Acabo de escoger el tamaño mayor de letra como homenaje a la persona que, aun cuando hace años que me fui a volar por mi cuenta, sigue vigilando mis aleteos, tantas veces erráticos y demasiado obedientes a los golpes de viento que me descolocan en más ocasiones de las deseables para alcanzar la madurez, que nada tiene que ver con la edad.
Llegar a los ochenta es algo estadísticamente probable. Hacerlo con la mente y el cuerpo en perfecto estado es un premio que, sin duda, mi madre merece. Siempre he admirado a quienes, por encima de muchas virtudes, echan el velo de la humildad, que es virtud de los más grandes. Pero por suerte es este un velo traslúcido y mágico que aporta brillo a lo que trata de esconder.
Los años y las necesidades de la posguerra la apartaron de la escuela oficial, echándola en la de la vida para asumir responsabilidades que hoy estarían vetadas por los derechos de la infancia, pero su entrenamiento prematuro la convirtió en persona sensata, responsable, cabal, juiciosa y cuantos sinónimos se quieran añadir.
Veo que me está saliendo un texto deslavazado, pero no pretendo presentarlo a concurso.
Me consta, y aún se me saltan las lágrimas que me quedan al recordar el relato emocionado de su primer encuentro con mi padre (no voy a desvelarlo, aunque sé que despertaría envidias en las más románticas), que se casó por amor, ajena a la conveniencia o el interés.
Me consta, y aún se me saltan las lágrimas que me quedan al recordar el relato emocionado de su primer encuentro con mi padre (no voy a desvelarlo, aunque sé que despertaría envidias en las más románticas), que se casó por amor, ajena a la conveniencia o el interés.
Era normal que entre cinco hijos uno saliera rarito, y fue a tocarle a este bloguero de pacotilla. Por eso soy bloguero. Por eso soy de pacotilla.
Le hice pasar vergüenza con mi brazo sucio en el traumatólogo (le dijo que me había caído en un charco, por salvar mi honor, aunque luego me cayó una bronca). Discutió con otro, le sacó los colores con su fino humor meseteño, que se empeñaba en que mis pies eran normales (si vive, le demostraré con cuatro pasos que estaba equivocado). Les provoqué (mi padre también participó, y mis hermanos) un disgusto cuando de la corrida patriótica que era la mili me devolvieron a los corrales por blando de remos. Y me esperó a la puerta de casa, con el mandil extendido, al uso tradicional, el día que traje mi primer sueldo en billetes usados y sin marcar. Luego me fue devolviendo con creces, tanto en efectivo como en especie, mi pequeña contribución pecuniaria.
Aprendí los rudimentos de la cocina un año (uno de varios) que andaba yo un poco perdido, al tiempo que a cantar y bailar jotas, en un remedo de "Con las manos en la masa", que veíamos juntos muertos de risa, en sesiones de tele plagadas de culebrones (Cristal, Doña Beija...) y muchas tardes caseras.
Tras las charlas didácticas y un pelín largas de mi padre cuando pintaban bastos, ella ponía el epílogo con su mirada tranquila y unas pocas palabras.
Y ahí sigue en casa mamá gallina, siempre pendiente de sus polluelos, y de nuestros polluelos, a los que creo que ya no pone bertorella rebozada porque suelen escoger el menú, dentro de un orden y sin lujos, para no hacer distingos cuando se invitan a comer con la abuela.
Así que no juego porque desde pequeño supe que ya me había tocado la lotería. Gracias, mamá. Y felicidades, por tu cumpleaños y por las felicidades que nos has regalado, a quien unió su apellido al tuyo y al fruto quíntuple de esa unión.
PD.- Hay quien dice que me parezco a ti. Ya me gustaría.