martes, 20 de diciembre de 2011

ESMEREJÓN







Eran casi las once de la mañana cuando me avisaron de que había un pájaro raro, "un búho", decían unos, "un águila", gritaban otros, en el patio. Cuando pude hacerme hueco entre el corro de chavales vi, en efecto, un ave pequeña y asustada, que probablemente creería que la rodeaban hordas de depredadores a punto de devorarla. Con más miedo que otra cosa la cogí entre mis manos y al segundo intento de picotazo decidió que no era un lugar seguro y salió volando. Su huida no duró más de cincuenta metros, y ni siquiera fue capaz de sobrepasar la valla que la separaba del río. Se quedó acurrucada entre un murete de ladrillo y una verja, a esperar qué le deparaba el fin de diciembre. Por suerte recordé que mi amigo José Manuel trabaja en el centro de recuperación de animales salvajes, así que llamé por teléfono y al poco apareció él con una red y una caja. No hubo necesidad de usar más que la caja, porque el pobre esmerejón, o halcón palomero si lo traducimos del latín, tenía apenas fuerzas para lanzar algún picotazo defensivo. Los chavales aplaudieron después de que José les explicara algunas cosas sobre el pajarito y quedó en curarlo, o mejor dicho, alimentarlo, porque por fortuna no tenía nada roto, hasta que recuperase fuerzas para continuar su vuelo hacia donde quiera que piense pasar las navidades. Lo mejor, aparte de la salvación de lo que yo creía un cernícalo al que ya habíamos bautizado como "Cerni" mientras llegaba mi amigo, fue el reencuentro y los abrazos, porque el Gubias y yo fuimos uña y carne durante unos años, pero la vida, las novias luego esposas, los hijos y los trabajos nos fueron reubicando. Así que hoy se ha producido la doble alegría por el esmerejón y por mi amigo, que siempre fue, como yo, más bien ganso.