sábado, 22 de septiembre de 2012

EL PRIMER DÍA DE COLE

El niño apenas tendría seis años y al salir de clase, de su primer día en aquel colegio inmenso, se encontró perdido. Siguió las instrucciones que le había dado su hermano, ya un veterano de segundo de bachillerato, pero del antiguo, el que se empezaba a los once años, antes de que Villar Palasí instaurara la EGB. 
-Espérame aquí cuando salgas, no te muevas.
Allí estaba, como un clavo, plantado exactamente en el punto cero, descubriendo la soledad entre cientos de niños despreocupados. Sin reloj, sintió la percepción del tiempo que doce años más tarde le explicaría el profesor de filosofía, aquello de la durée de Bergson, y le pareció que cinco minutos eran una eternidad, abandonado el pobre el día de su estreno. Dominando su miedo a las alturas, se encaramó a una valla como el vigía angustiado en busca de la tierra salvadora. En lo alto tampoco cambió su perspectiva... y empezó a llorar de golpe, con un llanto húmedo y desesperado, ajeno al rubor y la vergüenza. Se sabía observado, menospreciado, el hazmerreír de todo el colegio, nenaza, mariquita, llorica... pero todos los agravios le dieron igual cuando vio a su hermano caminando, trotando hacia él. Descendió en un segundo, burlando de nuevo al miedo, y se agarró a las piernas de su salvador, que le acarició  sus pelos rizados.
-Perdona, es que el profe nos ha tenido un rato más y no he podio llegar a tiempo... por tres minutos.

Habría jurado que llevaba una hora esperando, pero eso ya daba igual. Los dos regresaban a casa de la mano, y más tranquilo hasta se atrevió a contarle que su profe era la señorita Maricarmen, y que había algunos compañeros del otro colegio. En casa nadie supo del incidente, pues su hermano y él se irían guardando algunas informaciones a lo largo de sus años escolares para no perjudicarse, siguiendo un pacto de silencio que aprendió aquel primer día sin explicación previa. Hoy por ti y mañana... por mí. Gracias, hermano.