viernes, 2 de mayo de 2014

ENCAJE DE BOLILLOS

No es explicable por qué mi musa pequeñita me abandona durante meses y regresa con aguijón de abeja enfadada para ponerme en modo "on-fire" en apenas dos días.

Aprendí de mi padre la expresión "hacer encaje de bolillos" como sinónimo de emprender una tarea ardua, complicada y que requiera precisión. Como mi padre (que hoy celebraría su quincuagésimo-sexto aniversario de boda) era poco amigo de vaguedades lingüísticas, hago mía su sentencia. Tengo un baúl lleno de sus consejos, refranes y dictámenes de diferente pelaje que llevo conmigo. La casualidad ha querido que hoy aparezca mi querida Maricruz surcando una ola que ha venido a salpicar mi lenta tarde de viernes. Ella forma parte del escogido elenco de actores que por variopintos motivos se han cruzado en mi trayectoria. Y por mor de la fortuna es bolillera (sugiero que algún malpensado e indocumentado evite los chistes baratos). Así que los bolillos son los protagonistas, y por ende mi padre y Maricruz, que seguro que se caerían bien.

El siglo XXI se llevó de calle muchos logros (que ahora regresan para nostálgicos), por obsoletos. El aceite de oliva fue, durante años, demasiado gordo, quizá por algún excedente de girasol. Los huevos producen colesterolemia en los años impares. El orgasmo clitorídeo y el punto G existen cuando gobiernan unos. Fíate y no (te) corras.

Pese a los consejos institucionales, perviven tradiciones no discutibles, no tendenciosas, no interesadas. Entre ellas está la de hacer bolillos, preciosista manufactura. A quienes les pique la curiosidad, sugiero una vuelta por esta página: 

http://www.elrincondelbolillo.com/




¿QUÉ PASÓ DESPUÉS?

En atención a una amabilísima seguidora de allende el Atlántico que pregunta si seguí leyendo y a quién, responderé con la fotografía que ilustra este breve texto. No fue el único, pero me ocupó una temporada larga, intensa y placentera.



PD.- Los libros que aparecen en mi blog son de mi propiedad (no intelectual, ya quisiera). 

jueves, 1 de mayo de 2014

MÁS DE LO MISMO


La suspensión cautelar del texto anterior no obedece a falta de tiempo, ganas ni inspiración. Sólo a una norma elemental del bloguero que me acabo de inventar: si hay que usar el scroll de pantalla, es demasiado largo. No he comprobado este dato, ni en la entrada anterior ni en ninguna otra de las mías, pero sí en las ajenas, y mi atención, de por sí dispersa, se desvanece tras darle a la ruleta del ratón un par de veces. Por tanto seguiré el aforismo latino "medice, curate ipsum", o sea, aplícate el cuento, majete.

(Dos minutos más tarde, aunque esto salga mañana, que ya es hoy, o dentro de una semana, que también es hoy).

Tom Sawyer cayó en mis manos a la edad de diez años, una mañana sabatina de doloroso recuerdo, recién llegado del ambulatorio de la seguridad social, donde un sacamuelas, término incluso generoso para aquel animal, me arrancó una pieza pocha sin dejar que la anestesia hiciera su efecto. El día antes ya advertí a mi profesor de cuarto de EGB de mis dolores, y como no me hizo caso, cogí mi abrigo y me fui a casa sin pedir permiso. Después de echar un vistazo al libro de Twain, volví al colegio para tirar petardos, que era la costumbre durante las fiestas patronales, y el domingo regresé a urgencias para tratarme de un "pequeño" esguince que me tuvo en casa exactamente cuatro semanas, provocado por lanzarme sin paracaídas desde unos arcos pseudo romanos que adornaban el patio de arena. Así que tomé aquel contratiempo como una señal y me leí el librito.

No creo que el accidente me dejara secuelas psíquicas, en todo caso una cierta propensión a torcerme ambos tobillos con frecuencia creciente, aunque quizá en la profundidad de mi subconsciente anidara una asociación freudiana entre lectura y asistencia médica. El caso es que tuvo que pasar mucho tiempo para que yo superase aquella resistencia pasiva al negro sobre blanco, (cursilada horrible para evitar la redundancia).  

Cómo no, el amor otra vez, vino en mi ayuda. Y García Márquez se hizo presente años después de aprobar la literatura de COU. Mi novia de la primera mitad de los noventa me regaló "El amor en los tiempos del cólera" y creo que, por primera vez en mi vida, terminé un libro de cierta enjundia y abundantes páginas. Pero mi siguiente asalto fue de nuevo vano, y no tuve fuerzas para hincarle el diente al Ulises de Joyce, un irlandés bastante pesado que te hacía ser diferente, pero que lo ponía realmente difícil, por lo que abandoné la aventura, quizá muy ambiciosa, a las pocas páginas y muchos bostezos. 

La fortuna puso en mis manos "La piel del tambor" el verano de 1995, que devoré en unos días frente al Cantábrico, mientras me curaba las heridas que dejó el desamor (aquel verano terminó para mí "la primera mitad de los noventa"). No conocía a Pérez Reverte más que como articulista y ex corresponsal de guerra, y su libro me entretuvo, que no era poco,  y salvó del exceso de nostalgia propio de los estados carenciales de afecto y a veces de exceso de calcio...

En algún momento que no puedo precisar me fue regalado "Del amor y otros demonios", también del colombiano Gabo. 

Y sobre Neruda prefiero no hablar. Aunque sólo sea cuestión de tiempo.

PD.- La fotografía no tiene nada que ver, excepto la misma foto en sí. Habrá quien le encuentre sentido, no me cabe duda.