtuHcC-17FX1CxulULRs6Lf1k0wO8VBc2FTYhN0i1CcYP6ipOKx7T0SADzSaTfOevc50NnJTQCCYtGfMVhB9s_rEoTGqyzyvLYNsWH3k0A9R-P1BF_bn4ug7jOPfqbP5Zw/s320/IMG_7938.jpg" width="240" /></a></span></div><p></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-30067172756079864592022-10-09T17:54:00.005+02:002022-10-09T18:33:04.763+02:00CASUALIDADES FATALES Y RECADOS VENIALES<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgb2-mwrRHksE1SYdLNZdbbF2faBKiyZ2ZLd4zF2HTqjdR_N0vQGnDS-qPbXCvELT0hd_wJKmn3hpDvREcgyY2ztjipc8RLK-H77TJ6ToXvEZA_RbUxrCN6aw2-09tMwKA4c5hi3ytaZPk_YDi5roZ9SFDUaldfFZc-Rppuq0s9EUmxjozWhfVTcJRvRA/s4032/IMG_7930.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="3024" data-original-width="4032" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgb2-mwrRHksE1SYdLNZdbbF2faBKiyZ2ZLd4zF2HTqjdR_N0vQGnDS-qPbXCvELT0hd_wJKmn3hpDvREcgyY2ztjipc8RLK-H77TJ6ToXvEZA_RbUxrCN6aw2-09tMwKA4c5hi3ytaZPk_YDi5roZ9SFDUaldfFZc-Rppuq0s9EUmxjozWhfVTcJRvRA/s320/IMG_7930.jpg" width="320" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br /> <span>Se supone que, para un cantorcillo aficionado como yo, actuar en el Auditorio Nacional debería ser un caramelo. Acepté la invitación de María, amiga desde la juventud, y cuadré mis horarios con los de los ensayos, cosa sencilla para un tipo ocioso con muchas tardes libres. </span><span>Lo que no sospechaba era que el evento coincidiría con la muerte de un buen amigo, igual que en mi anterior colaboración, que parecía predestinada por tratarse del </span><i>Requiem</i><span> de Mozart, una de mis obras favoritas. Así como la última pieza de Amadeus era propicia para una despedida, no sé si a César le parecería adecuada una sinfonía sobre Mahatma Gandhi, que también era cristiano de algún modo, aunque serlo no signifique nada excepto para quien tenga la certeza, si existe, después de muerto. La fe consiste en creer antes de comprobar. Desconozco si hay alguna obra sobre el dios Baco, que le habría resultado más propia, y no por bebedor sino por enólogo. </span></span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> César, Epi —por su habilidad, creo, aunque nunca supe si era de coña, en la cancha de baloncesto— para quienes le conocimos de joven, era un tío encantador: tono de voz mesurado, sonrisa fácil y franca. Tengo la fortuna de rodearme de personas así, ya sea por casualidad o por algún mérito que tiendo a obviar porque pienso sinceramente que no lo merezco. El caso es que nos conocimos y nos caímos bien. Cuando decidió lanzarse por el camino de la enología, «el mundo del vino» (lo dijo un un comercial gili, como si el vino fuera la metonimia de la parte por el todo, una vez que casi ordenó recitar de memoria al camarero la carta de vinos, «deformación profesional», lo llamó; «malformación <i>aficional</i>», pensé yo), propicié su encuentro con otro de mis grandísimos amigos de la infancia —al que, por suerte o desgracia, según se mire, se ha vuelto a unir ayer en el destino eterno—, con quien compartió piso en Logroño durante una temporada. Ambos, me consta, disfrutaron juntos de buenos vinos, excelentes añadas, usando solo su nariz y su boca —como solía decir César, «hay grandes catadores de etiquetas, pero pocos entendidos»—. Creo que se reencontraron en mi boda, tras años de peregrinaje, como Liszt, y, como si se hubieran puesto de acuerdo, Juan Carlos me regaló un decantador y César un Vega Sicilia del 70. ¡Qué cabrones, cómo me conocían! Un accidente doméstico se cargó el decantador, pero la botella —vacía, huelga decirlo—, sigue en la vitrina de la cristalería que otros amigos me regalaron cuando nos importaban los detalles en especie, esos que, siempre que los ves, te recuerdan a quien te los regaló. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Lo poco que sé sobre vinos me lo enseñó él. Nos citó, cuando aún era estudiante, a una cata ciega (yo aún pensaba que la ceguera venía después). A uno, Ángel G. Vallecillo, que hoy es escritor, se le ocurrió llevar un Mauro (ese manejaba pasta, y a los amigos los carga el diablo) y le sometió a un examen de notarías. Epi acertó la denominación de origen, el tipo de uva y lo de la crianza, que no era poco. Los demás bebimos mientras Ángel se rascaba la cabeza, el muy perro.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> De vez en cuando me llamaba para que probase sus caldos, y le hacía gracia mi forma de definirlos, mis calificativos (se me ocurre que «epítetos»). Entre los que más risa le provocaban estaban «crudo» y «azul». Para mí, azul era el paradigma de algo bien hecho, bello como un traje, unos ojos o un cielo. Solía decirme que le encantaba invitarme porque nunca le doraba la píldora, aunque a su favor jugaba que aún no existía el puto facebook, donde te escriben lo que quieres leer (lo cual no excluye los aplausos a este blog), vete a saber con qué perversos fines, desde el jijijaja, el somos mejores amigos o el a ver («haber» es muy habitual) si pillo. Y que aprendía de mi lengua directa, sin tapujos, de amigo de verdad, a la que jamás puso freno ni tacha porque entendía que mis opiniones eran, si no fundadas, sinceras. «Da gusto, siempre dices lo que piensas, no lo que me gustaría oír». Uno entre mil, este chico. Como para no quererlo. Sometía su trabajo de meses a mi opinión de segundos (es obvio que la mía no era la que más le importaba. Si no, mi tocayo Parker no le habría dado los puntos esos que convierten un vino en mercancía de primera). Venía a casa, cenábamos con un tinto recién embotellado (sin pegatina orientadora), me decía discretamente que los espárragos son enemigos del vino, pero se los comía, jugábamos al PC Fútbol en el ordenador, con medio litro de orujo destilado por él con los hollejos sobrantes de la vendimia, y nos untábamos de charla y amistad, y su perenne sonrisa adornada por sus dientes pequeños, ratoniles, manchados de taninos o como se llame el tinte tinto. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> El primero de mayo del 98 abrí su Vega Sicilia para comer. Sobró vino (o faltó comida), y se me ocurrió que podríamos quedar para la cena. Le llevé un catavinos, tan herméticamente cerrado como permite el plástico, con una muestra del vino que me había regalado. Se lo di en el coche. Encendió la luz de cortesía, la del espejo del copiloto, lo probó y dijo: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Es mi regalo de bodas. ¿A qué hora lo has abierto?. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—A las tres. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Aún está bueno. ¿Te ha gustado?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Me ha encantado, César. Gracias.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span>Le hizo ilusión que lo compartiera con él. </span>Luego fuimos a cenar. No puso reparos en beber un clarete vulgar. Otras veces tragaba con explicaciones de sumiller de tercera, que si «esa añada aún no ha salido al mercado» (aunque él la hubiera bebido una semana antes en otro restaurante); «este es mejor que aquel» (y no lo era). En una bodega pedimos el clarete de la casa, y me dijo por lo bajini: «este es un vino del que se puede aprender, un vino didáctico: tiene todos los defectos y ninguna virtud». Pidió que lo cambiaran porque «hemos pensado que un tinto nos apetece más», y a la camarera se le torció el gesto, que no mudó hasta que trajo la cuenta. Lo importante está por debajo de lo muy importante, que era la charla relajada y amistosa. Esto flota sobre todo, y hasta un vino malo es incapaz de estropearlo. Y si César destacaba era por no darse importancia; por su humildad a prueba de puntos Parker o Peñín, que eran muchos; por su manera de sentar cátedra sin darse ínfulas y por su bonhomía. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Hacía mucho que no nos veíamos, y las redes sociales no le gustaban demasiado, por lo que tardaba meses en contestar o responder a los comentarios. Nuestra siguiente cita, un día que nos encontramos por la calle, con su esposa y la primera criatura recién nacida, nunca llegó. Ahora espero de forma egoísta que tarde. Quiero pensar que Dios, esta vez, se arrepintió de otorgarle una enfermedad que no merecía pero soportaba con su habitual discreción, y le dio la oportunidad de aferrarse a otra para congraciarse y, de paso, llevárselo con él. No sé si en el cielo hay uvas, pero si las hay sabrán mejor. Parker y Peñín no podrán catalogar ya sus vinos, pero Dios no tendrá más remedio que darle un 100.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Y aquí estoy, medio bebido, lloroso y hundido por este y otros motivos —mis escritos son corales, como las <i>pelis</i> con varios <i>protas, </i>y el término «coral» hoy me viene al pelo, pero esa es otra historia—, rindiéndole homenaje póstumo al bueno, que no es el tópico manido del día de las alabanzas, de César, Epi para los íntimos. DEP, amigo. Te lo has ganado.</span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-47578804495798835442022-08-21T18:20:00.003+02:002022-08-21T18:21:50.651+02:00DE MADRES Y ADVOCACIONES MARIANAS. (D.E.P. DOÑA CARMEN).<p style="text-align: justify;"> <span style="font-size: large;">Uno no entendía lo que nos decían en el colegio o en la catequesis sobre las dos madres: la de casa y la del Cielo. La de arriba nos quedaba lejos y solo conocíamos la imagen coronada por las doce estrellas que lucía en las iglesias, o la más próxima en la capilla del colegio, que no era del Carmen ni del Pilar, sino la misma Virgen —los jesuitas eran muy dogmáticos y doctrinales, y lo de las advocaciones marianas no iba con ellos, aunque sí lo de los apellidos—. Con el tiempo fui entendiendo que, así como la Virgen María adopta diferentes nombres según para quién, la madre de cada uno tenía sucursales, que eran las de nuestros compañeros. Había una especie de corporativismo materno entre ellas que, sin conocerse, las convertía en advocaciones de nuestra propia madre terrenal. A medida que uno iba adquiriendo la categoría de amigo, ellas, de igual forma, ganaban en la de madre, con casi todos los derechos y obligaciones: ponerte la merienda, preguntarte por las notas o los deberes, y echarte una reprimenda si no los habías hecho —los padres eran diferentes: no ponían merienda, aunque el mío una vez nos sorprendió con una lata de almejas y una botella de Codorniú mientras Nacho y yo preparábamos un trabajo para la clase de arte que no hemos olvidado (ni el menú ni el suspenso). Diré, por ser justo, que el padre de Nacho a veces me ponía un whisky después de cortarle el pelo a su hijo, pero ya no estábamos en edad escolar—. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Hace unos días nos dejó Carmen, una de mis madres terrenas, que tenía nombre de Madre de arriba. Cuando he sabido de su partida ascendente, me han asaltado los muchos recuerdos que mi memoria mantiene con letras brillantes, y he llorado un rato mientras rememoraba la escena del piano, con algunas hermanas y la madre de Nacho —y este y su hermano pequeño— cantando y bailando <i>Paquito, el chocolatero</i> para que yo pudiera sacar la partitura; los cafés con charla después de mi enésimo intento fallido de cortarle el pelo a mi amigo como Mel Gibson en <i>Arma letal —</i>yo había "aprendido" un solo corte en la mili, y siempre me salía algo más parecido a la teniente O´Neil—; las tardes-noches en que nos quedábamos a fumar con Mark Knopfler (al que vimos en la plaza de toros de Logroño invitados por nuestro amigo Juan Carlos) y Elton John, e incluso algún intento de estudio a última hora —doña Carmen debía de tenerme idealizado y confiaba en mí más que yo mismo— que raramente dio fruto —se nos colaban demasiados cómics entre los apuntes—.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> En lugar de doce estrellas (dicen que en honor a las tribus de Israel), se coronó con ocho hijos que hoy ya son tribu. Bendita y afortunada estirpe. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-84665984691295697142022-07-17T17:59:00.007+02:002022-07-17T23:29:40.459+02:00MOMENTOS ESTELARES DE LA HUMANIDAD<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Zweig, el tipo raro ese que escribía cojonudamente a ratos, y para él y sus amigos (los que lo entendían, y los esnobs —la RAE se acojona con el plural— que no se atrevían a decirle «joder, Stefan, vaya chapa») a otros, publicó su <i>Momentos estelares...</i> que, para mí, que solo soy un poco snob —a lo clásico y <i>british</i>, que me mola—, es un coñazo. Será que no lo entiendo, y no me importa reconocerlo. Si hay un momento estelar al año, no es otro que hacer la maleta para las vacaciones. Es en ese, desde que Iberia no es la única alternativa, sin apenas restricciones de peso ni trampas de última hora a tanto el kilo de exceso, cuando uno se la juega de verdad a rojo o negro: ¿Meto el abrigo, la rebeca, cazadora vaquera; dos trajes de baño o siete; un traje blanco por si me invitan a una boda ibicenca de <i>influencers</i> con poca influencia; camisetas o polos; chanclas, cangrejeras, alpargatas, mocasines, náuticos para hacer el ridículo en el barco que incluye paella; camisas de lino o algodón; manga larga o corta, francesa o tirantes?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Puestos a sudar en la playa, en la cola del bufé —en el que un camarero se afanaba por demostrarme que "tronco de espárrago" no es menos que "espárrago a secas"—, en el chiringuito, en el restaurante ese al que es obligatorio acudir, en la discoteca con DJ —¿Aún quedan discotecas? ¿Aún ponen MÚSICA?—, tengo claras mis necesidades inexcusables: mi cámara de fotos, de las que se cuelgan al cuello y no incorporan modo <i>selfie (</i>autorretrato<i>)</i>; material de escritura —libreta, lápices, boli—y auriculares (¿en qué coño queda el rumor del mar si los gritos no te dejan escucharlo?). Y ropa de quita y pon, lavar y secar, como para el camino de Santiago desde Sarria. Todo lo demás me sobra, excepto una terraza privada en la que no exhibir mi desnudez nocturna (la diurna, tampoco, que no me gusta castigar a los noctámbulos como yo con visiones nada motivadoras). En esa terraza, si la paga extra de un maestro se lo puede permitir de año en año, es donde anida mi felicidad: en el silencio de la noche oscura —me suena que lo dijo un poeta romántico—. Si no me preguntan «¿qué hacías despierto anoche a las tres, cuando me levanté a hacer pis?», la felicidad se escribe con mayúsculas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span> A la vuelta, no tengo reparo en reconocer que no he visitado playas, calas o calitas;</span><span> chiringos o chiringuitos; restaurantes o comederos; discotecas o <i>discotocas</i> —ya no tengo edad, ni la tuve, para lo segundo—. Poco me importa lo que se vea, porque no lo expongo. Tampoco pregunto, por si me cuentan lo de la pulsera <i>todoincluido </i>y me toca silbar. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Gracias, Ryanair, aunque solo sea por una cosa: nos has hecho pensar un poco en lo imprescindible —sé que ha sido sin querer, gilipollas no soy, pero te lo agradezco, y perdono que no me dejaras usar el bonobús, aunque tu servicio no sea mejor que el de la línea siete—. Eso sí: el próximo verano, aunque te la sude, pienso viajar en mi coche sin pesar la maleta. Me sobrará espacio, pero no porque tú lo mandes. El cielo no es menos azul, la playa tampoco. No habrá próximas vacaciones estivales con condiciones. En mi ocio mando yo. Que te quede claro.</span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-71571803984892907602022-07-03T16:38:00.010+02:002022-07-03T19:51:36.145+02:00CHORRADAS<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br />Desordenada como suele estar mi cabeza, en la que se coló un saltamontes o una <i>saltamontas</i> acelerada y nerviosa, saldrá esta entrada. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Uno desconoce los mecanismos que nos hacen conciliar el sueño y los otros, los que nos joden la noche, aunque vaya teniendo cierta idea. A las dos y cuarto, mientras me fumaba el último cigarrillo, me dio por jugar al WORDLE con tildes. Entre las casi cincuenta mil palabras con seis letras que dice la sabia red que hay en castellano, por alguna extraña circunstancia se me ocurrió una esdrújula. Acerté a la primera. Creo en las casualidades, pero esta, por probabilidad, se sale de ese concepto. Apurando el cigarrillo, me dio por pensar si habría alguna conexión desconocida y me llevé el pensamiento a la cama. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Un sí o un no, blanco o negro, en principio dan un 50%. Las consecuencias, por desgracia, no aseguran un 50% de éxito. Decir me quedo o me voy, entro o salgo, lo cojo o lo dejo pueden ser un todo o nada a partir de la decisión que se adopte. Me pregunto si algún hilo invisible o rojo me une a alguien que estaba pensando en la misma palabra a la misma hora, minuto arriba o abajo, o pensando en mí cuando me dio por escribirla. Estuve tentado de proponer a mis allegados que resolviesen el acertijo, por ver si alguno de ellos también lo resolvía a la primera.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Tiendo a la autoflagelación, y admiro a quienes asumen los errores, o simplemente no los ven, y siguen su camino sin mortificarse. Yo me obstino en analizar cada metedura de pata, no por sufrir sino por aprender. También pienso en quienes me flagelan, en sus motivos, en su vida, y con ellos suelo ser más comprensivo que conmigo. Veo justificaciones para ellos que para mí no tengo. Parecerá que me he salido del tiesto, pero mis razonamientos tienen reglas caprichosas. Me acuesto con una duda, no necesariamente importante, y no concilio el sueño. La sertralina no hacía milagros. El milagro se produce cuando empiezas a graduar los problemas: si realmente lo son; si la solución —si la hay— depende de ti; si fastidiaste a alguien —o alguien te fastidió— adrede o sin querer; si, en definitiva, merece la pena perder las horas nocturnas de descanso o es mejor esperar al día siguiente, no a que se arreglen solos sino a verlos a la luz con otra perspectiva que no sea la del agotamiento, cuando el cerebro se obstina en jugar al frontón y el saltamontes no descansa. Unos días es un asunto de calado y otros, los más, una nadería como encontrar la solución de un juego al primer intento. Ya me gustaría dar con la solución de problemas serios a la primera.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Aún hoy sigo preguntándome de dónde vino el soplo que me hizo pulsar las seis letras. Vaya usted a saber. Me acompañó durante la noche y así sigo. Otras dudas se irán resolviendo a lo largo del verano, que tiene muchas horas de luz. Si no, al menos las noches en vela serán más cortas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl9WFxpAUCzZ80zHKFa5bjL7tqcCJnO01PihsSY3D8au9pAJ9nKK6jHtXx0Jtu9U_D1I0GaEdvuZKJYuwPVWqtuevQ69DsWijai6Mz1RAyvJRDzphT5_RfFafjBxqMqM9KBOMDOfaV5oZGKnAwryqjsxVM_-2gsLtQpYSIyxdPqzw0itFuDEtkEsiMJQ/s1820/IMG_0205.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1820" data-original-width="1251" height="515" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl9WFxpAUCzZ80zHKFa5bjL7tqcCJnO01PihsSY3D8au9pAJ9nKK6jHtXx0Jtu9U_D1I0GaEdvuZKJYuwPVWqtuevQ69DsWijai6Mz1RAyvJRDzphT5_RfFafjBxqMqM9KBOMDOfaV5oZGKnAwryqjsxVM_-2gsLtQpYSIyxdPqzw0itFuDEtkEsiMJQ/w354-h515/IMG_0205.jpg" width="354" /></a></span></div><p></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-36417757159413750692022-04-17T16:55:00.002+02:002022-04-17T16:55:43.480+02:00DOMINGO DE RESURRECCIÓN Y POCAS COSAS MÁS<p style="text-align: justify;"> <span style="font-size: large;">Bien claro me queda que me lee poca gente. Juego con la ventaja de saber que a pocos les importa lo que escribo aquí, que poco daño puedo hacer o poca doctrina de andar por casa puedo impartir (justo lo contrario de lo que suele ser un blog de opinión).</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Esta mañana, en la misa grande, al sacerdote se le ocurrió saltarse el guion habitual de explicar las Sagradas Escrituras, para cuya lectura ha tenido que solicitar voluntarios porque le faltaba plantilla. Le salió la vena filológica, y explicó a quien estuviera atento (creo que solo lo he estado en ese momento y cuando ha dicho el nombre del Arzobispo, que otras veces, aunque lo conozco, había pasado por alto de forma consciente o inconsciente, lo que me pega más) el origen de la palabra domingo, día del sol para unos, del Señor para otros, en griego, latín, inglés...</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Vaya, que ya era hora de que un cura contase algo interesante. A mí, que cantaba bodas en un corito, me hacían gracia los consejos sobre el matrimonio que daban los célibes por mandato eclesiástico, igual que los de banqueros o algunos políticos sobre economía (ajena, claro). Para llevar tantas misas, soy un poco descreído.</span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-90498016707418657272022-03-26T19:19:00.002+01:002022-03-27T15:54:19.371+02:00DETALLITOS<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span> La ventaja de no ser columnista o redactor es que el tiempo no apremia, ni tampoco la necesidad de hacer caja a tanto el artículo respetando el manual de estilo (o falta de él). Dueño como soy de mi blog, puedo escribir lo que quiero y cuando me da la real gana, pisar charcos sin katiuskas y, en definitiva, opinar sin miedo. Como no aspiro a ganar dinero (mescojonodelosinfluencers), no tengo que contentar más que a una persona: a mí mismo. Si muestro mis vergüenzas no es por pasta ni afán de fama, notoriedad o </span><i>influencerismo</i><span> (más pasta). La palabra vergüenza es tan elástica...</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span> Hace muchos años, cuando aún la realidad no había tapiado mis ideales, me ofrecieron ser el sustituto de mi querido director del coro universitario cuando él no pudiera hacerse cargo. —La oferta vino de unos amigos a los que luego traicioné y, por mor del tiempo que nos reubica, queramos o no, recuperé años después gracias al sacramento del perdón, expreso o implícito. Fui un cochino rencoroso (uno tiene sus razones, pero esas mismas se extinguen y nos parecen vacuas minutos después, cuando no tiene remedio el daño)—. Yo disfrutaba entonces del divino tesoro al que se sumaban inexperiencia, vanidad y cierto predicamento entre mis compañeros, no solo por mis aptitudes canoras sino por mi carácter simpático y gamberro. Pero una cosa es cantar y otra hacer que los demás canten. Yo no era Quincy Jones, ya me habría gustado, ni tenía </span><i>autotuner</i><span>.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Con mi nombramiento oficial en la carpeta del C.V., encontré el primer obstáculo cuando pedí silencio entre obra y obra en el primer ensayo que dirigía.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> —Coño —dijo uno de los dos Diegos—. ¿Tú pides que nos callemos?—Bien me conocían este y el otro, con los que había compartido horas en la escolanía de los jesuitas del centro. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Recuerdo que le miré con cara de «ya, hombre, pero no es lo mismo mandar que obedecer» si esa cara existe. Quizá porque había más excolegas coristas de antaño —los gemelos Basas, Nacho, Eduardo, Chema, y el otro Diego, que solo tenía ojos para una contralto con la que acabó casándose, aparte de algunos amigos ganados de cinco a seis en el <i>Marimoli </i>(el colegio mayor que nos cedía espacio para ensayar y darle a la pala)<i>, </i>y después en Cantarranas, caña va y otra que viene—, el ensayo transcurrió de forma tranquila. Yo, que había observado las pocas carencias que D. Carlos no era capaz de arreglar por culpa de los cantores, me afanaba en trabajar los detallitos que echaba en falta, peccata minuta comparada con el trabajo gordo que él hacía, el de a diario entre partido de ping-pong y charleta. No resultaba sencillo mantener el orden, pero él conseguía que aquel maremágnum de chavales (¿qué es una persona de veinte años, aunque tenga derecho al voto?) llegados de diferentes colegios y luego facultades universitarias sonase más que dignamente. Aún no se llevaba lo de darse palmaditas en la espalda para calentar —las de hacer la pelota, sí, ya fuese para que te nombrasen maestro de cuerda, te diesen un solo o te borrasen las faltas de asistencia para ir de viaje—. Puedo atestiguar que he cantado igual con estímulo y sin él. También que, por lo que me han contado algunos profesionales, es más eficaz la palmada frontal que trasera (en algunos coros no se cortan).</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Creo recordar que dirigí mi primer concierto en la iglesia de San Andrés durante un festival navideño. Me atreví a invitar a mi amigo Juan Ignacio —no por amigo, sino por cantante de verdad— para que hiciese el solo del <i>Come and go</i>, decisión que me costó alguna crítica de algunos que habían aprobado sin leer los estatutos que pretendían modernizar el coro —como así fue—, y que dejaban a la potestad del director la elección de solistas ajenos al coro —al que Juan había pertenecido, luego ajeno del todo no era—. Él mismo, sin que le pidiese opinión, afeó mi pantalón granate, que desde entonces no volvió a salir del armario, pero la amistad verdadera tiene sus exigencias. Tapó las bocas de los protestantes con su voz negruna bajo un manto pelirrojo, ese envidiable vibrato sacado de su oído privilegiado y la afinación perfecta, amén de su acento. Alguno preguntaba si el pelirrojo era irlandés. Firmó varios autógrafos, me consta. Yo, ninguno.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Pocas veces más pude dirigir al coro, y cuando D. Carlos se ausentó para siempre yo no estaba, ni habría podido seguir su estela porque me faltaban virtudes y me sobraban defectos. Tampoco habría sido capaz de sustituir a mi maestro, mentor y abuelo putativo. Ni siquiera asistí a su sepelio porque había comprobado mi poca resistencia a la lágrima cuando fui a verle en el hospital. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Aunque parezca esta entrada un remedo nada autocomplaciente —aunque salvífico de algún modo— de la única frase que recuerdo de mis breves estudios de griego (mataiotes mataiotetos, kai panta mataiotes*), es solo el prefacio de lo que quiero contar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Hace un par de semanas, uno de mis amigos del alma dejó su trabajo como entrenador. La frontera entre dejar y que te dejen es muy sutil, y unos días u horas pueden cambiar el matiz. Llegó su sustituto, ganó un par de partidos, y la euforia alimentada por los palmeros con voz escrita —aunque sea con errores gramaticales de bulto que muestran carencias básicas para su trabajo, lo del fondo y la forma, ninguno de los cuales me seduce— llevó a las masas donde querían estos y aquel. Yo me alegro por la mejoría, pero no me olvido de los méritos del saliente y el entrante. Cuando te dan hecho el trabajo gordo, si eres profesional (yo no lo era en el caso paralelo), lo fácil es agregar detallitos. Luego, cada uno sacará pecho, pechito, pechote o reconocerá su cuota de éxito y agradecerá la de su antecesor.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Dice mi amigo, el cesante o cesado, que la medida de lo que somos es lo que hacemos con lo que tenemos. Pasar de cero a cien es lo duro, lo que engendra la mayor dificultad. Aprovechar el viento a favor —y algunas habilidades valorables— para alcanzar los 110 quizá te dará la victoria, pero que nunca se te olvide quién te dejó el coche a 100. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> *Vanidad de vanidades y todo vanidad. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-62064631724872390202022-03-06T17:25:00.000+01:002022-03-06T17:25:08.774+01:00EL BUENO DE MI VECINO<p style="text-align: justify;"> <span style="font-size: large;">Cada vez que nos encontramos por la calle, me saluda y me pregunta por un par de viejos conocidos, siempre los mismos. Supongo que, de algún modo, marcaron su infancia. Uno de ellos también me dejó su impronta en forma de trauma de poca monta. La única vez que estuve a punto de pisar la tierra arenosa en un partido (no teníamos césped en los campos del colegio), interrumpió mi calentamiento, enfundado yo en una camiseta supletoria, desvaída y dos tallas más grandes que la mía (ya no quedaban de las buenas, a juego con mis recién estrenadas botas Adidas Valencia) para decirme que había agotado el cupo de cambios. Aunque me pidió perdón, regresé atribulado al banquillo... y nunca más volví. Bien cierto es que ser hermano de mi hermano, un extremo a la antigua usanza, endiabladamente veloz y de los que pisaban la raya, solo me garantizaba entrenar y a veces ir convocado. No pasé de ahí. Tenía el listón demasiado alto. La sombra de <i>el rubio</i>, mi hermano, pese a su metro setenta de estatura, era demasiado alargada para mí.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Sobre marcas indelebles, traumas colegiales y otras hierbas infumables tengo experiencia para escribir un libro gordo. Por ahora (y por vagancia) me conformo con relatos breves, algunos de los cuales he presentado a concursos literarios. Un par de ellos obtuvieron premio, cuyo montante cedí a oenegés sin pedir siquiera el recibo que redujera mi contribución al erario público. Donar con beneficios fiscales es pura <i>stevia</i>: endulza, pero menos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> El último relato que he presentado no mereció galardón a ojos del jurado, pero ha aparecido en un librito compartiendo honores con los premiados de verdad. Fiel a mi memoria, que también —salvo excepciones poco agradables que me recuerdan que el cerebro tiene sus lagunas— suele serlo a mí, escribí sobre hechos de la infancia. En este figuraba el chico (hoy más que adulto) que me pregunta sobre Manolo y Torrecilla. Este sábado bajé a hacer la compra con un ejemplar dedicado. Me encontré con la hermana del chaval y se lo di. Espero que entienda las licencias literarias y le complazca saber que no solo ocupa un lugar en mi memoria sino también en la de muchos pucelanos que lo recuerdan con cariño y admiración, pues admirable es retar a los autobuses en carreras por el Paseo de Zorrilla. Para quienes aún se preguntan si sigue vivo, puedo confirmarlo. Sigue siendo el mismo, con unos años más, pero igual de entrañable. </span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-17599339900152969792022-02-20T21:19:00.003+01:002022-02-20T21:19:24.503+01:00LAS MIRADAS TORVAS. <p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEgxiCreqW3ggHU9n8ImI8DH-rY-IX3XYDCv3Om53hWlYnSl4fZ99V_vBJHzIfMJ7smktbWGOIPeddUU-bUx63Dm8gi_aYAa09iPnAPnTxx9wpPmNlcmiMXqvOTAK66squ9gaQ4sO4beRHR1rwaqstyR3th3x4klB9rhkWgkIOXe2lQyKgSwJy63bIg7aA=s3840" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2160" data-original-width="3840" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEgxiCreqW3ggHU9n8ImI8DH-rY-IX3XYDCv3Om53hWlYnSl4fZ99V_vBJHzIfMJ7smktbWGOIPeddUU-bUx63Dm8gi_aYAa09iPnAPnTxx9wpPmNlcmiMXqvOTAK66squ9gaQ4sO4beRHR1rwaqstyR3th3x4klB9rhkWgkIOXe2lQyKgSwJy63bIg7aA=w400-h225" width="400" /></a></div><br /> <p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> A poco de entrar en San Benito, ya me miran mal por saltarme (sin darme cuenta) el turno para echarme gel hidroalcohólico. También para meter una moneda en el lampadario, que unos días enciende veinte velitas a pilas y otros cinco (Iberdrola sabrá). No sé si hay carril bici para comulgar. Hace años que no lo intento ni con Omeprazol. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Decidí cambiar de itinerario para volver a casa. Antes había dos mujeres a la puerta, pero solo queda una, que cambia de lado para pedir favores pecuniarios de los fieles. Espero que la otra esté bien, pero me da mal fario. Una vez las vi discutir muy acaloradamente con cruce de insultos, pero no quiero pensar mal. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Escojo, por variar, el paseo paralelo al río (no el de Zorrilla, que también lo es pero lo conozco de memoria), que es <i>peatonal-runneral-ciclistal</i> al tiempo. Los corredores miran mal a los paseantes cuando invaden el carril que unos y otros creen suyo a falta de señales que lo aclaren; los ciclistas a los corredores y a los paseantes...; los ciclistas lentos a los rápidos, los corredores rápidos a los ciclistas lentos..., en fin, todos me miran mal, nos miramos fatal. Los patos graznan si me acerco demasiado a la orilla, no vaya a ser que me ponga a nadar y los azulones a los blancos, tiene cojones ir de limpio con la que está cayendo. Los piragüistas miran mal a los patos, y los cormoranes al cocodrilo que campa por sus respetos desde que se le escapó a alguien (yo sé a quién, pero no lo diré) y les quita el almuerzo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Bueno, no todo es tan grave. He tenido un día tranquilo, de esos en los que todo te la... </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span><span style="font-size: x-large;">Y voy sin mascarilla. </span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-45304314563076815042022-01-30T22:08:00.003+01:002022-01-30T22:23:19.906+01:00IN MEMORIAM<div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Después de revisarlo, contar y recontar, por si arañaba unas décimas, me di cuenta del error. Lo pensé mucho antes de decidirme a subir la tarima. Nos había advertido de que, en vista de los resultados, aprobar estaría más barato, o sea, que sería benévolo para compensar la dificultad del ejercicio, un examen de evaluación. Aún así, no me sentía satisfecho. Era mucho bajar. El sentido de la justicia que mi padre me había inculcado me obligaba a confesar.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Don Jesús: el examen está mal corregido.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Lo dije sin temor, incluso con un poco de mala uva, pero sonriendo. Era un profesor exigente y justo a carta cabal. Mi denuncia le pilló de sorpresa y noté que se puso en guardia, aunque estuviera acostumbrado a las reclamaciones desesperadas de los adolescentes que veían escaparse sus botas de fútbol, sus tablas de esquí o lo que fuera que hubieran pactado en casa a cambio de un aprobado. </span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Dónde? —preguntó con su voz profunda, la misma que usaba para las explicaciones tiza en mano cuando no había pizarras digitales.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Señalé con el dedo sobre la hoja en la que figuraban mis más errores que aciertos. Repasó el problema. Se rascó la cabeza. Volvió a revisarlo. No salía de su asombro. Se había equivocado, cosa que no es infrecuente en un profesor ni en nadie. Levantó la vista. Como le veía confuso, le facilité la tarea.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Este ejercicio, Don Jesús, está mal. Me sobra un punto.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Su rostro cambió por completo. Sin duda, pensaba que mi reclamación era para que me saliera a devolver. Apartó el folio y me hizo un gesto para que me acercase más, y nuestra conversación fuese confidencial, a salvo de oídos indiscretos, que en ese momento eran los de todos mis compañeros. </span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Si te quito el punto, tendré que suspenderte, —dijo bajando la voz. </span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Póngame la nota que merezco. Ya me esforzaré en la recuperación.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Estás seguro? —insistió.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Mi cara fue la respuesta.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Tomó el boli rojo, tachó mi nota y escribió la nueva con un punto menos, del cuatro al tres. Volvió a mirarme, esta vez con ojos de padre.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—No me esperaba esto. Muchas gracias. </span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Me apretó un brazo, lo que interpreté como señal de cariño. Regresé a mi sitio. Mi compañero de pupitre, un repetidor, me preguntó qué habíamos hablado. Se lo expliqué y me miró como si yo fuera bobo.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al llegar a casa se lo conté a mi padre. En lugar de abroncarme por el suspenso, me felicitó por mi honradez. Sé que se sintió orgulloso de mí, porque mi padre era mucho padre. No recuerdo si acabé aprobando aquella evaluación, pero tengo la vaga idea de que sí, gracias a la benevolencia del profesor, que probablemente compensaría la limpieza de mi cuaderno o mi interés usándolos como argumento en la sesión de evaluación. Durante el resto del curso aprobé y suspendí más exámenes de matemáticas. Cuando fui de los pocos que sacaron buena nota en el control del número<i> e —</i>sigo sin saber para qué servía—, que se había llevado de calle a mis compañeros más aventajados, Don Jesús se alegró aún más que yo, y me hizo una confidencia respecto al mal perder de los empollones de la clase. Nunca hubo más quejas, no había razón para ellas. Sus correcciones posteriores jamás fueron discutibles. Aprobé el curso con dificultades, o sea, raspado.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Años después, cuando ya ejercía de maestro, tuve a su hija como alumna. Al pasar lista el primer día de clase, su apellido me sonó familiar. Luego consulté su ficha de datos, y allí figuraba mi antiguo profesor de matemáticas. Me acordaba del episodio —que no he contado para sacar pecho ni presumir de honradez, sino con lágrimas retenidas—, pero jamás se lo mencioné. Era una estudiante ejemplar, de las de diez tras diez, no sólo en inglés, que era la materia que yo enseñaba, sino en todo. Sus exámenes no admitían discusión: eran perfectos, por lo que no me dio la ocasión de regalarle ninguna nota para agradecerle el trato exquisito que su padre me había dispensado siempre. Le pregunté un día por Don Jesús. </span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Le conoces? —preguntó con la timidez que la caracterizaba.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Claro. Fue mi profesor de matemáticas en segundo de BUP. Dale recuerdos.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Supongo que no se acordaría de mí, pero un día nos encontramos en la calle, éramos casi vecinos, y al verme cayó en la cuenta.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—No sabía que te dedicabas a esta tarea —me dijo. Sé perfectamente que recordaba el asunto porque su mirada me resultó tan paternal como cuando era su alumno nada destacado. Después nos veíamos con frecuencia y echábamos una parrafada sobre la enseñanza. Intuí que Don Jesús me respetaba casi tanto como yo a él.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">En la celebración de las bodas de plata de mi promoción, estuvo en la cena. Nos saludamos con afecto sincero, bajo la mirada escéptica de otros profesores que tuve y cuya consideración no acerté a ganarme, más bien al contrario, aunque no les culpo, porque yo nunca fui un alumno dócil, sino incómodo por decirlo de algún modo. </span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Cuando supe que estaba enfermo —le vi después de la operación, paseando con su esposa, su hija y su nieta, que ahora también es una de mis alumnas—, me llevé un disgusto gordo. Charlamos un rato, manteniendo el tipo y, con las mejores palabras que pude encontrar, que no eran muchas, le deseé que se recuperase. Su propia delgadez y la cara de su mujer me dieron la pista de que la cosa era muy grave.</span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><br /></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Acabo de regresar de su misa de funeral, de la que he tenido noticia diez minutos antes de la hora, mientras leía el periódico. Me he vestido a toda prisa. He pasado un mal rato, muy malo. Primero, al llegar y ver a algunos de mis profesores y maestros, porque me he sentido mayor; luego, cuando el director de mi antiguo colegio ha hablado de él al finalizar la misa de despedida; y sobre todo al dar el pésame a su hija. Al verme, me ha llamado por mi nombre, creo que extrañada por mi presencia, y excepto un «lo siento» que me ha salido en un hilo de voz bastante húmedo, no hemos hecho otra cosa que abrazarnos y besarnos. Me ha dado las gracias. Las palabras son poca cosa. Las personas somos poca cosa, pero los gestos nos ayudan. </span></div><div style="background-color: #d0dbe7; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Bueno: algunas personas son muy importantes en nuestra vida, aunque ya hayan pasado a otra mejor. Y no tengo duda de que <i>el Carnero</i>, Don Jesús Carnero, ya está disfrutando de ella. Se la ha ganado. </span><br /><span style="font-size: large;"><br /></span><span style="font-size: large;">PD: Me habría gustado que mi entrada número 200 tuviera un cariz festivo. Quizá sea que mi profesor de matemáticas merecía un número redondo.</span></div>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-70585969742521659412022-01-22T17:03:00.004+01:002022-01-22T17:46:42.845+01:00MEAT LOAF, O EL PARAÍSO A LA LUZ DEL SALPICADERO DE UN OPEL CORSA ROJO<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Tengo claro que Meat Loaf no pensaba en un Opel Corsa rojo de tres volúmenes cuando cantaba lo del <i>Paraíso a la luz del salpicadero, </i>sino en un Ford Mustang o un Chevrolet Corvette aparcado en un <i>drive-in </i>con lúbricas intenciones. Lo cierto es que, ahora que ha muerto Michael Lee Aday —el verdadero nombre del cantante antes de que un entrenador le pusiera el mote, y que jodió el fusible de un amplificador por pasarse con un agudo (estoy tirando de <i>güisquipedia</i>)—, me acuerdo de las tardes de tenis (o algo parecido) en Viana con mis amigos del cole y uno —más amigo de las pesas— adoptado de otro colegio por aquellas fechas en que aún quedaban dinosaurios por el Paseo de Zorrilla. A veces íbamos en el primer descapotable del letrado, un Suzuki con ballestas que ponía a prueba la resistencia de nuestras tripas, pero el recuerdo que se impone tiene que ver con la música de fondo. A Jose, el arquitecto discreto, le encantaba Meat Loaf, y el álbum <i>Bat out of hell</i> nos acompañaba por la carretera del pinar de Antequera. En alguna ocasión nos dejaba conducir su Corsa por caminos de arena sin pasar de segunda. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">La música tiene esa virtud, mal que les pese a quienes decían que música y <i>perroflautismo</i> vienen a ser la misma cosa. Nos trae recuerdos de amistad fraguada a raquetazos, copazos y meriendas pinariegas, y solo el dueño del Corsa sabrá si también de algún paraíso a la luz de salpicadero. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Lo cojonudo es que siguen siendo mis amigos, y la muerte de Meat Loaf me ha hecho escribir este post dedicado a todos ellos. Tampoco pasa nada por decirle a tus amigos, aunque sea de vez en cuando, que los quieres. </span></div>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-90183331369103427282021-12-13T16:02:00.000+01:002021-12-13T16:02:19.915+01:00SURREALISMO 2, O LOS CAPRICHOS DE LA DESMEMORIA<p style="text-align: justify;"> <span style="font-size: large;">Ayer cerré el capítulo anterior sin contar lo que había provocado el título, que no era otra cosa que un sueño, no diré raro, porque últimamente abundan, sino extraño.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Estaba en mi apartamento (que se parecía poco al de mis sueños conscientes, en los que lo imagino con un salón enorme en el que luce un piano de cola, un equipo de música, libros y otros fetiches) charlando con una exalumna a la que hará como viente años que no veo. Era entonces muy alta para su edad, pero no tanto como para que yo saltase tras ella (en mi sueño) por la ventana y me deslizase por su cuerpo, a modo de barra de bomberos, hasta la calle. Espero que no haya crecido tantísimo desde que no la veo en persona.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Luego desapareció y me encontré a la puerta de mi clase de COU, porque según decían, mi curso no había estudiado la asignatura de educación física (que, tal como la recuerdo, era una optativa de viernes por la tarde sin repercusión en la nota) ¡y a todos nos tocaba repetir el COU entero! Lo más surrealista, si hasta ahora no lo es bastante, era que mi némesis, un sacerdote jesuita que compartía barbas —y nombre por apellido— con un carpintero famoso (que no era Gepeto, como en el chiste), me recibía con el cariño y la empatía que eché de menos en el curso 82-83. Supongo que su obsesión por mantener la disciplina con mano férrea y la norma de sacar lo mejor de cada alumno (en lo puramente académico, lo que se resume en las notas de selectividad) le impidieron ahondar en otras cuestiones "menores". Su mal ejemplo, curiosamente, se tornó en bueno para mí, que procuro mirar más allá de los números y relativizar su importancia, haciendo ver a mis alumnos que hay valores que no se expresan de forma numérica, y que hay otros tipos de excelencia. El espíritu bohemio, el interés por las artes (no por la asignatura en sí, que solo me hizo feliz cuando empecé a ver monumentos y a disfrutar de las obras de arte sin necesidad de demostrar en un folio que me importaban una higa los nombres de las cosas —que si arbotantes y botareles, que si triglifos y metopas— y, en suma, todo lo que no fuera ensalzar las virtudes de la enseñanza jesuítica (muchas, no lo pongo en duda) en forma de sobresaliente le traían (o eso me pareció) sin cuidado. Al final le tendré que dar las gracias.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Desperté a media noche, sudoroso pero feliz porque solo era un mal sueño. Otras veces me he visto retomando mis estudios de piano con el mismo resultado: sudores y alivio al despertar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Quizá un psicoanalista podría ayudarme a aclarar de dónde vienen semejantes sueños, su significado y en qué medida se pueden superar esos traumas si lo son. Por lo poco que aprendí de Freud, Adler y Jung, debo de haberme quedado en una suerte de fase anal, no tal como la describía Sigmund, sino porque hay cosas que no dejan de darme por el culo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-28780484564048381362021-12-12T18:04:00.006+01:002021-12-13T01:36:51.966+01:00"SUB"REALISMO<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEiBV-vWdmfoSC6uSmt5clb9zuuYpALYBQsomYvlYsY0pVoz1dWBCt98H2ASsJeekbtMgAXRFM2lMHUZ_IdNVtOEFduEwwr3loY3RR9lITSMG4aU7c_ZtmoDnN88GL0bqaN9z5qX-Ejf5QwfPnWsYxMsewj-k858ESPqaLZXKECTKMcB2oETC3j468mAiQ=s4032" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="4032" data-original-width="3024" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEiBV-vWdmfoSC6uSmt5clb9zuuYpALYBQsomYvlYsY0pVoz1dWBCt98H2ASsJeekbtMgAXRFM2lMHUZ_IdNVtOEFduEwwr3loY3RR9lITSMG4aU7c_ZtmoDnN88GL0bqaN9z5qX-Ejf5QwfPnWsYxMsewj-k858ESPqaLZXKECTKMcB2oETC3j468mAiQ=w300-h400" width="300" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br /> Mal empezamos cuando no soy capaz de poner en cursiva el <i>sub</i> del título (mi curso de <i>30 horas DDDD —desesperadas de destrezas digitales—</i> no da para mucho más). Ni un corta y pega del cuerpo del texto a la cabecera —pura metáfora de la vida— ha servido como solución, así que ahí se queda. (Lo del <i>sub</i> venía a recordar a un profesor de lengua y literatura que cambió de forma caprichosa el significado de surrealismo, que es justamente lo contrario).</span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> La anestesia general, dicen, provoca algunos efectos imprevisibles. La epidural de mi otra operación (de la misma hernia umbilical) estuvo a punto de convertirme en eunuco cuando me obstiné en arrancar un apéndice molesto, que yo creía un simple apósito mal adherido y no era otra cosita que mi propia pena —o sea, un pene en estado lamentable—. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> En esta ocasión, los galenos decidieron que dormirme de alopecia para abajo sería más recomendable que desde la cintura. Lo último que recuerdo fue la breve conversación con una de las anestesistas:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Piense en alguna cosa agradable.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—La tengo enfrente.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">No pude comprobar si mi respuesta la había complacido o, por el contrario, se la había tomado como un comentario micromachista, pero quizá no le dio tiempo a meterme un wiski de garrafón por vía intravenosa para convertirla en intravenenosa. Lo cierto es que, mientras los médicos recolocaban mi tripa díscola, yo estaba soñando como en una de esas noches raras en las que <i>Oniris</i> (un héroe griego y un poco cabrón que me acabo de inventar) proyecta en mi cerebro una peli para todos los públicos. Hora y media de REA más tarde, salí del quirófano con el traje de neonato y mi ombligo en su sitio.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Para cuando pude orinar, el anestésico debía de haber disfrutado de un viaje <i>el río de divertido</i> —soy de tierra adentro, <i>castellanomesopotámico</i> por la gracia de Esgueva y Pisuerga—, dejando su rastro y efectos acá y allá. No resulta sencillo distinguir mis bobadas conscientes de las provocadas por las drogas legales, así que las enfermeras no tenían elementos de juicio para evaluar/comparar mi falta del mismo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Hoy mismo me atreví a dar mi primer paseo hasta la iglesia de San Benito. Parece que el anestésico general andaba en modo epidural, porque de tripas para abajo me tenía descontrolado. Del mareo se encargó la homilía transmitida por altavoces marca ACME. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Un breve periplo por la feria de la artesanía, con feliz encuentro y charla con mi amigo y valedor Francisco Alcántara, que me ha insuflado su discurso positivo, ha acabado por demostrarme que sigo obtuso de pensamiento pero raramente listo: escucho más que hablo. En el caso de Paco, merece mucho la pena. Es un tío con toda la barba, cuyas raíces se instalan muy arriba, adonde otros no llegamos ni en globo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Después de comer he ojeado la prensa. Leer a dos expresidentes del gobierno de España no deja de ser un ejercicio de surrealismo. Me temo que los efectos de la anestesia general ya se han diluido. La risa es terapéutica.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> El librito que adorna este texto no es casual. El comienzo tiene algo de surrealista-dadaista (por ahí andaba el tal Queneau), otro poco de chaladura y quizá de sustancias químicas. Cuando acabe de leerlo lo sabré.</span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-9860869141082478602021-12-05T17:40:00.000+01:002021-12-05T17:40:12.223+01:00MEAPILAS<p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Tras la PCR preceptiva antes de una operación quirúrgica, nada de importancia, apenas quitarle una D a mi ombligo en 3D —si Dios quiere, seguiré dando el coñazo en persona y en modo virtual en este blog—, acabé en misa de doce y media en la iglesia parroquial de San Juan Bautista, la del barrio de mi infancia. Ha cambiado un poco desde que fui monaguillo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">http://pucelaacapella.blogspot.com/2010/12/podria-decirse-que-mi-primer-trabajo.html </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> La tarima pulida por los fieles (luego lo fue por la máquina Karate Kid —dar cera-pulir cera— hasta que el terrazo frío la sustituyó) acompañaba mis pasos de monaguillo solitario aquel 8 de diciembre, cuando fui a misa y no había otro auxiliar de guardia sin votos —mis botas eran parte del problema de sonoridad excesiva—. El párroco, D. Alfredo, me dio las gracias —y una generosa propina extraída sin disimulo del cepillo, ¡un duro en negro! —puedo decir que 3 de los antiguos céntimos— (que lo mismo hay que llamarlo "duro de color")— por ayudarle. Mi trabajo consistía en una coreografía (alguna bronca me gané por saltarme el protocolo, dado como era y sigo siendo a la improvisación) limitada a flanquear al cura de turno, tocar la esquila, sin exigirme tonalidad, durante la consagración, pasar el cepillo y poner la patena (paradigma del brillo) bajo la barbilla de quienes se acercaban a comulgar (eso fue antes de que se aconsejara-permitiera poner las manos en forma de trono —mi buen amigo Chema que, como buen abogado, interpreta según la ley y sus recovecos, sabe mucho de esa suerte de digitoflexia— para evitar contagios mucho antes del COVID, para mí VDLC (virus de los cojones) o VDLCCC (virus de los cojones, cojonas y cojonos para otros a los que es raro encontrar en misa, a menos que se les muera un ser querido, y siempre en modo de "por si acaso"). </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Hoy escuché el viejo armonio que D. Mateo, uno de los sacerdotes de antaño, me dejaba tocar (o no, cuando el cachondo de Javi Herrera, un compañero del cole que compartía parroquia conmigo, me franqueaba la entrada en la iglesia sin moros en el costa y lo tocaba sin permiso). El organista y el cura andaban reñidos, así como las tonalidades con que atacaban el salmo responsorial, el sanctus y el "por Cristo, con Dios y en Él", lo cual ha provocado un sobrevenido dodecafonismo que haría palidecer de soberbia, avaricia, lujuria —o algo peor y más capital— al mismo Schoenberg. Si Dios no sufre de tinnnitus será por su inmensa bondad o sordera selectiva (que envidio). </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Un vermú de garrafón, sopas de ajo y un chipirón a precio de langosta en un bar de mi viejo barrio han acabado por retrotraerme al pleistoceno de mi vida. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Aquí me hallo, en plena fase de digestión del pasado —propio y ajeno—, y no solo por la misa y vermú de hoy. Más trabajo para mi psicoanalista. A ver si con lo que me ahorro en tabaco puedo pagarlo. </span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-45969712106018690072021-11-27T01:25:00.002+01:002021-11-27T11:17:09.530+01:00EL RÍO DEL OLVIDO <p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-aloWjCxZc-8/YaFqTuictcI/AAAAAAAABHU/9BxbQ9u1qtkDP9nAyostcW9OTG8edmgTgCLcBGAsYHQ/s2048/2AD960CA-53BA-4C67-8D2C-8B9998DD3AC6.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2048" data-original-width="1261" height="400" src="https://1.bp.blogspot.com/-aloWjCxZc-8/YaFqTuictcI/AAAAAAAABHU/9BxbQ9u1qtkDP9nAyostcW9OTG8edmgTgCLcBGAsYHQ/w246-h400/2AD960CA-53BA-4C67-8D2C-8B9998DD3AC6.jpg" width="246" /></a></div><br /> <span style="font-size: large;">A veces necesito escribir cuando no tengo ganas de nada. Por desgracia, hoy es uno de esos días. Perdonaría la necesidad si pudiera evitar el motivo, pero ayer se fue Alberto, y Alberto no es (era, aunque seguirá siendo) una persona cualquiera. </span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> La suerte que ayer se le negó tuvo un rato de lucidez (para mí al menos) en 1986 y nos juntó en la misma clase de la escuela de magisterio, especialidad de filología inglesa. Su habla tranquila, su tono de voz y su madurez contrastaron con los míos. Quizá fuera esa la razón que nos unió; la de los polos opuestos o los complementarios o lo que cojones sea (la función terapéutica de las palabrotas es innegable y hoy me salen solas). Nos hicimos amigos sin esfuerzo, con la naturalidad que fluye como el agua de los ríos: desembocamos el uno en el otro, afluentes mutuos sin nombre impuesto por razón de longevidad o longitud, Duero y Pisuerga. Tomábamos café, canapés o cañas entre clase y clase (sin pirarnos ni una), en la cafetería de la escuela, la de Montse y Pepe. Regresábamos a casa en mi SEAT 850 (que no era solo mío, también —o más— de mi hermano, que solía pagar la gasolina), y alguna vez llevamos a su casa al profesor de religión (que bendijo el vehículo mientras Alberto tapaba una pegatina obscena del salpicadero). Gracias a él aprobé las matemáticas de primero (con un cinco del que cuatro puntos salieron de su paciencia la tarde anterior, en su casa, con sus padres atentos a nuestra tranquilidad, café y merienda mediante). </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Al año siguiente se sumó el bueno de Jose (otro sin tilde), el dibujante-liante. Yo compaginaba mis estudios con el trabajo en los grandes almacenes más grandes de la ciudad, y allí prestaba sus servicios el que acabó convirtiendo el dúo en trío. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Muchos chupitos de melocotón (qué invento) en cientos de noches fraguaron nuestra amistad de hombres sin mujeres (ni falta que nos hacían, aunque acabasen por llegar sin ligar). La única vez que Alberto se mosqueó un poco (menos de lo que merecía la afrenta), fue por culpa de un chupito, pero encajó la ofensa con el estoicismo del amigo que perdona el exceso alcohólico. Eso queda en la memoria del trío.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Hace algo menos de un mes leí en su FB que estaba pachucho (la pachuchez es un término subjetivo, y Alberto tenía un don para quitar hierro a lo objetivo). Le pregunté si le apetecía quedar para comer con Jose y conmigo, y me respondió que estaba flojo, pero me avisaría en cuanto se repusiera. Y por no sé qué (o sí), no quise preguntar más. Confiaba en su recuperación y llamada. Ayer se truncó el plan.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> El adagio <i>Dios nos libre del día de las alabanzas</i> justifica tanto la tendencia a engrandecer la figura de quien se va como las pocas ganas que tenemos de que nos lleven. Alberto, el día después de su partida, merece toda alabanza. Como un río, tendría sus meandros, sus aguas bravas, espumas y caudal desaforado. Sus días, vamos. Yo solo le conocí unos minutos de mosqueo (no cabreo) en los años que compartimos. Y vaya si tenía razón (mal que nos pese a Jose y a mí, que fuimos un poco perros, chupitos mediante). Sé que nos perdonó al rato (¿quién invita a su boda a unos cabrones?). Y no opino: sé que, como ayer me decía su esposa, fue una buena persona. Joder (perdón): buena persona se le queda pequeño. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> Querido Alberto: eres (ahora arriba, que es ser para siempre) un tío cojonudo. Y sentirme amigo tuyo (en la cercana lejanía/lejana cercanía de los quinientos metros que separaban nuestras viviendas) es, sin duda, un honor que no sé si merezco. Por si acaso, te pido perdón por no haber estado más atento. La vida esta que soportamos nos entretiene en lo trivial y nos aleja de lo primordial, pero si algo aprendimos en la escuela de magisterio, es que no solo estamos para enseñar sino para no dejar de aprender. Y aunque figurar en mi directorio no sea un honor <i>per se</i>, lo es para mí. Será que el Sumo Hacedor tiene un poco de soberbia y quiere presumir de obra bien hecha y te llamó (sin pedirte opinión) para ponerte en alguna hornacina, privada o publica, pero ejemplar. Provenir de un pueblo llamado Sancti-Spíritus tenía esta servidumbre. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span> P.S.- La fotografía que encabeza este texto es la dedicatoria de un libro que me regalaste (bien lo sabes). Espero que me perdones, pero el título es lo menos certero que se me ocurre. Estoy seguro de que Julio Llamazares, si supiera nuestra historia, </span><span>lo cambiaría por "El río continuo" o "El río que no cesa" o cualquier otro que no incluyera la palabra "olvido". A un señor como tú no se le olvida, por muchos chupitos de melocotón que se beban. Y perdóname si no estoy muy fino con el teclado, pero he tenido un mal día, no por tu culpa, pero sí por ti. Descansa en paz (te la ganaste), querido Alberto. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5200375431237446846.post-42044161205940730922021-11-07T17:45:00.003+01:002021-11-07T18:01:44.652+01:00MISCELÁNEO QUE ES UNO<blockquote style="border: none; margin: 0px 0px 0px 40px; padding: 0px;"><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"> (Todos nacemos misceláneos, que viene de mezcla. No hay ser, que yo sepa, sin mezcla, excepto aquellos que provienen de hermafroditas que se autofecundan y reproducen, aunque sean minoría. La consanguinidad tiene un algo de esto. Me inclino a pensar que mis desvaríos seudoliterarios están más cerca de la mezcolanza o falta de rigor u orden interno que me adorna. Quienes me conocen bien podrán ("quienes me conocen bien, podrán..." o "quienes me conocen, bien podrán...," qué horrorosa duda) seguir mi pobre argumento sin esquema. Que mis vecinos griten en la sobremesa del domingo no me ayuda). </span></p></blockquote><p> </p><p><span style="font-size: large; text-align: justify;">Acababa de salir de la terapia para dejar de fumar (mi fuerza de voluntad anda cercana a la de flaqueza) cuando recibí un mensaje en el móvil. Mi amigo tocayo me ofrecía/recordaba su amistad —porque de algún otro amigo le había llegado el soplo certero de que no ando bien de ánimo— en forma de charla, comida o café (es un decir, ninguno de ambos somos cafeteros). Luego supe quiénes habían sido sus informantes, que, curiosamente, no habrán leído en su vida un manual de autoayuda, "buenismo" ni frases de <i>misterguonderful</i>, ni falta que les hace. Llevan en su sangre un cromosoma rural, de hombre que sabe si va a llover, si barrunta tormenta o si pintan bastos que los hace inmunes a la idiotez con solo asomar la nariz por la ventana. Viven ajenos a las nuevas tecnologías, a la mercadotecnia (lo que algunos llaman <i>marketing</i> porque creen que es más <i>cool </i>y los convierte en más guays) y las competencias digitales y se la sudan los partes meteorológicos que no vengan del calendario zaragozano y el refranero. Para mi desgracia, dos de ellos ya no trabajan en la empresa que nos hizo conocernos (uno por jubilación y otro porque su primera vocación volvió a llamarlo) y al tercero le quedan siete horas semanales que compartir conmigo. Cuando quedamos a comer me dan caña, me llaman hocico fino, chato y otras lindezas que asumo. En eso también son certeros, los muy cabritos... Y saben que quien hace pareja conmigo en la partida de mus pierde seguro porque a la segunda copa ya no distingo espadas de oros, sotas de treses y me pongo bocazas y "ordaguero". D</span><span style="font-size: x-large; text-align: justify;">esde hace más de veinte años, al </span><span style="font-size: large; text-align: justify;">día siguiente seguimos tan amigos. La única vez que no fue así, uno de ellos y yo lo solucionamos con una charla breve y un abrazo (y algunas lágrimas).</span></p><p><span style="font-size: large; text-align: justify;">No sé por qué he llegado hasta este punto, que no era el previsto, pero no me pesa. Pensaba escribir sobre la marcha en apoyo a la AECC, a la que he acudido esta mañana, pero me ha salido esto. De vez en cuando hay que saltarse el guion (y más cuando no existe), y no para saldar cuentas sino por el mero hecho de resaltar el valor de la amistad verdadera, la que perdona sin pedir perdón, aprecia sin regalos que se la ganen y tiene un gesto o una palabra en el instante justo. Les diré, por si lo dudan, que no estoy "ordaguero" porque hoy no ha habido chupitos postcomida dominguera, aunque tampoco les habría ganado la partida de mus porque son de pueblo y leen mis ojos con los suyos, nobles, bien paridos y educados. Quizá, cuando están vidriosos de alcohol, se reflejen mis cartas en ellos. Y, aunque alguno me recuerde que su hombro está presto a mi desahogo —lo que agradezco de corazón—, saben que los quiero de verdad y ellos a mí, que me han perdonado mis rarezas (fácil me lo ponen: ellos son más fáciles) y no necesitan ofrecerse como paño de lágrimas porque los tengo a tiro de wasap, de teléfono o de piedra indolora. Por suerte no son los únicos con los que cuento, pero hoy han aparecido en mi texto de los domingos por pura casualidad o justicia sobrevenida y les dedico esta sobremesa silenciosa. Bendito trío. </span></p><p><span style="font-size: large; text-align: justify;">PS.- "Que te compre quien te entienda"... decía la fábula del burro. No necesito que me "compren" (qué lamentable uso <i>adultescente </i>de la palabra, con lo fácil que es decir "te entiendo", "lo admito" o "tienes razón" a cambio de nada). Se lo regalo a quienes me entienden. </span></p>Pucela a Capellahttp://www.blogger.com/profile/07148434753812541643noreply@blogger.com0