miércoles, 2 de diciembre de 2009

40 EUROS HORA, O FRACCIÓN

Hace semanas, mi lavadora se estropeó, justo cuando centrifugaba mis prendas delicadas: los calzoncillos de Burger King, que yo llamo así a los Calvin Klein de mercadillo. El caso es que el tambor no se dejaba abrir, por lo que tuve que llamar al servicio técnico, preocupado de antemano por la factura que me iban a endilgar y acaso por la vergüenza de exhibir mis ropas íntimas a la vista de un operario a sueldo. Cuatro días y dos horas más tarde de lo anunciado, apareció en mi casa un ser, al que podríamos calificar de homínido, que tras presentarse con un "nastardes, del servicio trénico", mancilló mi cocina con las huellas de sus botas de goma UNE/ISO 300, homologadas contra descargas eléctricas, mi lavadora con las huellas de sus dedos, así como mis slips, que tuve que lavar de nuevo tras su liberación, que se produjo después de dos minutos de lucha desigual entre el cierre del tambor y uno de mis cuchillos irrompibles VICTORINOX, que resultó desmanganillado, o más exactamente desmangado, por cuanto el mango salió disparado por la ventana del patio de luces justo al tiempo de que el tambor se abriese. Su afán mancillador o mancillante no se detuvo ahí, pues me largó una factura que sin desglosar era hiriente, pero desglosada era aún más insultante:
SALIDA: 35 EUROS
MANO DE OBRA: 40 EUROS POR HORA.
MATERIALES: 0 EUROS.
SUVTOTAL: 75 EUROS.
IBA 16 %: 14 EUROS.
TOTAL: 90 EUROS.
Estudié detenidamente el papel que me dejó sobre la mesa, con su mano derecha extendida en espera del cobro, y la izquierda en el pomo de la puerta, para apremiarme en el pago. Respiré lentamente, uno, dos, tres, inspirar, espirar... como mandan los cánones del autocontrol, le miré a los ojos desplazándome un paso, pues él miraba a un punto infinito, y le dije despacio, muy despacio:
-¿Le apetece tomar algo?
Mi oferta le descolocó, noté que dudaba, pero fue tajante:
-No bebo estando de servicio.
Sin duda aquel era uno de esos hombres de verdad que entienden que tomar algo no puede ser otra cosa que consumir alcohol. Para sacarle de su error, le dije:
-No le he ofrecido cerveza ni coñac, puede usted tomar un refresco, o agua.
-Vale, pues agua.
Mientras buscaba el vaso, le pregunté:
-¿La quiere del grifo, mineral o carbónica?
-Fresca si puede ser.
-¿Fresca del grifo, fresca mineral o fresca carbónica?
Noté que se tensaba, pero le miré de nuevo a los ojos y respondió.
-Mineral.
Abrí el frigorífico, busqué la botella y le serví un vaso generoso. Bebió como si hubiese estado trabajando durante horas en un horno, y dejó el vaso de mala manera en mi fregadero.
-Son 90 euros, -insistió-.
En ese momento, un repentino acaloramiento me invadió la cabeza, así que respiré de nuevo, uno, dos, tres, hasta cuatro, mejor cinco... por si acaso, y le espeté.
-¿Puedo revisar la factura?
-Desde luego, pero está bien.
Miré de nuevo, concepto por concepto, y empecé mi alegato:
-Perdone, ¿dónde tienen ustedes la oficina del servicio "trénico"?
-En el polígono de Argales.
-Así que cobran ustedes el trayecto desde allí, ¿no es eso?
-Si me va usted a decir que 35 euros es más de lo que gasto, le diré que hacemos una media, para que los de los barrios periféricos no paguen más que los del centro.
Sorprendido por aquel afán igualitario, en un ejercicio de socialismo sin precedentes, que suponía que los del centro teníamos que pagar parte del desplazamiento a los que vivían lejos, proseguí con mi estrategia.
-¿Y venía usted de la oficina?
-No señor, venía de aquí al lado. Ya me hago yo la ruta para tardar menos... y atender mejor a los clientes- remató, como en un alarde de inteligencia y profesionalidad.
-Por lo visto, en los últimos cuatro días y dos horas nadie de por aquí ha sufrido averías...
-Pues será que no.
-O sea, que... ¿usted cobra 35 euros de salida de la oficina aunque sólo salga una vez por la mañana y otra por la tarde?
-Mire, los precios los marca el "encargao", yo sólo arreglo y cobro.
-De acuerdo. Pese a todo, la factura está mal. El 16 por ciento de 75 euros no son 14, sino 12. Y la suma de 75 más 14 no son 90, sino 89. Como son dos euros menos, le debo 87.
Se rascó la cabeza, con gesto de dudar de su hasta el momento infalible método de aplicación del IVA, que para él era con B. Garabateó la modificación y volvió a darme el papelito.
-Son 87, por favor. Tengo que irme.
-No se preocupe. Ah, hay otro error: ha puesto usted cero euros de material, pero el cuchillo que ha roto me costó como 20 euros, espero que me los pague. Y por cierto, ¿cómo es que ha estado usted exactamente cinco minutos forcejeando con el tambor de mi lavadora, y me cobra 40 euros?
-No se cobran fracciones, sólo por horas enteras.
-Es decir, que ¿yo he pagado por su trabajo durante 60 minutos?
-Eso es.
-Pues con vaso de agua y discusión, no lleva usted en mi casa ni un cuarto de hora. Así que haga el favor de sentarse, que he pagado por su compañía hasta las siete menos cinco de la tarde.
-Oiga, usted no paga por mi compañía, sólo por mi trabajo.
-Tiene usted razón, así que coja este trapo y límpieme la lavadora de arriba abajo, sin dejar ni una huella. Y luego el suelo, y los calzoncillos que ha manchado de grasa. Puede usar mi lavadora para eso, que ya funciona, supongo. Como no hay gasto de material y el trapo lo pongo yo, estará incluido en los 40 euros de mano de obra.
El hombre se puso entre nervioso y un pelín violento.
-Si no me deja salir ahora mismo, llamaré a la policía y le denunciaré por secuestro.
-Espere, ya los llamo yo. Le voy a denunciar a usted por allanamiento de morada: entró en mi casa sin mostrarme su acreditación.
-Si no se quita de ahí, le sacudo un tortazo de los gordos.
-Será una prueba más de su delito: allanamiento y agresión.
El hombre, que ya era hombrecillo, se quedó mudo, y sólo acertó a decir:
-Ya le mandaremos al cobrador del frac.
Y salió a escape.
Respiré profundísimamente, pensando que me había librado de algo, quizá del bofetón o de una paliza, pero satisfecho por no haberme dejado estafar. Miré la factura, me serví una cerveza y me puse a calcular, por si venía el del frac algún día, como sucedió una semana después. El cobrador se presentó en mi casa con su uniforme, y me extendió su mano con una copia de la factura, y los 87 euros famosos. Busqué entre mis papeles, y le di mi factura, con los cambios pertinentes: había descontado los 20 euros de mi cuchillo, y calculé que veinte minutos de mano de obra serían como 13,33, por lo que redondeé a 14. Incluí muy detalladamente los centilitros de detergente que tuve que usar para lavar de nuevo los calzoncillos, el gasto de agua estimado, el consumo eléctrico, así como deduje de los 35 euros de salida los que realmente habría gastado que no serían más de 2. En total me salían aproximadamente 7 euros a mi favor. Para darle más enjundia, grapé a la factura el resguardo que me habían dado en la oficina de consumo donde presenté la denuncia, y la tarjeta de un amigo mío que es abogado, por si querían contactar con él.
Y hasta la fecha.