Pilar apareció un día por la casualidad de "amigos de amigos" que dicta facebook. Suele sugerirme libros y discos de vez en cuando. Tenemos gustos parecidos y los compartimos la una con el otro y viceversa. Es una forma de seguir en contacto, cada uno con sus ocupaciones y sus cuitas. Hace tiempo que dejamos las cuitas para mejor ocasión, que es casi nunca para los quejidos.
Su última invitación era literaria. Como siempre, le hice caso. Lo bueno de Pilar es que no es doctrinal, acepta mi opinión -y yo la suya- aunque vaya contra el dogma de la fe postmoderna, el bienquedismo y el "no lo digas en público, por si acaso". Así que a veces no coincidimos, se lo hago saber y seguimos tan pichis, ella más, que es madrileña o casi, como la mayoría de madrileños, un poco como los vascos: nacen donde les sale. El libro en cuestión está firmado por un autor que va de vuelta a sus ochentaitantos. Vamos, que se la suda todo porque nadie duda de su valía a estas alturas de la película y lleva en el ADN familiar la marca "culto". A ver quién es el chulo...
Cierto es que un libro no es el mismo según qué día lo leas y quizá estos no sean días adecuados. No es menos cierto que no he disfrutado en exceso, cosa que compruebo cuando mis dedos pasan páginas o mis ojos barren los párrafos más que leerlos. Es un mecanismo automático, como el que me hace saltar de pista cuando escucho un disco.
Otra amiga, Patricia, -aquí hay más cuitas porque nos vemos a diario y la cara se disimula peor- suele decirme que cada uno llega hasta donde llega cuando le hablo de mis manías, muchas, en materia de música española. Ella no suele sugerirme lecturas porque apenas lee -no le sobra tiempo- y sus cantantes no son los míos.
-A mí me gusta Fulano -comenta, casi se defiende antes de mi ataque-.
-Prueba con Mengano. Dice lo mismo pero mejor... y no desafina. La música tiene esas exigencias.
Luego viene a darme la razón, parece que me he ganado su crédito. Incluso me deja opinar sobre su campo, su profesión, y me explica con paciencia en qué cree que estoy equivocado, lo cual sucede con frecuencia. Por eso me gustan Patricia y Pilar. Ambas escuchan, procesan, dialogan, y todos ganamos algo... aunque sea esa bobada que llaman amistad. Brindo por ellas con mi segundo y último chupito de la tarde, el de las verdades del barquero.