El primer día, viernes 13, me despedí de mis compañeros del cole con un «hasta después de Semana Santa». Algunos, la mayoría, me miraron raro.
Por la tarde, fui al supermercado. Había pocas personas comprando, y alimentos suficientes para todos, aunque las estanterías mostraban ciertas carencias. Cogí el último paquete de rollos de papel higiénico, un poco llevado por la alarma. Luego cargué con latas de marcas que ni sabía que existieran. Los mejillones "Marijose" con salsa de zarigüeya no están nada mal. Tampoco la pasta rosa para lasaña ni la salsa de pesto rojo, aunque rojo y rosa no peguen. Al ir a pagar, la clienta que me precedía—una mujer con acento portugués, a la que imaginé brasileña, vete a saber por qué—, preguntó a la cajera si un bote que llevaba era desinfectante para las manos. Como la cajera estaba cobrando, no se enteró de la pregunta y yo miré la etiqueta.
—No te lo des en las manos. Si lo aplicas al pelo quedarás guapísima. Es gomina.
La mujer me sonrió.
—Es que vi que ponía "con alcohol", —respondió.
Luego charlamos un rato, distendidamente, sin mostrar demasiado el miedo que llevábamos dentro.
La semana pasada volví al súper. Me chocó que hubiera cola en el de enfrente, que debe de tener mejor prensa. Hice la compra sin aglomeraciones, di las gracias a todas las trabajadoras de Alimerka y saludé a distancia a algunas conocidas. Me puse el primero en una caja. Le advertí a la clienta de al lado de que mi caja estaba libre, para que se pusiera ella.
—No está libre, está cerrada.
—Bueno, mujer —le dije a la cajera—, sólo he fallado por una palabra: en lugar de ocupada he dicho libre.
No se lo tomó muy bien.
Cuando me tocó el turno, la cajera libre que me atendió estaba con la ocupada que no. Les di las gracias por seguir trabajando para que todos tuviéramos la despensa a punto.
—Perdonadme que no os bese, pero mi mujer es muy celosa.
Se rieron las dos.
Poco más puedo hacer, excepto dar las gracias a las trabajadoras que se arriesgan para que todos comamos, bebamos y nos limpiemos el culo. Espero, deseo, confío en que cuando esto pase, tras la máscara que nos tocará llevar durante meses (y mira que los japoneses nos parecían raros), las cajeras (por mayoría aplastante se impone el femenino, cosa que no me agrada lo más mínimo, lo de la minoría masculina en tareas "secundarias", quiero decir), las farmacéuticas, las enfermeras, las médicas (no sé si se admite el femenino, pero me da igual) y tantas otras mujeres adivinen una sonrisa, un gesto amable que signifique "gracias". Para mí, que tengo más hermanas que hermanos, es fácil: también tengo directora, mayoría de compañeras maestras, de alumnas... Como de costumbre, los rostros amables y esforzados de a diario son del sexo "débil". Bendita "debilidad" la vuestra. Que no se nos olvide a los machotes. A ver si nos lo hacemos mirar.
Pd.- Para finalizar, un chiste:
Entra un hombre en la biblioteca.
—Buenas tardes. ¿Tiene el libro Las mujeres, el sexo débil?
Responde la bibliotecaria:
—Al fondo, segundo anaquel a la derecha, bajo el cartel de "Ciencia ficción".
Pd2.- Gracias a Patricia y Laura por sus correcciones. Ayuda, consuela, anima comprobar que me leéis con atención. Mucho más me ayuda teneros como compañeras y amigas a diario, compartir cambios de clase y recreos, "guasaps", confidencias y regalos inesperados en forma de lapicero o una nota escondida, o un beso a deshoras, si es que hay horas para mostrar afecto, cariño o amor. Como dice el chiflado de "Mejor imposible", tú (vosotras) me haces (hacéis) ser (o intentarlo) mejor persona. Gracias por ser mis amigas y compañeras, y corregir mis errores. Decir que os quiero no hace justicia a vuestro valor.