Ajenos al calor, a la palabra innombrable, al desaliento, animados por la amistad exaltada (gracias, whisky DYC, de ocho años, single malt y pure malt, que de ahí no bajamos, ni casi subimos por culpa de la palabra innombrable) y atentos al fin primero de este blog, a la esencia de su creación, los miembros del cuarteto vocal masculino seguimos ensayando con las miras puestas en el MET, Covent Garden, Auditorio Miguel Delibes y en las mujeres que pasan por delante de la peluquería, porque un cuarteto de barbería está obligado por ley (o debería) a ensayar en un local donde se corten pelos, como el Gabinete Capilari. No es que nuestro repertorio sea exclusivamente de barbershop quartet (un tema entre doce significa justamente lo contrario), pero nos pareció un guiño a la tradición y al ahorro, habida cuenta (no corriente) de que el subjefe al submando tiene local reutilizable. Desde octubre del año pasado hemos ido empastando voces (si fueran muelas, ahora seríamos ricos y pasaríamos de ensayar) y estamos en el punto crítico, ese en el que te planteas si seguir o casarte con tu novia de toda la vida, que te sigue haciendo tilín y ha heredado un pazo al lado del mar de una tía abuela que vivía en Galicia y hacía mucho ruido al masticar cuando la invitábamos a lechazo en la meseta.
Y no cuento más, que me canso.
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