sábado, 12 de febrero de 2011

UNA LIMOSNITA PARA EL DOMUND


Con la cantinela (o cantilena, que cuanto más escribo más dudas tengo) que adorna esta entrada, los niños de mis felices años 70 asaltábamos sin pudor a los transeúntes, previa clase teórica en el colegio o la parroquia, y práctica en la casa propia con nuestros padres y hermanos. Los vecinos eran nuestras siguientes víctimas, y de allí nos lanzábamos a otros edificios colindantes, con esa técnica de puerta fría, para acabar llenando los huecos de nuestra hucha en la calle. La hucha es la protagonista de mi texto, pues resulta que esta semana me he agenciado un par de las de negritos, originales, con su pegatina y todo. El adhesivo era, convenientemente pegado entre la tapa y la base, la garantía de que el importe íntegro de la recaudación llegaría a buen fin. Me consta que había compañeros hábiles en el despegado y repegado, prestidigitadores y algún chapucero sin recato, lo que por otro lado confirma que el mundo, tras muchas vueltas, no ha cambiado tanto en lo que se refiere a codiciar y apropiarse de los bienes ajenos.
Los modelos de hucha eran variables: un chino con sombrero de recolector de arroz y un negrito que mostraba sus dientes superiores y los ojos en blanco, como con glaucoma, no sé si porque los moldes no permitían mayor detalle o si era para darle más patetismo al niño. Creo recordar, aunque no estoy nada seguro, que había más razas representadas, quizá un indio con coletas. En aquellos tiempos no había recato en llamar negros a los negros, indios a los indios ni chinos a los chinos, no como ahora, que todos son de colores pero los únicos de color son los negros, afroamericanos si son americanos de color, menudo lío. Lo cierto es que a falta de oenegés que colgasen anuncios nosotros exhibíamos nuestra hucha-busto, sacudiéndola para que sonasen las monedas, sacudiéndola para sacudir las conciencias y corriendo a veces para que no nos sacudieran un portazo quienes se hartaban pronto de dar limosna.
De vuelta a la parroquia o al colegio entregábamos nuestra cabecita de amerindio, de afroamericano o de asiático llena de buenas intenciones, el cura desprecintaba la tapa inferior, contaba el importe y te felicitaba por tu esfuerzo con un "los pobres niños te lo agradecerán" . Después nosotros presumíamos, si era el caso, de ser los más hábiles recaudadores, con argumentos de corredor de bolsa o broker, "es que mi barrio es muy obrero pero solidario" o "hasta que no le saqué un duro no dejé de darle la matraca al tío aquel", hasta el año siguiente, en el que pedíamos otra hucha igual si habíamos llenado la del anterior, o preferíamos cambiar, no fuera a traer mal fario el negrito con los ojos en blanco.

martes, 8 de febrero de 2011

ELOGIO DE LA IMPERFECCIÓN

















Mi amiga Europa cumplió años la semana pasada. Le llevé de regalo una de esas cosas que se me ocurren de vez en cuando, o mejor dicho, que hago de vez en cuando, porque lo que es ocurrírseme, es a diario. Antes de salir de casa me pareció bien incluir un texto y otro cacharro, por si le parecía poco. Como no estaba en su estudio se lo dejé a Fernando, que es amigo común, aunque sospecho que algo más de ella. Unos días después recibí una carta electrónica que me arregló el día, que había amanecido más que atravesado. Estaba titulada como esta misma entrada, y en ella agradecía mi detalle y valoraba los múltiples defectos de ejecución, como diría un arquitecto al ver una obra propia "perpetrada" por un aparejador poco escrupuloso. Cierto es que de algún modo le di pie por el contenido de la carta que acompañaba al paquete, pero me encantó su forma amable y sutil de darle la vuelta y usarla para tan buen fin. Como quiera que Europa y yo compartimos un amigo, una docena de emails, algunos vinos y pocas pero muy densas conversaciones, he dedicido incorporarla a mi escueta galería de ilustres y de paso invitarla a jamón ibérico.
Y que cumplas muchos más.

domingo, 6 de febrero de 2011

RANKING DE CATEDRALES



Tras atravesar los 46 kilómetros de niebla que ayer la separaban de mi ciudad, pasé el día en Palencia. Desde mis lejanos tiempos de estudiante en la UNED no había vuelto a pasear tranquilamente por los Jardines del Salón, ni ido de tiendas por la calle Mayor. Despúes de la comida nos acercamos a la Catedral, que llaman La Bella Desconocida. Nada más franquear la entrada principal se acercó al trote una mujer para darnos la bienvenida en forma de ticket por valor de dos euros. Le pregunté si el óbolo era voluntario, a lo que respondió que obviamente no. Como no entiendo de obviedades, le dije que la entrada en la catedral de Valladolid, por ejemplo, era gratuita. En ese momento parece que se le dispararon las alarmas, no a la iglesia palentina, sino a la guía, y trataré de reproducir la conversación, que me pareció y sigue antojándoseme surrealista.
-¿La de Valladolid, dice? Claro, -me explica con un tono medio burlón. - Es que es... otro estilo.
-Ya sé que es de otro estilo, mujer,
-Herreriana, -me interrumpe. -La he visto muchas veces, porque estudié varias carreras en Valladolid.
-Ya, así que según el estilo se pone el precio, según usted.
-No es eso, pero es que esta catedral es otra cosa. Y por eso hay que pagar. Fíjese, las hay más caras, como la de Toledo, que cuesta 7 euros.
-¿Y la de Santiago de Compostela? Nunca he pagado por entrar.
-Bueno, -duda, como dándose cuenta de que el argumento cojea, -pero es que hay gente que tira papeles y chicles al suelo y hay que pagar a alguien para que lo limpie.
-O sea, que un católico que cede el 0,7% de la liquidación de su IRPF a la iglesia católica no paga de sobra los sevicios de limpieza... Claro, luego nos quejamos de que se metan con los curas.
Como veía que no iba a conseguir nada, que no era ahorrarme el dinero, aunque lo pueda parecer, sino un poco de empatía, le di las gracias por su amabilidad y le hice una última cuestión.
-Perdone, ¿a qué hora empieza la misa?
-A las seis.
-¿Y a misa se puede venir gratis o hay que pasar por taquilla?
-Tiene usted que entrar por la otra puerta, que lo pone bien clarito afuera, -su tono se hizo un poco más grosero, -pero sólo al altar mayor.
-Gracias y buenas tardes.
Salí de allí pensando en cómo asistir a misa sin echar la vista alrededor para no contravenir las normas mercantiles del Cabildo, o sea, ora a ciegas. Recordé que la Basílica de San Pedro no cobra entrada, y sin duda es una iglesia mucho más "de otro estilo" que la de Palencia. En fin, que me gasté los dos euros en un chupito de café, y algunos euros más en las rebajas.
Ya en casa, me ha dado por investigar los precios de entrada en otras seos, y he encontrado cosas curiosas:
En Sevilla se pagan 8 euros por una visita sin guía, pero es gratis para (y cito textualmente) jubilados, desempleados, sevillanos y discapacitados. Si yo fuese sevillano me haría poca gracia la exención tal y como se redacta.
La Nueva de Salamanca es gratis, pero a la Vieja se accede pagando 4,75 euros y se incluye la visita al claustro y al museo. Los martes hay entrada libre de 10 a 12.
Granada: 3,50. Segovia: 3 euros.
Por lo que parece, la de mi ciudad debe de ser una de las pocas en las que no se paga. Pues menuda birria, seremos los últimos en el ranking. Junto con Santiago de Compostela y San Pedro de Roma. Supongo que Juan de Herrera, el Maestro Mateo y acaso Miguel Ángel andarán disgustados por el agravio.

EL MISTERIO DESVELADO