sábado, 24 de octubre de 2015

FOTÓGRAFOS VIAJEROS DE AYER Y HOY

De fotografía sé bien poco. Cuando salía de viaje con mi cámara "al hombro", que ahora es "en el bolso", me las acababa apañando para salir en alguna foto, ya fuera usando el disparador automático, con el riesgo de aparecer desenfocado, o pidiendo a algún acompañante que me hiciera un retrato. Si el viaje era en solitario, nunca faltaba un paisano a quien pedir el favor. Era el testimonio de que había estado allí, y servía para responder a quienes quisieran "disfrutar" de mi viaje en diferido, cuando preguntaban: "pero... ¿las has hecho tú o son de algún amigo? Es que como no sales nunca...". Antes de disparar calculaba las fotos que llevaba, los carretes que me quedaban, y los días que faltaban para terminar el viaje sin que sobrasen días ni faltasen carretes. Al llegar a casa, los llevaba a revelar y unos días después volvía a la tienda, lleno de emoción e incertidumbre, para ver cuántas se salvaban, que solían ser bien pocas. En la tienda ofrecían la posibilidad de no cobrarte las desenfocadas o cortadas. Alguna vez hasta me hacían la selección, creyendo que la torre Eiffel con una mancha delante era indigna de pasar a mi álbum. La mancha era yo.
Los tiempos cambian. Hoy es frecuente que mientras enfocas y buscas la foto, LA FOTO, esa que provoque la envidia de tus amigos, esa que aún no he conseguido ni creo que consiga, te metan un palo de selfie por el ojo. Los viajeros parecen más interesados en salir en todas que en otra cosa, ni siquiera en ver, contemplar, disfrutar, gozar del paisaje directamente, no por la pantalla de la cámara que ni siquiera es cámara sino teléfono móvil, o smartphone, que suena más molón. 

Hace un año, una empresa japonesa (no suelo dar publicidad, y menos gratis) sacó al mercado un cacharro que es más cámara que teléfono. Han vendido tres. Ignoro las causas, pero creo adivinarlas: el usuario de móvil aprovecha que sirve para hacer fotos, pero si lo dominante es esto último, parece que le descoloca. Puede que el precio sea un poco excesivo, alrededor de los novecientos euros, pero me da que ese no es el problema, ahora que veo a críos de catorce años con cacharros de la manzanita, que usan para cuatro cosas: guasapear, jugar, colgar las fotos de sus correrías y, muy de vez en cuando, hablar si les llaman, porque en eso son muy celosos.

En un par de ocasiones, el hecho de pedir a uno que pasaba por allí que me hiciera una foto me sirvió para no pasar las vacaciones solo. Concretamente por pedírselo a una (que fueron dos). La primera me enseñó la ciudad y me hizo disfrutar como un animal, desde todos los ángulos posibles. La segunda... más o menos lo mismo, pero en diferente orden (hipérbaton se llama) aunque sólo vi la ciudad desde (entre) cuatro ángulos, los del marco de la ventana.


Pd.- Hay quien es capaz de montar una exposición con las fotos que desechaban en las tiendas. Lo llaman arte conceptual, o contemporáneo, o algo así.