Con este blog hago como con las cartas a la revista semanal que dan -no regalan- con el diario: escribo cuando me apetece o algo me toca la fibra.
Esta es mala semana para escribir, porque hay colmillos afilados, los más tuiteros de pocas letras y mucho veneno, y por mucho que te expliques hay tantas interpretaciones como escribidores: sensibilidad a flor de piel; quid pro quo; ley del talión; tú, ¿de qué vas?
Como no he encontrado letra pequeña que me impida publicar mi carta antes de enviarla al concurso, premio mediante, aquí la dejo:
Se alude a ella con harta frecuencia cada
vez que sucede algo que nos acongoja, casi siempre coincidiendo con un delito,
desde la leve “falta de educación” del
niño que molesta en el chiringuito de la playa, hasta el más contundente “¡falta
educación!” con todos sus matices intermedios. El informe PISA y las
comparaciones –ranking- de universidades o colegios/institutos no recogen más
que resultados académicos, un dato objetivo que obvia otros de mayor calado, como la cultura –histórica
y tradicional no son lo mismo- de un pueblo o la importancia e inversión que
cada gobierno destina a la base sobre la que sustenta el devenir de la sociedad
que le encargan gestionar. Será por deformación profesional que todo lo acabo
llevando al mismo molino. Ya sea la caza de ballenas en Lembata (Indonesia) o
los casos crecientes de pederastia en España, ambos tienen el mismo nexo: la
educación. Que cada uno lea y entienda lo que su educación le permita.
Mientras en nuestro país el magisterio, o
como se llame según los múltiples y cambiantes planes educativos que se
alternan según quien gobierne, sea una carrera que se nutre de unos pocos
vocacionales y otros muchos residuales por falta de nota en la EvAU/EBAU, seguiremos
adoleciendo del mismo problema. Todos ellos –vocacional no significa profesional
ni residual es sinónimo de aficionado-,
necesitan formación y exigencia, amén de compensación y estímulo acordes
con la tarea que se les encomienda, que además no termina cuando se recibe el
título. Un maestro tiene que serlo hasta que se jubila, ni un minuto antes.
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El día en que nuestros políticos apuesten
–a caballo ganador, no albergo dudas- por cimentar el estado con solidez, no
con las frágiles columnas de la ideología sino mirando al futuro, habremos
comenzado el camino, el buen camino, como dicen los peregrinos en la ruta
jacobea. Un edificio se construye desde la base: educar (del latín, “educare” o
“ex ducere”, según versiones) es la palabra básica.