martes, 17 de febrero de 2015

CUANDO RUGE LA MARABUNTA

En la época en que los Oscars de Hollywood no dependían tanto (algo sí, supongo) del mercadeo, mi padre era un cinéfilo empedernido, ajeno a las revistas y los suplementos semanales que aconsejan qué ver para sentirse erudito en la materia. Su sapiencia de sesión continua  se forjó en cines de barrio, vistiendo americana, prenda obligatoria en un acto social, algo que nuestros hijos no entienden, cuando al cine se iba sin palomitas y los acomodadores, gran mérito el de acomodar espectadores en duros sillones de madera previos a la época de la ergonomía, te requisaban las bolsas de pipas de forma educada, porque una película no admite distracciones, que para ir de merienda ya estaba el pinar. Luego te devolvían las pipas haciendo gala de una memoria que Russell Crowe envidiaría, y te preguntaban si te había gustado la película, o las dos que habías visto. De hecho, mi padre salía después de haberse tragado dos veces cada una, yendo al baño sólo en los descansos, amortizando el precio de la entrada, que se contaba en céntimos de peseta, distraídos de las pocas que ganaba y entregaba en casa. Quizá el hecho de ver la misma peli con dos horas de diferencia le ayudaba a disfrutarla sin leer antes la sinopsis en "El Norte de Castilla", ni falta que le hacía. Le enamoraban las actrices de entonces, esas bellezas indiscutibles, no por actrices, como ahora, cuando nos hacen creer que Julia Roberts, Sandra Bullock o Meg Ryan lo son (guapas y actrices). Kim Novak, "la vaca checa", era una de sus favoritas mucho antes de bajar las escaleras bajo la mirada deseosa de William Holden en "Picnic". La Monroe, él tenía sus propias ideas, le parecía sosa. Los ojos violeta de la Taylor o los saltones de Bette Davis captaban los suyos, los preciosos ojos profundamente azules de mi padre. Sabía los nombres de todos los directores buenos, podía explicarte qué era Panavision o Cinemascope, y pillaba a la primera los desajustes de montaje o racord mucho antes de que se inventaran las tomas falsas.
Es más que probable que por su cinefilia, pues siempre fue un romántico disfrazado de duro, con su gabán-trinchera a lo Mitchum en Marlowe y el bigotillo a lo Errol Flynn, a quien decían que se parecía (sólo en lo físico, por suerte), se enamorara de mi madre: vio en ella a una actriz de carácter, de belleza latina (latino-europea, como la Cardinale), que decía mucho con pocas palabras, hablaba con mínimos gestos y veía en la profundidad de los ojos de mi padre. Por eso también se declaró como lo haría un actor y, aunque conozco el guión, no pude asistir al rodaje pero lo he imaginado muchas veces. 
PD.- Esto me ha venido al ver "Cuando ruge la marabunta". Charlton Heston, un duro profesional, tanto o más que los Stallone y secuelas de hoy, aunque dinamita la presa (y el final apresurado de la peli) para librar a la población indígena (risible el atrezzo) de las hormigas, queda a merced de Eleanor Parker, la mujer que con su dicción, sus pocos gestos y su simple presencia, domina la película de cabo a rabo.