Inexorable.
Reflexionar sobre el tiempo no conduce a nada.
Mejor será optimizarlo.
Feliz año.
martes, 31 de diciembre de 2013
domingo, 24 de noviembre de 2013
MÁS ESTUFA, GERMÁN DÍAZ, DAVID HERRINGTON Y LOS GORDETTES
Aunque el título suena a totum revolutum, no hay tal, pues todo está relacionado como quedará patente al final de estas líneas, en este mi cuaderno, algo olvidado por cierto, pero que cuenta con un nuevo miembro al que doy la bienvenida y las gracias.
El viernes pasado asistí a un concierto, extraordinario por estar fuera de la programación de La Estufa, y por la calidad de los intérpretes, mi zanfonero de cabecera, Germán Díaz, y el brass-man de la pérfida Albión, David Herrington. Una lira organizzata, o zanfona-órgano, más tuba y/o corneta inglesa de 1900 (no euros, como comentó alguien entre el público) constituyen una apuesta arriesgada, innovadora pese a la edad de tales instrumentos. Se agregó una caja de música mecanizada y durante dos horas, con el consabido descanso tradicional para el vino y las pastas y posterior sorteo de regalos, disfrutamos de un espectáculo original, interesante y divertido. No quiero parecer un crítico musical al uso, porque no es tampoco el cometido de mi blog, y además no sería objetivo al tratarse de dos amigos, por lo que recalcaré el hecho del también extraordinario ambiente que se nota en Los Conciertos de la Estufa. No sé por qué motivo, aunque intuyo que tiene que ver con el hecho de que Germán es allí una especie de ídolo y suelo acompañarle, pero cuentan conmigo para la cena posterior, y realmente lo paso en grande con los arrabaleros. Siendo de un pueblo alfarero, se nota que tienen muy buena mano para amasar el barro de la amistad.
¿Y los Gordettes? Para otra entrada.
sábado, 28 de septiembre de 2013
LOS QUE SE VAN...
Despedirse de alguien querido suele resultar duro cuanto más larga se prevé la espera. Incluso la incertidumbre puede servir de bálsamo, por la ilusión de que el amigo reaparezca antes de lo pensado. El tiempo actúa como pegamento de las relaciones firmes y disolvente de las frágiles, así que no es mala cosa, de vez en cuando, dejar que la distancia nos ofrezca una perspectiva que sería imposible en la cercanía. Hay que echar de menos para poner en valor.
Conocí a una persona hará no menos de diez años. Compartíamos charlas infinitas, confidencias, confesiones, relatos de ficción y no ficción, propios y ajenos, risas y llantos. Diferentes circunstancias nos alejaban y unían, pero siempre nos sabíamos presentes y en algún momento volvíamos a encontrarnos por los lugares que frecuentábamos. Un mensaje, una frase amable, un recordatorio, nos mantenían en contacto. Como esas plantas agradecidas que necesitan pocos cuidados para seguir creciendo, así era nuestra amistad.
Sin embargo, hace muchos meses dejé de recibir noticias. No hemos vuelto a vernos. Pienso en ella con mucha frecuencia y siempre le transmito mis buenos deseos, si es que las vibraciones le llegan donde esté.
Lo último que sé es que su correo ya no está operativo, así que el vínculo que me mantenía al menos esperanzado se ha roto. Sólo me queda apurar una última posibilidad: que lea este blog y sepa que este texto es para ella. No está en castellano antiguo, como sé que le gustaba leerme en nuestras noches locas y gamberras, pero no siempre se está inspirado para el verso, aunque sea libre.
Me gustaría poder decir pronto que de nuevo te leo...
domingo, 25 de agosto de 2013
IN MEMORIAM
Apenas comenzaba el verano cuando me enteré del fallecimiento de una maestra, la primera que tuve en EGB, la Srta. Mary Carmen. Llegaba yo entonces de un colegio de monjas en el que aún imperaban viejas normas ajenas a la reforma de Villar-Palasí, y muy alejadas de Montessori o la escuela de Barbiana. Ella fue capaz de demostrarme que mi cabeza servía para algo más que recibir cachetes o capones.
Yo, que ya era muy enamoradizo, le profesaba una devoción secreta y unidireccional, aunque al final fuera otro profesor, el canario Matías, quien la engatusara con su acento lleno de eses, con el que nos explicaba la combinatoria, aquello de las variasiones, combinasiones, y permutasiones. Sé que le caía un poco mal al principio por mis excesos verbales, pero la intercesión de mi tutor y profesor de música, D. Luis, le hizo apreciarme por encima de mis chistes de adolescente y mi conducta un poco disruptiva, que es como ahora se define a los alumnos coñazo. Probablemente Mary Carmen también tuvo su parte de responsabilidad a causa del recuerdo que pudiera mantener acerca del niño de seis años que, obviamente, no era el mismo a los catorce. Gracias a ella y la flexibilidad de su esposo, acabé siendo uno de esos enchufados a los que Matías enviaba al estanco para certificar sus cartas de la federación de ajedrez, y quizá para librarse de mí durante un rato, cosa que entiendo perfectamente.
Mary Carmen atesoraba las virtudes que debe tener una maestra: cariño infinito, paciencia, generosidad y una voz dulce que me convencía (a otros no, pero siempre hay sordos) del camino a seguir.
Recuerdo que el primero de marzo de 1972 le dije que estaba muy contento porque era mi cumpleaños y conseguí mi propósito: que me felicitara y me diera un beso. Incluso llevé a clase un pequeño camión hormigonera de color amarillo para certificar que aquel día era mi cumple.
Matías y Mary Carmen me llamaron hace años para comentarme que había una plaza libre de maestro en el colegio, cosa que siempre les agradeceré, aunque yo ya ejercía en otro centro y no me decidí a intentar siquiera el cambio.
Y para que conste mi sincera gratitud, que es lo poco que podemos hacer las personas por quienes nos ayudaron, enseñaron y dieron ejemplo para madurar, quiero dedicarles esta humilde entrada en mi blog, a Matías y sus dos hijos, David y Elena, con su dolor a cuestas a cambio de la felicidad de los años vividos con Mary Carmen, que nos dejó mucho antes de tiempo, acaso porque Dios no podía esperar para conocerla, que no me extraña, porque era y sigue siendo una mujer ejemplar.
lunes, 22 de julio de 2013
CUARTETÍLICO
Ajenos al calor, a la palabra innombrable, al desaliento, animados por la amistad exaltada (gracias, whisky DYC, de ocho años, single malt y pure malt, que de ahí no bajamos, ni casi subimos por culpa de la palabra innombrable) y atentos al fin primero de este blog, a la esencia de su creación, los miembros del cuarteto vocal masculino seguimos ensayando con las miras puestas en el MET, Covent Garden, Auditorio Miguel Delibes y en las mujeres que pasan por delante de la peluquería, porque un cuarteto de barbería está obligado por ley (o debería) a ensayar en un local donde se corten pelos, como el Gabinete Capilari. No es que nuestro repertorio sea exclusivamente de barbershop quartet (un tema entre doce significa justamente lo contrario), pero nos pareció un guiño a la tradición y al ahorro, habida cuenta (no corriente) de que el subjefe al submando tiene local reutilizable. Desde octubre del año pasado hemos ido empastando voces (si fueran muelas, ahora seríamos ricos y pasaríamos de ensayar) y estamos en el punto crítico, ese en el que te planteas si seguir o casarte con tu novia de toda la vida, que te sigue haciendo tilín y ha heredado un pazo al lado del mar de una tía abuela que vivía en Galicia y hacía mucho ruido al masticar cuando la invitábamos a lechazo en la meseta.
Y no cuento más, que me canso.
miércoles, 5 de junio de 2013
HUCHAS ROTAS
Hace cuarenta y ocho años, tres meses y cuatro días, mi padre abrió una cartilla infantil con cincuenta pesetas, para ayudarme desde recién nacido a valorar y estimular el ahorro. Era una costumbre muy frecuente entre empleados de banca, aunque quizá fuese la propia entidad quien realizase el obsequio. Bastantes años más tarde, mis hermanos y yo pudimos comprobar que, gracias a los intereses, disponíamos entre los cinco de casi trescientas pesetas, que sin ser mucho, daban para una buena tarde de cine con chucherías. Ninguno de los cinco sacamos cantidad alguna de nuestras cartillas, y supongo que mi madre las tendrá guardadas en algún cajón. Lo malo es que, si siguen activas, probablemente a estas alturas de mi vida deba varios euros en concepto de comisiones por mantenimiento de cuenta, cuotas de tarjetas que no uso y cambios de titularidad o alguna otra pijadilla sin importancia.
Hoy mismo he recibido notificación de la caja de ahorros para que sepa que mis planes de futuro son menos importantes que los de quienes manejan la propia entidad financiera. En definitiva, que la pésima gestión de los ejecutivos me cuesta una pasta gansa, o quizá solo oca, tampoco hay que exagerar. Y ahora me arrepiento de no haberme pegado esas vacaciones idílicas, comprado ese coche con más extras que una película de romanos, o adquirido el piano de cola, cosas que no hice pensando en no empeñarme hasta la cola y tener para la ortodoncia de la niña o mi dentadura postiza. Ahora resulta que lo que los morosos no pagan, algunos por pura desgracia, como perder su trabajo, y otros por un morro que les llega hasta el suelo, como el apartamento en la costa, el coche premium o el fin de semana en Putodisney, con autógrafo del pato Donald incluido, lo pagamos los pobres cretinos que guardábamos ocho cuartos por si las vacas flacas.
Sin embargo, no todo está perdido: el 90% de mi dinero se ha convertido en acciones de una empresa que no sabe si cotizará ni a cuánto, (el resto se ha perdido en el limbo de Suiza o en algún burdel de lujo, mientras cuatro banqueros sellaban unos pactos) y que podré recuperar, según ande el mercado, dentro de dos años. Además, otra buena noticia, se me ofrece la posibilidad de que me queje, no sé si al maestro armero o a Robin Hood, por si no estoy de acuerdo con el ventajista (he querido decir ventajoso) trato.
"Transcurridos diez días desde la fecha de este documento sin que hubiere manifestado su disconformidad con la liquidación practicada, se entenderá prestada su conformidad a la misma asumiendo cuantas obligaciones se deriven de ella". Como la fecha es del 27 de mayo y hoy es 5 de junio, si no se me ha olvidado contar, en el mejor de los casos aún tengo un día para presentar una reclamación.
Creo que mis dientes podrán aguantar. Por suerte no abusé del turrón estas navidades, gracias a que otros se quedaron con mi paga extra.
Creo que mis dientes podrán aguantar. Por suerte no abusé del turrón estas navidades, gracias a que otros se quedaron con mi paga extra.
sábado, 1 de junio de 2013
No sabe uno qué criterios siguen las musas para acudir a la llamada o salir huyendo, por lo que no sé cómo explicar mi ausencia desde mediados de abril. Supongo que embarcarse en otros proyectos sería una buena excusa, porque no habrá musa pluriempleada, menos hoy en día. Así será que he abusado de la mía en otros ámbitos que aún no son públicos, porque dependen, aparte de otra persona, de quienes deciden que una obra salga a la calle. Si esto sucede en algún momento, lo anunciaré en esta agenda.
Y a falta de noticias, dejaré una foto para ocupar espacio, que es todo lo que puedo hacer hoy. Y esperaré, como la cigüeña, a que cambie el tiempo.
sábado, 13 de abril de 2013
ESCLAVOS DEL TIEMPO, VERSIÓN ESPAÑOLA.
No creo ser un esclavo del tiempo, de los que cambian de humor según la lluvia. Eso no obsta para que, tras casi un mes de agua y más agua, a uno le cambie un poco el carácter. Hace años me pasó por la cabeza darle un giro a mi vida y presentarme a oposiciones de maestros, ya se sabe, de esos que no saben por dónde pasa el Pisuerga ni aunque vivan en Valladolid. Mi idea era aspirar a una plaza en alguna comunidad del norte peninsular, porque me encanta el mar bravo, o la mar brava, las playas duras y lo verde, pese a mi alergia. Incluso había llegado a imaginar una casita de pueblo, una parcela con cuatro plantas y un pequeño vivero para marisco. Ya estaba recopilando apuntes cuando llegaron las vacaciones de Semana Santa y, con el fin de irme acostumbrando, me marché a Comillas, un bello pueblo cántabro (o "cántrabo" según Rossy de Palma) donde el mismo Gaudí dejó su huella, y el dueño del restaurante "El Capricho" te ayuda a dejar una mano o un ojo. Comí en un local más modesto en la plaza del pueblo, y mi menú especial con solomillo resultó ser la primera trampa. Una hora más tarde tuve que deshacerme del menú por la vía de apremio, con la consiguiente flojera física, mental y un poco de cabreo por haber pagado un solomillo enfermo a precio de sano. Traté de tranquilizarme con un paseo a la orilla del mar, salpicado y purificado por el rumor de las olas, la brisa y el aroma a salitre, yodo y otros minerales. Para mi disgusto, la mar andaba igual de enfadada que yo, el rumor era ruido, la brisa lindaba con lo huracanado y los olores tonificantes eran hedores nauseabundos. Además arreciaba la lluvia como pequeñas hojas cortantes en mi cara, y apenas podía dar un paso.
Quince años más tarde, sigo en la misma plaza, no soy funcionario aunque me hayan quitado la paga extra de navidad, y por no parecer rencoroso, sólo vuelvo a Cantabria cuando las predicciones meteorológicas favorables de quince hombres del tiempo coinciden durante las dos semanas previas a mi estancia.
Total: tampoco soy tan exigente. Con que la temperatura suba cuatro grados, me quito los calcetines de estar en casa y me sirvo una copa como si estuviera en una terraza a la luz de la luna. Todo está en la mente.
jueves, 28 de marzo de 2013
DUBLÍN, NUBLÍN, LLUVLÍN
La edad, el tiempo, es un cristal que deforma caprichosamente la realidad, o mejor la percepción de ésta. En el único año olímpico español hasta la fecha visité la capital de Éire. No me acordaba de casi nada, o lo tenía distorsionado.
(Espacio dedicado a la lectura sobre el término Éire).
Los dublineses son encantadores, alejados del corsé impuesto por los británicos. Las dublinesas son probablemente las mujeres más simpáticas-educadas-bellas de la galaxia. En otra vida no me importaría nada casarme con una de ellas, o con dos.
Graffton St. es la calle comercial y céntrica más famosa de la ciudad. Dicen que además es de las más caras para alquilar un local de negocios.
Molly Malone es esa pescadera-prostituta cuya escultura adorna una esquina de Graffton St. No sé por qué motivo los turistas se empeñan en tocarle los pechos para hacerse una foto. Dicen que murió de unas fiebres en mitad de la calle. Imagino que habría larguísimas colas para practicarle la respiración boca a boca y el masaje cardíaco.
Una empresa americana, bastante hortera, por cierto, ha instalado una enorme tienda en las proximidades de Molly. Se trata de un local en el que la música atruena, la luz brilla por su ausencia y hay dependientes-modelos que sonríen y te preguntan si estás contento de vivir durante un rato en su atenta compañía. Incluso un guapetón se quita la cazadora para fotografiarse con las chicas. Anduve buscando a la guapetona, pero la igualdad de sexos no ha llegado al departamento de marketing del negocio.
Definitivamente, la Guinness sabe mejor en Irlanda que en ningún otro lugar del mundo (al menos de los que la venden y he visitado).
martes, 12 de marzo de 2013
MÁS DUBLÍN
A punto de hacer las maletas, no he querido olvidarme de un episodio casi perfecto que sucedió hace apenas veinte años, que no es nada, qué feliz la mirada...
Una de las actividades programada en aquel intensivo de inglés en Dublín era el workshop de danzas irlandesas. Creo recordar que era una academia de baile donde nos citaron. Algunos de los chavales esperaban sin ningún interés mientras sus walkmen escupían música de diferente estilo, pero muy alejado de lo gaélico o similar. La entrada de los bailarines apenas despertó cierta curiosidad hasta que pude oír algunos comentarios entre los chicos, es decir, varones, sobre una de las danzantes. Levanté la vista y ahí estaba ella: no exagero al decir que era muy probablemente la mujer más bella que he visto en mi vida, al menos tan cerca. Por eso no dejé de seguir todos sus movimientos, hasta el punto en que nos invitaron a formar parte de la coreografía que para entonces yo me sabía de memoria. Esperé a que pasara a mi lado y tuve que espantar a un par de estudiantes de mi grupo, que pretendían saltarse la norma jerárquica no escrita de que la guapa es para el jefe. Ella me ofreció sus manos, me explicó brevemente lo que había que hacer y comenzamos a danzar en círculos, un pie delante, ahora el otro, media vuelta, manos atrás... Su sonrisa perenne adornaba sus palabras, que salían envueltas en seda, y yo imaginaba interminables conversaciones frente a la chimenea, en un perfecto inglés con el acento cantarín de Irlanda, bebiendo paddy, guinness, o agua del grifo, y sin dejar de mirar sus ojazos, sus dientes perlados y aquí detengo la descripción - ensoñación, porque el blog para adultos no es este.
Pero como no hay hechizo eterno, y todos los encantamientos tienen su antídoto, quiso el baile que ella no pudiera ocultar por más tiempo el elixir que borraba la memoria futura: al levantar el brazo derecho (tanto daba que fuera el otro) para hacer una figura y guiar el mío tras su cintura, un más que penetrante olor alcanzó mi fina nariz de sabueso y a punto estuve de perder el equilibrio. Supongo que mandar al tinte el traje de época era demasiado lujo, y aquellas telas gruesas concentraban los sudores de muchas danzas más los recientes y el del mismo día. Así que la chimenea, las bebidas espirituosas a la luz de la luna o del sol veraniego que no se acaba de ocultar en la verde Irlanda desaparecieron, borrados por la incontenible fuerza destructora de aquella linda axila que se había convertido en devastador sobaco.
Siempre que lo recuerdo sonrío, como ahora mismo. Y mi ensoñación idílica no empieza en la alfombra al calor de los troncos, sino un poco antes... con ambos en la ducha.
martes, 19 de febrero de 2013
CARNAVAL 2013
No recuerdo haberme disfrazado en los últimos treinta años más de cuatro veces: dos por carnaval, una en nochevieja y otra en una fiesta sin fecha concreta para el travestismo. Así como hay quien se siente especial haciendo el papel de otro, no comparto esa sensación e incluso me da algo de vergüenza. Tal fue hace dos viernes, en un baile. Rodeado de japoneses, payasos, cabareteras, Zipi y Zape, mafiosos, hippies, vampiresas, mosqueteros, jockeys, piratas, punkies, y un trío de músicos que eran pollo, piloto y arzobispo, sin olvidar a dos bellísimas "tuaregas", los hermanos Marx hicimos un papel bastante estelar, aunque destacó Groucho que, literalmente sin despeinarse, tomó ventaja de su capacidad verbal sobre Harpo, por más que me saltara años de silencio y una timidez de la que me cuesta convencer a quienes me conocen.
Todo esto sucedió en el "concierto de la estufa" del ocho de febrero, con "Fetén-fetén bailable" pero no lo había contado porque he estado muy ocupado haciendo nada, o simplemente recordando una noche muy divertida en la magnífica compañía de mis amigos, los de Portillo (o Arrabal, que no se enfade nadie) y los que se acercaron a las viejas escuelas del pueblo.
sábado, 2 de febrero de 2013
Harpo Marx
La cosa ha empezado esta tarde, celebrando el cumple de una amiga y el restablecimiento de su novio tras una operación peliaguda. El novio debe de tener algo especial, porque dos de sus exnovias con sus novios actuales estaban tomando café junto a la homenajeada y el restablecido. Esas asociaciones sólo suceden cuando todos son unos depravados sexuales o cuando son gente extraordinaria. Como desconozco lo que haya sucedido al marcharme, apuesto por lo excelso de mis amigos.
Entre muchos otros asuntos, hemos tratado de la cuaresma y su previo martes de carnaval, con la propuesta en firme de disfrazarnos de los hermanos Marx. Al llegar a casa me he estado documentando para diseñar el traje, porque el reto es complicado: quieren que haga de Harpo, el mudo. Ya es mala leche mantenerme callado durante una noche de fiesta. Pero he aceptado el órdago, y entre wikipedias y otras páginas más fiables, acabo de descubrir que el bueno de Adolph Marx, al que luego apodaron Arthur, se codeaba con las mentes preclaras de la sociedad estadounidense. Más aún, que se hizo una película, "La señora Parker y el círculo vicioso", sobre la escritora Dorothy Parker, (de la que acabo de comprar un libro de relatos más que recomendable), en cuyo reparto aparece Harpo ( Jean-Michel Henry).
Por lo visto, entre 1919 y 1929, se reunían en el hotel Algonquin de Manhattan algunas celebridades, y al director Alan Rudolph se le ocurrió la idea de hacer una película sobre aquellos congresos de artistas.
Lo que quería decir es que tirando de la manta se descubren cosas. Culturilla, pero interesante.
jueves, 31 de enero de 2013
10.000
Los números nos atenazan, amordazan, hipnotizan, captan, enganchan, obsesionan. Las cifras nos atrapan, llaman, sugieren, embaucan, engañan.
Cuando leas esto, verás que más de 10.000 personas han entrado en mi blog.
Pues es mentira: cada vez que yo lo hago, queda registrado un visitante, cosa que no puedo evitar desde que instalé el nuevo antivirus, que no me permite desactivar mi IP, o lo que es lo mismo, que mi blog reconozca mi IP cuando entro y no lo contabilice. Una vez lo logré, pero luego todo se fue al cuerno por no sé qué botones.
Así que con un canto en los dientes me doy si mis 24 seguidores declarados y algún otro que pasaba por aquí han aterrizado alrededor de 200 veces per capita. Ciento sesenta y seis textos (casi un euro) he publicado desde 2009. No es mucho, desde luego, pero me sabe bien.
PD.- A partir de hoy mismo, el relato de Pablo y Sofía pasará a un nuevo blog. Si alguna persona está interesada en seguir leyéndolo, le sugiero que me deje un comentario en esta misma entrada, y me pondré en contacto con ella para facilitarle la nueva ubicación de todo lo que queda por contar. Esto obedece a un criterio bien sencillo: el relato pasará a tener dos rombos, y como este es un blog para todos los públicos, creo adecuado concederle al cuento un marco más protegido. Además, si todo sigue su cauce, una mujer colaborará conmigo con sus fotografías, o pondrá el contrapunto femenino si se quiere, y si ella quiere.
lunes, 28 de enero de 2013
...? y IX.
Me llegó nítido el olor a tortilla antes de que aquel
hombre enjuto y de tez cerúlea la dejara en la mesa con la solemnidad de un
sacerdote. En tres viajes de ida y vuelta había traído otros tantos platos: uno
de jamón, otro de queso y una ensalada. Todo estaba realmente rico, con el
sabor de los alimentos tradicionales sin artificio… excepto el queso, que no
probé, sencillamente porque no me gusta. Observé con detenimiento la cara de
Sofía, protegido por la iluminación escasa que difuminaba sus facciones, de por
sí suaves. Masticaba tranquilamente con la boca cerrada, y hablaba sólo después
de tragar, lo cual agradecí, escrupuloso como soy. Nuestra conversación acabó
por sincronizarse al ritmo alternativo de escuchar y comer, o hablar y mirar. Me
encantó ver su manejo del tenedor, sin esa afectación de cortar la tortilla con
cuchillo, y con la naturalidad que implica coger un trozo de jamón con la mano.
-No has probado el queso.
-Ya sé que me dirás eso de que es un manjar y no sé
lo que me pierdo, pero no me gusta. A veces he inventado excusas como que soy
alérgico al cuajo o a la leche de cabra, porque me daba vergüenza, pero lo
cierto es que no puedo casi soportar su olor.
-Entonces… ¿no serías capaz de dar un beso a alguien
que acabara de comerlo? – me interrogó, clavando sus ojazos negros en los míos.
Su pregunta trampa me pilló desprevenido en mi turno
de escuchar y comer, y me atraganté con el jamón. Pasé los dos sustos con un
buen trago de vino y traté de responder airosamente… pero no se me ocurría
nada. Entonces ella, con una lentitud de documental, acercó su mano al plato,
tomó el último trozo, y sin dejar de mirarme, lo metió en su boca, masticó muy
despacio con un gesto exagerado de placer, y finalmente se incorporó lo justo
para, con los ojos cerrados, ofrecerme sus labios y ponerme a prueba. Me
incliné hacia delante, y animado, o más bien espoleado por la visión incompleta de sus pechos,
recorrí el camino que separaba nuestros labios. Cuando el acoplamiento era
inminente, la tos del espectro o ectoplasma que nos servía la comida
interrumpió abruptamente el encantamiento, y la magia escapó huyendo por alguna
rendija. Dejó dos cafés, un plato con pastas de pueblo y una botella de licor.
Salió de nuevo de allí y me pareció oír una risita maléfica según se alejaba.
-Vaya, has estado a punto de arriesgar tu vida por
mí, -dijo, abriendo mucho los ojos.
-Bueno, si este hombre sigue entrando y saliendo de
este modo, quizá me mate antes del susto.
Reímos ambos, y el postre cambió el registro de la
conversación, que pasó a ser estrictamente gestual. Fuimos aprovechando cada
accidente como excusa: rozamos los dedos en el plato de pastas, otra vez más al
brindar con el licor de hierbas, y alguna patadita en mis gemelos con masaje
posterior se produjo en el campo de batalla enmarcado y oculto por el vuelo del
mantel. Sofía dio por terminada la comida cuando se levantó, de nuevo sus senos
balanceándose ante mí, se estiró el vestido y me ofreció su mano izquierda
antes de llevarme a tientas hasta la barra, pagar la cuenta y guiarme a la
superficie por la escalinata en la que apenas cabíamos en paralelo. Cuando notó
mi gesto de buscar la cartera, acercó sus labios a mi oído, y con un susurro
cortó mi intención:
-Luego pagas la cena. Y las copas, por turnos.
La luz de la tarde nos recibió a la salida. Nos
ajustamos las gafas de sol y en lugar de regresar al coche, tiró de mí en
dirección contraria, hacia el monte que albergaba la bodega.
-¿Te apetece dar un paseo? – preguntó con una voz
melosa que nadie osaría contradecir.
-Claro. Nos sentará bien. Y bajaremos el vino y los
chupitos.
lunes, 21 de enero de 2013
...? VIII
No habían transcurrido cinco minutos, uno de los
intervalos mínimos que yo manejaba, cuando hizo su aparición. Me sorprendió
verla en aquel coche viejo, vintage como poco, aunque pensándolo bien era
propio de artistas destacarse del resto con algo diferente, en este caso su
Volkswagen escarabajo descapotable, no uno de los modernos para pijas, sino un
modelo de los años ochenta, perfectamente cuidado. Mi oído me indicó que el
motor sonaba redondo, lo cual abundaba en la idea de que Sofía era una mujer
perfeccionista y cuidadosa. Traía la capota de lona plegada, quizá
prematuramente a tenor del tiempo inestable, pero me encantaba la idea de
circular a cielo abierto aunque pudiera cogerme un catarro. Se había ajustado
un pañuelo a la cabeza y estaba más guapa incluso que un rato antes. Subí al
coche y emprendimos la marcha con un leve petardeo del motor, que algún achaque
tenía que mostrar. Me abroché el cinturón y le indiqué la dirección:
-Valle de Esgueva.
-Si vas a decir Castronuevo, olvídalo. Cerró hace
años.
No podía negar que mi guía de ocio estaba
desactualizada, pero tampoco creí que tanto.
-Pues se acabó mi oferta. Era la única que recordaba.
-Yo te llevaré.
Y así lo hizo alegremente, entre pinares y luego
viñedos, por carreteras comarcales, hasta que a las tres en punto aparcó a la
entrada de una bodega que parecía a punto de derrumbarse. Seguramente vio mi
cara, porque se apresuró a decir:
-Tranquilo, hombre. Por dentro está arreglada.
Bajamos por una escalinata angosta, en penumbra
tirando a oscuridad, y Sofía tuvo que sujetarme del brazo para no hacer la
mitad del recorrido rodando. Como pez abisal en la sima me fue guiando por
pasillos hasta que encontró un habitáculo con una mesa, mucho más íntimo de lo
que yo esperaba en un tugurio como aquel. Antes de sentarnos apareció un
pariente cercano del conde Drácula, dijo “dos” y se marchó sin preguntar. Al cabo volvió de las
tinieblas con una bandeja, dejó una jarra de clarete y un cesto con pan blanco
de cuatro canteros y desapareció de nuevo. Sofía tomó un trozo y lo fue
pellizcando, con algún sorbo de vino para completar el refrán:
-Con pan y vino…
-… se anda el camino, -tercié.
sábado, 19 de enero de 2013
ONCE UPON A TIME
Estaba leyendo unos artículos sobre fotografía, y entre publicidad y novedades de la feria de Las Vegas, no la de los caballitos sino la de cacharros electrónicos, me encuentro un texto sobre retoque al estilo clásico.
Antes de que se inventara el photoshop, los fotógrafos no tenían otro remedio que el retoque manual. Habrá quien se ría igual que lo hacíamos de los gadgets que instalaban en el Aston Martin de James Bond, que nos parecían imposibles excepto la caja de chinchetas y los tubos de escape que echaban humo (se nota que en aquel taller elitista de agentes con número nunca había entrado un R-8, de Renault, no de Audi).
Mi padre llegó un día a casa con un kit de retoque, consistente en una cuchilla, pinceles finos y dos botes de pintura: uno blanco y otro negro. Estoy más que seguro de que nunca lo usó. Y por desgracia no llegó a la era del píxel.
UN MOMENTO, QUE LA ESTÁN PEINANDO
Mientras se acaban de cocer las siguientes entregas del relato, que previamente produzco y corrijo (no como las anteriores), aprovecho el período de carencia para responder a quienes me han sugerido que el protagonista soy yo.
No.
Bueno, un poco sí, pero más por mi antagonista en el cuento-novela-o lo que salga, que es una mezcla de muchas mujeres.
En definitiva, ella tiene un poco de todas, las que conozco, las que nunca conocí pero quise y algunas que se quedaron a medio camino entre el saludo y el conocimiento profundo pese a mis deseos.
Y claro, si escribo sobre personas (mujeres) reales, parece lógico que el hombre más real al que creo conocer sea yo. Más que nada, por no contradecirme, pese a ser yo.
viernes, 11 de enero de 2013
...? VII
Con el paso cansino, diríase que aquejada de un
súbito ataque de agujetas, y la vista perdida, buscó la salida de la pérgola.
Pareció sentirse mal consigo, conmigo y con el resto del mundo, y sólo acertó a
decir:
-Me voy a casa.
-No sé si te apetece que comamos juntos, - ataqué a
la desesperada, con vocecilla sumisa. Realmente, yo tampoco lo sabía, y el
tiempo que transcurrió hizo de respuesta.
-En fin, parece que el día se ha nublado, -sentencié. Le ofrecí mi mano
para despedirme, pero ella la cogió con la izquierda, y sin soltarla, tiró de
mí hacia el paseo central.
-Sólo si pagamos a medias. Y no se te ocurra intentar
seducirme.
Animado y asustado a partes iguales, emprendimos la
marcha con paso sincrónico, aunque tuve que cambiar de pie para que el balanceo
de nuestras manos acompañase el ritmo de forma armónica (mi alma de músico me
traicionaba con ese tipo de detalles maniáticos).
-No soporto los restaurantes de moda, la comida
deconstruida, las cadenas de hamburgueserías, los chinos, las tablas de patatas
con cuatro cachos de carne y dos langostinos, los garitos del centro para
turistas, los “coma hasta que reviente”, los de carne de vaca vieja disfrazada
de buey, y los que ponen café de puchero recalentado.
Su lista de alergias era tan larga que me dejaba poco
margen, no ya para sorprenderla sino simplemente para comer. Me pasó por la
cabeza llevarla a una gasolinera, una casa regional o el comedor universitario,
pero tuve la fortuna de que se iluminara una de mis pocas bombillas.
-Pues como no vayamos a una bodega… de esas de tortilla y ensalada.
-Caray, jamás se me habría ocurrido, con lo que me
gustaba ir con mis padres cuando era pequeña. Pero luego fueron perdiendo su
encanto y dejé de ir.
-Te aseguro que aún quedan algunas, -le dije,
celebrando la coincidencia, pues mi familia también iba con frecuencia, - pero
están dispersas, alejadas de los pueblos típicos.
-Mejor aún. Espérame cinco minutos, voy por el coche
y te recojo en Colón.
No parecía contemplar la posibilidad de que la
acompañase, por lo que no insistí. Si quería ganarme su confianza tendría que
darle sedal y no tensarlo.
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