domingo, 10 de julio de 2011

AY, PORTUGAL, POR QUÉ TE QUIERO TANTO...

Me ha costado, para empezar, asegurarme de la correcta escritura del título, y la investigación me ha chafado el plan de antemano: hay muchos blogueros que han opinado sobre el asunto antes que yo. En cualquier caso, una vez terminadas mis vacaciones por la tierra lusitana, como mi intención era hablar de las bondades de nuestros vecinos, no me voy a privar, que para eso soy sumo hacedor de mi cuaderno.
Venía hace días pensando que los portugueses y los españoles no somos tan distintos, o no mucho más que un andaluz de un extremeño, un asturiano de un gallego o un catalán de un valenciano. En definitiva, pueblos hermanos que por los dictámenes de la historia, tantas veces caprichosa y casual, llevamos siglos separados, creo que por culpa, entre otros, de un rey incapaz que además era pucelano. No vaya a pensar el lector que es disfunción propia de la zona, sino más bien una excepción, inoportuna en el caso que nos ocupa y en todos los demás.
Pues bien, Enrique, (al que podrían llamar Quique pero nunca Quiqui), falló en su intento y con él las ansias de anexión. Para ser precisos, tuvo una hija, Juana, apodada "la Beltraneja", en honor al supuesto padre, un noble de ascendente carrera política, pero las dudas sobre su ADN acabaron por estropear el negocio.
Tras este vericueto legal y supongo que algún otro que se me escapa, los portugueses siguieron su camino independiente de los españoles, separados por la raya y algunos kilómetros de Duero, Tajo y Guadiana, o a veces precisamente unidos por esos ríos en idas y venidas de contrabando.
Tras una semana entre Oporto y Lisboa, me queda la sensación agradable de haber estado aquí al lado, en la amable compañía de los lusos, que hacen lo que pueden para salir de la crisis, igualito que nosotros. Quién sabe qué habría pasado si Enrique IV no hubiera salido manso. Lo mismo a estas horas andaban a la greña por la identidad histórica y esas gaitas, en busca de la independencia.
Podría adornar el texto con una de las muchas fotos de monumentos, ríos, playas o bodegas, pero lo voy a hacer con la última que figura en mi cámara: una que resume breve y contundentemente los muchos paralelismos y las pocas pero importantes diferencias, reflejadas en el idioma.