Siempre había tenido la ilusión de cantar con un grupo pequeño. Uno crece y se harta de cargar con el instrumento de bolo en bolo, máxime si toca el piano. Aunque a veces Germán Díaz conseguía que me pusieran uno en la sala, incluso de gran cola, como el Steinway que rescataron de una inundación en un auditorio de Zaragoza y aún sonaba como nuevo pese a algunos restos de óxido, lo frecuente era llevar el mío, uno eléctrico bastante ligero, con sus patas y cables. Mi Roland solía ser el cuarto ocupante de los asientos del coche, haciendo pareja en la parte trasera con Eugenio, que tampoco necesitaba mucha conversación porque tenía la costumbre de dormir y sólo despertaba para comer o cenar. El cello del chino alternaba con mi piano entre asiento o maletero, según el coche que llevásemos. Cuando el Trío Germán Díaz dejó de existir por mor de la inquietud del zanfonero y, hay que reconocerlo, la vagancia del pianista y del cellista-oboista, me propuse formar un coro de cámara que imaginaba de ocho, doblando las voces, pero la realidad lo partió por la mitad y se quedó en cuarteto, pues Germán no estaba por la labor y Juan Ignacio, mi solista favorito, el pelirrojo con las cuerdas vocales negras, siempre se obstina en vivir lejos. Mucho antes de conformar la plantilla me dediqué a escuchar y seleccionar canciones. El primer grupo profesional del que me enamoré fueron los "King´s singers" a los que erróneamente asocié con una suerte de juglares al servicio del rey, cuando su origen era el King´s college de Cambridge, donde se fundaron el 1968. A estos les pasaba un poco como a los Platters, que sustituían a sus integrantes a medida que se jubilaban, por lo que la plantilla cambiaba de vez en cuando, aunque no su calidad. Por lo visto, en Inglaterra y Estados Unidos los cantores se reproducen por esporas... Luego llegaron Manhattan Transfer, New York Voices, y los africanos Ladysmith Black Mambazo. Tras ir eliminando la mayoría de obras de su repertorio por imposibles, me decidí a comprar algunas partituras. Mis intentos en España hicieron agua, y acabé por pedirlas a USA, desde donde tardaban menos de una semana en llegar. Acerté a contactar con una empresa californiana y la encargada de los envíos resultó ser la hija del dueño. Aparte de los pedidos, nos anduvimos carteando a título privado, charlando de esto y aquello. Una noche me dio por enviarle un regalo, por mostrarme agradecido con su diligencia, que no era la de John Ford. Era un dibujo a lapicero de la plaza mayor de mi ciudad, al que mi amigo Onrubia había sacado fallos de perspectiva.
-Las columnas están desalineadas, me dijo Jose.
-Hombre -me defendí-, que lo he copiado de una foto que yo mismo hice.
-Me sé la plaza mayor de memoria -sentenció, y sus sentencias son mucha sentencia.
Considerando lo detallista que es mi amigo, al que había visto dibujar en muchas ocasiones mientras hablábamos y tomábamos una cerveza en su estudio, comparé foto y dibujo y, en efecto, mi pajarero de cabecera tenía razón. Borré y redibujé hasta que Onrubia me dio el visto bueno.
Mi sorpresa llegó cuando la californiana me respondió para darme las gracias.
-Me encanta. Una vez estuve allí. Es la plaza mayor de Valladolid -dijo.
Luego me explicó que había hecho un tour de esos de "Si hoy es martes esto es Bélgica" y había pasado un día en Pucela, con aprovechamiento máximo por lo visto.
Aunque alguna ley impide vender por unidades partituras para coro, y sólo se permitía adquirir como mínimo tantos ejemplares como voces hubiera, por aquello de no fotocopiar, supongo, ella me hizo el favor de saltarse la norma.
Con una estantería llena de material cantable, pude por fin juntarme con otros tres amigos: Toño, David y Eugenio, y formar el Cuarteto Muzikanten hace algo más de cuatro años. La inversión sigue ahí, en carpetas de las que hemos podido sacar más bien poco. Sin embargo hay algo más importante: quedar cada miércoles para ensayar con buena gente, con el protocolario whisky, las puñaladas propias de la condición de músicos y el buen rollo.
La semana próxima nos pondremos a grabar un videoclip. A ver si así conseguimos cantar en algo que no sea benéfico, aunque sólo sea por amortizar las partituras y el whisky.