Apenas comenzaba el verano cuando me enteré del fallecimiento de una maestra, la primera que tuve en EGB, la Srta. Mary Carmen. Llegaba yo entonces de un colegio de monjas en el que aún imperaban viejas normas ajenas a la reforma de Villar-Palasí, y muy alejadas de Montessori o la escuela de Barbiana. Ella fue capaz de demostrarme que mi cabeza servía para algo más que recibir cachetes o capones.
Yo, que ya era muy enamoradizo, le profesaba una devoción secreta y unidireccional, aunque al final fuera otro profesor, el canario Matías, quien la engatusara con su acento lleno de eses, con el que nos explicaba la combinatoria, aquello de las variasiones, combinasiones, y permutasiones. Sé que le caía un poco mal al principio por mis excesos verbales, pero la intercesión de mi tutor y profesor de música, D. Luis, le hizo apreciarme por encima de mis chistes de adolescente y mi conducta un poco disruptiva, que es como ahora se define a los alumnos coñazo. Probablemente Mary Carmen también tuvo su parte de responsabilidad a causa del recuerdo que pudiera mantener acerca del niño de seis años que, obviamente, no era el mismo a los catorce. Gracias a ella y la flexibilidad de su esposo, acabé siendo uno de esos enchufados a los que Matías enviaba al estanco para certificar sus cartas de la federación de ajedrez, y quizá para librarse de mí durante un rato, cosa que entiendo perfectamente.
Mary Carmen atesoraba las virtudes que debe tener una maestra: cariño infinito, paciencia, generosidad y una voz dulce que me convencía (a otros no, pero siempre hay sordos) del camino a seguir.
Recuerdo que el primero de marzo de 1972 le dije que estaba muy contento porque era mi cumpleaños y conseguí mi propósito: que me felicitara y me diera un beso. Incluso llevé a clase un pequeño camión hormigonera de color amarillo para certificar que aquel día era mi cumple.
Matías y Mary Carmen me llamaron hace años para comentarme que había una plaza libre de maestro en el colegio, cosa que siempre les agradeceré, aunque yo ya ejercía en otro centro y no me decidí a intentar siquiera el cambio.
Y para que conste mi sincera gratitud, que es lo poco que podemos hacer las personas por quienes nos ayudaron, enseñaron y dieron ejemplo para madurar, quiero dedicarles esta humilde entrada en mi blog, a Matías y sus dos hijos, David y Elena, con su dolor a cuestas a cambio de la felicidad de los años vividos con Mary Carmen, que nos dejó mucho antes de tiempo, acaso porque Dios no podía esperar para conocerla, que no me extraña, porque era y sigue siendo una mujer ejemplar.
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