No hay santa en el Paraíso
que merezca más la rima
y aqueste verbo florido
que Santa Rosa de Lima.
Mas preguntará el oyente
si este verso no le espanta:
¿Qué hubo de hacer la tal santa
para no ser tan corriente?
Pues escuchad esta historia
con atención e interés
¡y parad ya con los pies!
que me turbáis la memoria.
La santa nació en Perú,
en Lima, concretamente,
y lo hizo exactamente
cuando su madre dio a lú.
Desde pequeña, la niña
lloró poco o casi nada.
Para que no la riñeran
siempre lloraba afinada.
«Caray», su padre proclama.
«Pardiez», la madre decía
«que más que llorar, declama.
Más que llanto es sinfonía».
Y Rosita, la que llora
en fa o en do sostenido,
demuestra su fino oído.
¡No es niña, es ave canora!
Estando bastante mala
por indigestión de habas,
los mosquitos le cantaban
rozándose con las alas.
Ella, acostada en su lecho,
apenas moviendo nada,
y al coro tan bien empasta
que hasta alcanza el do de pecho.
Las flores de su jardín
para escucharla se inclinan
y con su voz de postín
danzan junto a la piscina
que, en lugar de swimming pool
y porque es asaz parca,
no usan vocablo tan cool
y allí pues le llaman charca.
Rosita enferma otra vez,
mas no suelta ni un gemido.
Jamás se vio en la niñez
un ser vivo tan sufrido.
Y en sanando y enfermando
y haciendo que todos canten,
la pobre pasa su vida
y ella, entretanto, rezando
que a los Cielos sea ascendida.
Y por ser niña y no vaca
murió sin decir ni mu.
«Virgencita de mi vida,
yo soy niña como usted»
(que el respeto es el respeto).
Las hordas de productores,
con aviesas intenciones,
se quedaron con las ganas
de grabarle unas canciones.