sábado, 10 de enero de 2015

PELÍCULAS

Uno tiene sus gustos, sus debilidades, sus manías. Me encanta el cine, aunque hace años que dejé de asistir a salas comerciales, salvo en muy contadas excepciones. El que me gusta no necesita pantalla grande, ni mucho menos fondo de palomitas y coca-cola. Ver una buena película no precisa aditamentos, sólo una butaca cómoda y silencio en la sala.
Lo que más suele interesarme es el guión, los diálogos. Frases como "mueve un músculo y eres historia", o "el mundo es demasiado pequeño para los dos" me producen risa y me hacen preguntar de qué coño se quejaban los guionistas estadounidenses hace años, cuando se pusieron en huelga. El sensurround, el 3D y las historias imposibles en las que todo vale me aburren. Creo que una gran parte del buen cine puede verse con los ojos cerrados. 
Hace años, cuando colaboraba con la Seminci, me regalaron un libro: "Extraños en el paraíso". Trata de los directores europeos que emigraron a Hollywood para aprovecharse de los grandes presupuestos que en sus países eran impensables. Uno busca el dinero donde está, lo cual es lógico. Otra cosa es tragar con lo que el mercado imponga. Algunos tragaron, es obvio.
Después del introito, un poco largo, viene la confesión: hay dos películas que siempre me hacen llorar, no sabría por qué, quizá porque en ellas hay triunfo final sin tiros, superación personal y esas mandangas que nos gustan a los profes. Una es europea y la otra americana del norte, dos estilos muy diferentes para provocarme unas lágrimas de emoción que, pese a la cantidad de veces que he visto ambas y que sé de sobra lo que va a pasar, sin que el asesino sea el mayordomo, no consigo controlar, ni falta que hace. El llanto es muy sano.
Pd.- Ahora viene la traca final: las pelis con las que lloro son Sister Act 2 y Billy Elliot.
Pd.- No diré las que me hacen llorar de risa-pena para no ofender a sus fans. Es mejor no dar nombres.