Entre el supermercado y mi casa hay apenas cuatrocientos metros, los pocos que aguanto a un grado -hoy el tiempo está siendo benigno- y con los brazos cargados de bolsas. Adelanté a una pareja que miraba el plano de la ciudad y me atreví a saludarlos, que nunca se sabe cómo se lo tomará un turista. A mi amigo Juan Ignacio le molestaba parecerlo y no daba tregua ni en las tiendas de Nueva York a los mexicanos. Él, en inglés, erre que erre, con su cara de irlandés, que bien da el pego.
-Buenos días, y perdonen que me meta donde no me llaman.
Me miraron con una sonrisa de sorpresa y agradecimiento, que no sé cómo se pone, pero les salió. Luego me contaron sus planes según los planos. Les di mi versión de lugareño.
-Estamos alojados en Palencia y hemos venido a pasar el día aquí.
-¿De dónde son?
Se miraron como dudando en dar la respuesta. Al final contestó él:
-De Sabadell -con una elle final preciosa y catalana, de algún modo comparable pero no superior a la de mi tía Serafina, la madre de los Alonso Gómez, que sigue pronunciando su elle perfecta de castellana vieja, sabia y elegante.
-Pues sean bienvenidos a mi pueblo. Espero que lo disfruten. Si lo hubiera sabido, habría puesto la calefacción. Para otra vez, avísenme con tiempo.
Les acompañé un poco mientras trataba de explicarles por dónde ir y qué ver hasta que mis brazos hicieron sonar la alarma. Me quedé en la exaltación de la catedral más denostada del mundo.
-Buen día -quería decir bon, pero no acerté.
-Muchas gracias.
Les di una última recomendación para cenar: "La cocina de Manuel". Llegué a casa, descargué las bolsas -el cheque ahorro del súper me jugó de nuevo una mala pasada- y me alegré de haberlos saludado.
Les di una última recomendación para cenar: "La cocina de Manuel". Llegué a casa, descargué las bolsas -el cheque ahorro del súper me jugó de nuevo una mala pasada- y me alegré de haberlos saludado.
Espero que a estas horas estén disfrutando de una buena comida con sopa y lechazo, todo castellano, y vino de la tierra, que hay donde elegir.
Hace años hice lo mismo con unos turistas en la plaza de la universidad. El hombre que parecía dirigir la visita me comentó que había vivido en Pucela unos años y la encontraba muy cambiada, espero que para bien. Al despedirnos me espetó:
-Usted no es de aquí, ¿verdad?
-Claro que sí.
-Pues no lo parece.
Como no soy rubio ni tengo los ojos azules, cosa que mi hermano sí aunque nació de los mismos padres en la misma ciudad, entendí el mensaje.
-Usted lo ha dicho. La ciudad está muy cambiada.