Aviso para navegantes: el viernes fui a ver "Bohemian Rhapsody" ("la de Queen", en español cañí) y pretendo hablar sobre la película y el grupo. Otra cosa es que acabe en modo "otra historia más del abuelo Cebolleta", que me temo porque me conozco.
Trataré de ceñirme al guion (los dedos me piden "guión", pero intento respetar a la RAE más que los propios miembros de la Academia. El corrector subraya "más". Será por exigencias... del guion-guión, ambos aceptados por la docta academia de nuestra lengua, o lo que queda de ella).
Antes de nochebuena, mi esposa y yo, con mi hermana pequeña y su marido, fuimos a ver la película. No había entradas en el cine multisalas del centro comercial. Me alegré en silencio. Otra matanza de palomitas. De vuelta a la capital, por si llegábamos a tiempo de entrar en un cine de los de casi siempre, la cola se prolongaba hasta el río. "Abortar misión. Cañas y pinchos, repito, cañas y pinchos".
Este viernes, ni rastro de cola. Paco, el dueño de los Broadway, estaba por ahí, en la cafetería. A él le debo —no sospecha cuánto— sin lugar a dudas, mi primera resurrección. Recién llegado de la mili —ese verano obtuve mi último aprobado de la carrera de piano y la aparqué, "por mi culpa, por mi gran culpa", que es domingo— me encontró tocando en una tienda de ropa —la de Pepín, otro salvador—, y me propuso acompañar películas mudas. —Se la jugó. Ambos sabemos lo que me pidió y lo que hice—. Creo que ya he escrito sobre esto. Nos saludamos, siempre lo hacemos, como si no hubieran pasado más de treinta años. Paco es un caballero al uso antiguo, de los de "en vías de extinción". Su hijo, Jason —guapo, elegante y encantador— que nació un año más tarde de conocernos su padre y yo, nos acompañó a la sala 11, la pequeña. Menos de treinta espectadores, sin rastro de palomitas ni bebida. Una gozada, lo que yo entiendo por ver una película, mal que le pese a mi amigo Alfonso. Si ha visto Bohemian Rhapsody haciendo ruido al sorber y masticar, allá él. El karma se lo devolverá, aunque será benévolo. Con él fui a ver a Queen en Madrid, ya sin Freddie, y el musical en el Calderón, al que me invitó por cuestiones casuales de amores y desamores. Aún espero que se haga una foto con la camiseta que le regalé. Me extrañaría, porque ahora se llega en "El ganso". Molaba más cuando era grunge-pijo.
(A lo que estamos, que me voy por los cerros de Úbeda).
La peli, como peli, se me queda pequeña. No creo que sea una gran obra. La grandeza no se mide por el número de asistentes. Cuántas obras maestras —maldito marketing— pasan de puntillas por las salas comerciales. Eso sí: la ausencia de merienda dignifica la película y a su público. A los fans de Queen, entre los que me cuento, nos encanta. Trata con delicadeza los asuntos espinosos. Se permite algunos lujos contra la historia real, o eso dicen —tampoco soy un friki, aunque posea su discografía completa— pero a nadie le importa. Mayo y Sastre se encargaron de limar las asperezas, no me cabe duda. Se jugaban muchos millones.
—Oye, Roger. Nada de matar al mito, aunque un poco de caña le vendrá bien.
—Nos ha jodido, Brian. Y menos aún de meter algo —una teta, un culo— que avise a la censura. Hay que llenar las salas con gente de 0 a 100. La pela es la pela.
El chico que ahora hace giras con Queen —Adam Lambert, nada que ver con Christopher, gracias a Dios, que ya gozaría con la banda sonora de "Los inmortales"— es un animal. En mi opinión —para eso está mi blog— es, técnicamente, mejor que Freddie. Llega, arriba y abajo, donde Mercury no llegaba en los directos, quizá por los excesos físicos de este, que se cuidaba bien poco. Afina mejor. Incluso tiene más recursos escénicos.
—Pero no es Freddie —apostilló Paco.
—Se llama carisma.
(A lo que estamos, que me voy por los cerros de Úbeda).
La peli, como peli, se me queda pequeña. No creo que sea una gran obra. La grandeza no se mide por el número de asistentes. Cuántas obras maestras —maldito marketing— pasan de puntillas por las salas comerciales. Eso sí: la ausencia de merienda dignifica la película y a su público. A los fans de Queen, entre los que me cuento, nos encanta. Trata con delicadeza los asuntos espinosos. Se permite algunos lujos contra la historia real, o eso dicen —tampoco soy un friki, aunque posea su discografía completa— pero a nadie le importa. Mayo y Sastre se encargaron de limar las asperezas, no me cabe duda. Se jugaban muchos millones.
—Oye, Roger. Nada de matar al mito, aunque un poco de caña le vendrá bien.
—Nos ha jodido, Brian. Y menos aún de meter algo —una teta, un culo— que avise a la censura. Hay que llenar las salas con gente de 0 a 100. La pela es la pela.
El chico que ahora hace giras con Queen —Adam Lambert, nada que ver con Christopher, gracias a Dios, que ya gozaría con la banda sonora de "Los inmortales"— es un animal. En mi opinión —para eso está mi blog— es, técnicamente, mejor que Freddie. Llega, arriba y abajo, donde Mercury no llegaba en los directos, quizá por los excesos físicos de este, que se cuidaba bien poco. Afina mejor. Incluso tiene más recursos escénicos.
—Pero no es Freddie —apostilló Paco.
—Se llama carisma.