No creo ser un esclavo del tiempo, de los que cambian de humor según la lluvia. Eso no obsta para que, tras casi un mes de agua y más agua, a uno le cambie un poco el carácter. Hace años me pasó por la cabeza darle un giro a mi vida y presentarme a oposiciones de maestros, ya se sabe, de esos que no saben por dónde pasa el Pisuerga ni aunque vivan en Valladolid. Mi idea era aspirar a una plaza en alguna comunidad del norte peninsular, porque me encanta el mar bravo, o la mar brava, las playas duras y lo verde, pese a mi alergia. Incluso había llegado a imaginar una casita de pueblo, una parcela con cuatro plantas y un pequeño vivero para marisco. Ya estaba recopilando apuntes cuando llegaron las vacaciones de Semana Santa y, con el fin de irme acostumbrando, me marché a Comillas, un bello pueblo cántabro (o "cántrabo" según Rossy de Palma) donde el mismo Gaudí dejó su huella, y el dueño del restaurante "El Capricho" te ayuda a dejar una mano o un ojo. Comí en un local más modesto en la plaza del pueblo, y mi menú especial con solomillo resultó ser la primera trampa. Una hora más tarde tuve que deshacerme del menú por la vía de apremio, con la consiguiente flojera física, mental y un poco de cabreo por haber pagado un solomillo enfermo a precio de sano. Traté de tranquilizarme con un paseo a la orilla del mar, salpicado y purificado por el rumor de las olas, la brisa y el aroma a salitre, yodo y otros minerales. Para mi disgusto, la mar andaba igual de enfadada que yo, el rumor era ruido, la brisa lindaba con lo huracanado y los olores tonificantes eran hedores nauseabundos. Además arreciaba la lluvia como pequeñas hojas cortantes en mi cara, y apenas podía dar un paso.
Quince años más tarde, sigo en la misma plaza, no soy funcionario aunque me hayan quitado la paga extra de navidad, y por no parecer rencoroso, sólo vuelvo a Cantabria cuando las predicciones meteorológicas favorables de quince hombres del tiempo coinciden durante las dos semanas previas a mi estancia.
Total: tampoco soy tan exigente. Con que la temperatura suba cuatro grados, me quito los calcetines de estar en casa y me sirvo una copa como si estuviera en una terraza a la luz de la luna. Todo está en la mente.
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