jueves, 28 de marzo de 2013

DUBLÍN, NUBLÍN, LLUVLÍN

La edad, el tiempo,  es un cristal que deforma caprichosamente la realidad, o mejor la percepción de ésta. En el único año olímpico español hasta la fecha visité la capital de Éire. No me acordaba de casi nada, o lo tenía distorsionado.

             (Espacio dedicado a la lectura sobre el término Éire).

Los dublineses son encantadores, alejados del corsé impuesto por los británicos. Las dublinesas son probablemente las mujeres más simpáticas-educadas-bellas de la galaxia. En otra vida no me importaría nada casarme con una de ellas, o con dos.

Graffton St. es la calle comercial y céntrica más famosa de la ciudad. Dicen que además es de las más caras para alquilar un local de negocios.

Molly Malone es esa pescadera-prostituta cuya escultura adorna una esquina de Graffton St. No sé por qué motivo los turistas se empeñan en tocarle los pechos para hacerse una foto. Dicen que murió de unas fiebres en mitad de la calle. Imagino que habría larguísimas colas para practicarle la respiración boca a boca y el masaje cardíaco.

Una empresa americana, bastante hortera, por cierto, ha instalado una enorme tienda en las proximidades de Molly. Se trata de un local en el que la música atruena, la luz brilla por su ausencia y hay dependientes-modelos que sonríen y te preguntan si estás contento de vivir durante un rato en su atenta compañía. Incluso un guapetón se quita la cazadora para fotografiarse con las chicas. Anduve buscando a la guapetona, pero la igualdad de sexos no ha llegado al departamento de marketing del negocio.

Definitivamente, la Guinness sabe mejor en Irlanda que en ningún otro lugar del mundo (al menos de los que la venden y he visitado).


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