domingo, 6 de noviembre de 2016

VUELTA A LA NORMALIDAD


Con frecuencia suele pasar que alguien se cree lo que no es. El marketing, esa pseudo-ciencia de la modernidad basada en manipular la percepción de las cosas para hacerlas más atractivas, convierte a blogueros, tuiteros o youtuberos oportunistas en trendintopiqueros, y en periodistas a quienes apenas juntan letras o palabras habladas por mor de un tema "de candente actualidad". Sobran ejemplos que lo atestiguan: con ver la tele, comprar (y leer) un libro de la sección de éxitos o navegar por la red aparecen a cientos. 

Hace un par de semanas conté dos anécdotas con mi amigo Germán Díaz de protagonista y yo de testigo. Las visitas a este blog se multiplicaron por más de diez, no sólo el día de la publicación sino en los posteriores. Mi ego notó cierto crecimiento como de pato engordado por un tubo, estadísticamente real pero más falso que una novela casi-cualquiera de ciencia ficción o un programa electoral (que vienen a ser lo mismo, e igual de secundados por fans "pocopensantes"). Este tema, por ejemplo, da para muchos best-sellers, como la novela negra o la erótica. El problema radica en confundir "súper-ventas" con calidad. Escribo igual (de bien o mal, pongamos que regular) hable de lo que hable, cuente lo que cuente, salvando el nivel de inspiración del día, que existe, no me cabe duda. 

Ayer, al hilo de la huelga de lápices caídos propuesta por los padres de una asociación de "ídemes" (en contraposición con otra asociación "ídem de ídem" que aboga por lo contrario), se me ocurrió una bobada: un supuesto diálogo en una consulta médica como ejemplo de la creciente tendencia a creer que sabemos de todo por el mero hecho de que los humanos somos iguales ante la ley (que lo dice la constitución). Como era previsible, las visitas, previa publicación en Facebook, volvieron por donde solían y de paso me pusieron de nuevo en mi sitio. Una cura de humildad, que me viene bien.

En resumen: hay que aprovechar la oportunidad pero sin perder el rumbo, para que cuando se acabe la bonanza sepamos remar con viento de proa o, en el mejor de los casos, con calma chicha. Con viento de proa no tiene mérito.

Pd.- Gracias, Germán, por propiciar sin querer mis dos semanas de gloria "literaria". Y a Diego Valverde, por convencerme de que hay que leer a los muertos, que pese a no firmar ejemplares siguen vendiendo. Por algo será.