miércoles, 5 de junio de 2013

HUCHAS ROTAS

Hace cuarenta y ocho años, tres meses y cuatro días, mi padre abrió una cartilla infantil con cincuenta pesetas, para ayudarme desde recién nacido a valorar y estimular el ahorro. Era una costumbre muy frecuente entre empleados de banca, aunque quizá fuese la propia entidad quien realizase el obsequio. Bastantes años más tarde, mis hermanos y yo pudimos comprobar que, gracias a los intereses, disponíamos entre los cinco de casi trescientas pesetas, que sin ser mucho, daban para una buena tarde de cine con chucherías. Ninguno de los cinco sacamos cantidad alguna de nuestras cartillas, y supongo que mi madre las tendrá guardadas en algún cajón. Lo malo es que, si siguen activas, probablemente a estas alturas de mi vida deba  varios euros en concepto de comisiones por mantenimiento de cuenta, cuotas de tarjetas que no uso y cambios de titularidad o alguna otra pijadilla sin importancia.
Hoy mismo he recibido notificación de la caja de ahorros para que sepa que mis planes de futuro son menos importantes que los de quienes manejan la propia entidad financiera. En definitiva, que la pésima gestión de los ejecutivos me cuesta una pasta gansa, o quizá solo oca, tampoco hay que exagerar. Y ahora me arrepiento de no haberme pegado esas vacaciones idílicas, comprado ese coche con más extras que una película de romanos, o adquirido el piano de cola, cosas que no hice pensando en no empeñarme hasta la cola y tener para la ortodoncia de la niña o mi dentadura postiza. Ahora resulta que lo que los morosos no pagan, algunos por pura desgracia, como perder su trabajo, y otros por un morro que les llega hasta el suelo, como el apartamento en la costa, el coche premium o el fin de semana en Putodisney, con autógrafo del pato Donald incluido, lo pagamos los pobres cretinos que guardábamos ocho cuartos por si las vacas flacas.
Sin embargo, no todo está perdido: el 90% de mi dinero se ha convertido en acciones de una empresa que no sabe si cotizará ni a cuánto, (el resto se ha perdido en el limbo de Suiza o en algún burdel de lujo, mientras cuatro banqueros sellaban unos pactos) y que podré recuperar, según ande el mercado, dentro de dos años. Además, otra buena noticia, se me ofrece la posibilidad de que me queje, no sé si al maestro armero o a Robin Hood, por si no estoy de acuerdo con el ventajista (he querido decir ventajoso) trato. 
"Transcurridos diez días desde la fecha de este documento sin que hubiere manifestado su disconformidad con la liquidación practicada, se entenderá prestada su conformidad a la misma asumiendo cuantas obligaciones se deriven de ella". Como la fecha es del 27 de mayo y hoy es 5 de junio, si no se me ha olvidado contar, en el mejor de los casos aún tengo un día para presentar una reclamación. 
Creo que mis dientes podrán aguantar. Por suerte no abusé del turrón estas navidades, gracias a que otros se quedaron con mi paga extra.