sábado, 14 de enero de 2012

CUMPLEAÑOS FELIZ

Ayer por la noche cené con unos amigos. Para ser más exacto, eran algunos de mis amigos, no unos cualquiera. El motivo era el cincuentenario de uno de ellos, así que le preparamos, como bien exclamó al ver el grupo de inesperados invitados, una encerrona formada por compañeros de carrera, de piso de solteros desplazados, de coro y de grupo rockero. Creo que soy el que más categorías ha compartido con el homenajeado, en concreto las tres últimas, por no mencionar la de ex-cuñados, que tampoco es moco de pavo. Y la de artistas vagos.
Aparte de los regalos con cariño, reminiscencias y un poquito del imprescindible veneno que todo lo anima, y de la cena cántabro-atlántica, porque Burgos y Mondoñedo son una, como Cantabria, León y Castilla, me encantó ver su cara de sorpresa al ver las de quienes hemos ido siendo parte de su vida, que es como se escriben las historias personales, esas que el IRPF y la prima de riesgo no podrán trastocar nunca.
Tengo la suerte de contar con amigos generosos que me han perdonado mis excesos verbales, porque me aceptan con mi bocaza cargada de postas, y saben que profeso por ellos un amor sincero y perdurable.
Por primera vez en varios años me he juntado, sin óbito mediante, con unos cuantos de mis mejores amigos. Y creo que a partir de hoy voy a celebrar no sólo que cumplo años, sino que es viernes, jueves o martes; que hoy no me duelen los riñones; que he salvado los muebles un mes más, o lo que es lo mismo: que sigo vivo y con ganas de daros un abrazo. A todos los de anoche y a los que aún no he convocado para la siguiente cena: cantantes, rockeros, estudiantes: os quiero.

martes, 10 de enero de 2012

LA AVENTURA DE LA ESCRITURA

De un tiempo a esta parte me he propuesto volver a escribir, no me refiero al blog, sino a algo más largo y continuo. Aparte de muchos relatos breves, a ojo, calculo que tendré más de treinta novelas que no han pasado de conato, la más larga de las cuales alcanzó la cifra de 135 páginas hasta que encontré un descanso en el texto que, sin ser definitivo, me hizo bajar la guardia. Cierto es que coincidió el receso con un hecho personal que me aflojó la pluma, pero eso me lo guardo para mí y otra persona que se sentirá aludida si, como creo y espero, sigue leyendo mi "guaderno" en la clandestinidad.
El caso es que antes de reemprender la tarea escribiente me ha dado por leer no sólo novelas sino críticas literarias, oficiales y de las otras, que las hay a mares, por hacerme una idea de lo que se cuece, vamos. Y heme aquí desorientado, porque no sé si aventurarme como hacen muchos, con lo que de atrevimiento tiene, o dedicarme al macramé o los bolillos, para los que no tardaría en encontrar maestra de categoría.
Las críticas que me han hecho temblar son tan variadas que me impiden encontrar un asidero como punto de partida: gramática, vocabulario, estilo, desarrollos, temática, y qué sé yo, son escrutados por los profesionales en cada libro que cae en sus manos de forma que no hay obra que escape al cincel despiadado. No estoy diciendo que esas críticas se las hayan hecho a ninguna obra mía, sino algo peor: incluso los escritores consagrados, no sé si por los lectores, la publicidad, las editoriales o ellos mismos, son presa de la hoguera en la que arden todas las vanidades. Una sola vez sometí un relato a juicio profesional, y la persona fue amable hasta el punto de hacerme creer que si no fuera porque mi apellido es tan común que no lo reconocería nadie, hasta me podría dedicar a escribir. Todo lo que impedía la publicación en una editorial muy conocida de la que ella era jefa de un departamento que no recuerdo consistía en "exceso de fondo editorial". No satisfecho por su dictamen, insistí en ser criticado con más dureza, a lo que la mujer accedió, indicándome la poca idoneidad de mi vocabulario para un público infantil. Realmente ella no entendió que mi cuento estaba destinado a adultos ni se tomó la molestia de pasárselo a su colega del departamento de mayores. Pese a todo alabó algunas de las que ella consideraba virtudes.
Cuando era más joven le pregunté a una mujer que se declaró escritora cómo se hacía para forjar un estilo propio. Ella me respondió que eso era lo único que no se podía ahormar, porque entonces uno escribiría como lo que no es.
Así pues, he decidido que voy a escribir como sé, como me dé la gana y como me salga.