sábado, 13 de abril de 2013

ESCLAVOS DEL TIEMPO, VERSIÓN ESPAÑOLA.

No creo ser un esclavo del tiempo, de los que cambian de humor según la lluvia. Eso no obsta para que, tras casi un mes de agua y más agua, a uno le cambie un poco el carácter. Hace años me pasó por la cabeza darle un giro a mi vida y presentarme a oposiciones de maestros, ya se sabe, de esos que no saben por dónde pasa el Pisuerga ni aunque vivan en Valladolid. Mi idea era aspirar a una plaza en alguna comunidad del norte peninsular, porque me encanta el mar bravo, o la mar brava, las playas duras y lo verde, pese a mi alergia. Incluso había llegado a imaginar una casita de pueblo, una parcela con cuatro plantas y un pequeño vivero para marisco. Ya estaba recopilando apuntes cuando llegaron las vacaciones de Semana Santa y, con el fin de irme acostumbrando, me marché a Comillas, un bello pueblo cántabro (o "cántrabo" según Rossy de Palma) donde el mismo Gaudí dejó su huella, y el dueño del restaurante "El Capricho" te ayuda a dejar una mano o un ojo. Comí en un local más modesto en la plaza del pueblo, y mi menú especial con solomillo resultó ser la primera trampa. Una hora más tarde tuve que deshacerme del menú por la vía de apremio, con la consiguiente flojera física, mental y un poco de cabreo por haber pagado un solomillo enfermo a precio de sano. Traté de tranquilizarme con un paseo a la orilla del mar, salpicado y purificado por el rumor de las olas, la brisa y el aroma a salitre, yodo y otros minerales. Para mi disgusto, la mar andaba igual de enfadada que yo, el rumor era ruido, la brisa lindaba con lo huracanado y los olores tonificantes eran hedores nauseabundos. Además arreciaba la lluvia como pequeñas hojas cortantes en mi cara, y apenas podía dar un paso.
Quince años más tarde, sigo en la misma plaza, no soy funcionario aunque me hayan quitado la paga extra de navidad, y por no parecer rencoroso, sólo vuelvo a Cantabria cuando las predicciones meteorológicas favorables de quince hombres del tiempo coinciden durante las dos semanas previas a mi estancia.
Total: tampoco soy tan exigente. Con que la temperatura suba cuatro grados, me quito los calcetines de estar en casa y me sirvo una copa como si estuviera en una terraza a la luz de la luna. Todo está en la mente.

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